Hugo Rafael Chávez Frías, el amigo
bolivariano, ha vuelto a meter al matrimonio Kirchner en un baile. No es la
primera vez, pero la decisión de nacionalizar tres empresas argentinas, tomada
intempestivamente el jueves por la noche, se da en medio de una campaña
electoral especialmente crítica para el oficialismo, justo cuando su estrella
está en declinación y cuando la Presidenta y su esposo chicanean a todos con que
no se animan a discutir el “modelo”.
El presidente de Venezuela ya los había comprometido mal con
la valija de Antonini Wilson, tanto que ese episodio impidió la puesta en rodaje
del gobierno de Cristina, pero también los había descolocado con la tasa de
interés que le cobró a la Argentina cuando los petrodólares financiaban los
bonos locales, con el negocio de la venta de fuel-oil con azufre que debió ser
reexportado a pérdida, con el delirio del gasoducto Caracas-Buenos Aires, con
el papelón de la expedición a la selva para rescatar a rehenes de las FARC, con
la operación fallida de asesoría sojera de Gustavo Grobocopatel y con varios
etcéteras más.
"Sector briquetero, nacionalícese", proclamó el bolivariano
el jueves por la noche ante obreros que discutían el futuro del complejo
industrial de la región de Guyana. En ese momento de gloria, embebido en armar
“un plan integrador y colectivo, partiendo del núcleo de los trabajadores y sus
propuestas", Chávez abrió la Caja de Pandora en su relación con la Argentina y
una vez más dejó expuestos a los Kirchner, ya que la “transformación socialista”
abarcó a tres empresas propiedad de Techint que procesan mineral de
hierro para Sidor, el complejo que el venezolano ya le había le
expropiado al grupo argentino hace unos meses y que habría pagado —unos U$S 2
mil millones— recién hace unos días, en un banco londinense.
“Estamos de júbilo. Me siento contento, porque veo, palpo y
siento el rugido de la clase obrera. Cuando ruge la clase obrera la burguesía
tiembla”, enfatizó Chávez en Barinas, su estado. Unos días antes, el presidente
de Venezuela había compartido un fin de semana en El Calafate con Cristina y
Néstor y había sido pomposamente presentado como un “aliado estratégico” de la
Argentina, quizás el único, junto a Brasil, que al país le queda en el mundo.
Todas estas circunstancias le dieron suficiente aire a todas las cámaras
empresariales el pasado viernes, para salir en fila a demandar un compromiso
oficial de la Argentina en defensa de la emblemática Techint, quien por
años dominó la Unión Industrial Argentina de la mano de Paolo Rocca, una especie
de patriarca para los hombres de negocios. Es que la profundización del “modelo”
que proponen los Kirchner fue interpretada por todos como una posibilidad de
ataque al sector privado, que podría repetirse en la Argentina si el oficialismo
gana las elecciones, tras los avances que el Estado está haciendo sobre aquellas
empresas en las que supo conseguir acciones, a partir de la estatización de los
fondos jubilatorios.
Lejanos están los tiempos en que esas mismas cámaras
llamaban de apuro a las redacciones en actitud de sumisión, para que no faltara
su comunicado entre las muestras de apoyo a alguna medida gubernamental de
cualquier valía. Esta vez fue a la inversa, con una demanda masiva y
llamativamente igualitaria en los argumentos, pero también con una advertencia
implícita hacia el Gobierno: “no queremos que en el futuro nos pase esto”.
Paradójicamente, las cámaras del agro que están nucleadas en la Mesa de Enlace y
enfrentadas con el Gobierno, no dijeron nada sobre el caso en primera instancia,
quizás como una devolución de gentilezas hacia la industria, que poco y nada los
acompañó en otros tiempos.
Habituados como están a reducir todo a una lucha de intereses
entre buenos y malos que ellos deben arbitrar ya no como gobernantes sino como
cruzados, tal como han hecho a las trompadas con el campo, es probable que los
Kirchner hayan tomado esos pronunciamientos empresarios como una declaración de
guerra con propósitos electorales (o “destituyentes”, quien lo sabe). Aunque de
momento, quizás no puedan o no quieran decirlo en público, no es difícil
aventurar que se han sentido defraudados a dos puntas, por los viejos aliados
internos que ya no se arrodillan más, pero también por Hugo Chávez. En este
punto, hay que consignar que, aún siendo sospechados por el venezolano de
enamorarse de Barack Obama y de jugar desde antaño un rol de contenedor regional
a pedido de los EE.UU., la carta que el nuevo presidente estadounidense le hizo
llegar al gobierno argentino durante la semana podría interpretarse, sin dudas,
en ese sentido: “valoro los esfuerzos de (la) Argentina para trabajar como una
fuerza constructiva y estabilizadora en la región”, escribió el sucesor de
George W.Bush.
Lo cierto de la situación es que los Kirchner se han
mantenido siempre a pie firme a favor de la integración no alocada de Chávez al
Mercosur, algo que Brasil resiste todavía, ya que no le otorga a Venezuela
la efectiva sanción legislativa al consenso que dice que existe para hacerlo. Es
evidente que las coordenadas brasileñas por estas horas van por otro lado y que
están muy lejos del socialismo bolivariano o del proteccionismo argentino. Hoy,
el presidente Lula cree y Brasil lo expresa en boca de su ministro de Asuntos
Estratégicos, Roberto Mangabeira Unger que “los países que prosperaron son los
que se abrieron al mercado y al mundo”, mientras habla sin tapujos de
“coordinación estratégica” entre el Estado y los productores, lejos de toda
aventura populista, pero sin renunciar a los fundamentos de construcción de “un
modelo de desarrollo basado en la democratización de oportunidades económicas y
educativas”. En cuanto al proceder de Chávez con el gobierno argentino, si éste
les comunicó la semana pasada la decisión de nacionalizar las empresas de
Techint a Néstor y Cristina Kirchner y ellos no se lo trasladaron al grupo local
es una cosa, pero si no les dijo nada, como informalmente confiesan en la Casa
Rosada, directamente los traicionó. Claro está que en su verborragia, Chávez le
podrá explicar al matrimonio que se dejó llevar por el espíritu asambleario, el
mismo que tanto le gusta al gobierno argentino cuando no lo involucra y que no
tuvo más remedio que tomar la decisión que quería la mayoría. Pero a esta altura
de la campaña electoral, el daño ya está hecho y todo sonará a excusas.
También el Gobierno podría evaluar que a los votantes el día
de la elección poco y nada les va a interesar estas cosas que han sucedido a
muchos kilómetros de distancia y dejar las cosas como están, pese a que
cualquier gobierno del mundo pelea por las inversiones de los suyos en otras
tierras. Pero lo que indica que los Kirchner lo han tomado como algo grave para
ellos es que, en la ocasión, volvieron a adoptar la misma actitud de
desconcierto que se les ha conocido en muchas otros episodios similares: se
contraen como un bicho bolita. Y si la situación no era tan delicada, el
silencio inicial la ha potenciado.
No obstante, el episodio de Chávez y la unánime rebeldía
empresaria no alcanzan a esconder otras situaciones que se dieron en la semana,
como por ejemplo que la Presidenta y su esposo dijeran que la presentación
judicial de la oposición lo que busca es “proscribir” a Néstor Kirchner, una
palabra que al peronismo le suena terrible, por aquello de los 18 años sin
posibilidades de expresarse, que corrieron desde 1955 a 1973. Pero no es menos
cierto que la situación actual es un juego de niños al lado de aquellos tiempos
sin Perón y también que, como estrategia, conmueve más bien a pocos, porque la
historia ya fue y porque se sabe que el Gobierno busca cualquier excusa para
transformarse en víctima.
Otro tanto ocurrió con el discurso del “doble estándar” que la Presidenta suele
utilizar para pegarle a parte de la prensa que, según ella, no da a conocer los
indicadores que favorecen al Gobierno y que evalúa de forma diferente las mismas
situaciones, siempre sesgadas en contra de todo lo que provenga del kirchnerismo.
En esta categoría, Cristina incluyó al INDEC, al que defendió a rajatabla para
decir que tiene la verdad revelada, a la hora de determinar que la Argentina
sigue creciendo.
Sin embargo, hay un punto en el que la Presidenta ha tenido
razón en mostrarse a la defensiva, ya que, según su denuncia, ha tenido que
soportar una serie de maniobras producto de la intolerancia y de los agravios,
como son los escraches contínuos que sufre el oficialismo en cuanto lugar
del interior decide concurrir a hacer un acto proselitista. En primer lugar,
ella mismo la pasó muy mal en Coronel Suárez, Daniel Scioli en Chacabuco,
Agustín Rossi en Reconquista y hasta Néstor Kirchner ha tenido que extremar la
seguridad y cambiar itinerarios para evitar los desbordes.
Si la función opositora está dedicada sólo a armar
planteos judiciales o a prepararle emboscadas al oficialismo, la situación
preelectoral está irremediablemente trabada entre un gobierno que se acurruca y
una oposición que no propone nada. Por eso, se espera con atención que esta
semana se dé a conocer un documento anti K, en el que las fuerzas opositoras
plantearían una estrategia en común para disputarle al Gobierno el control del
Congreso, a partir de diciembre, con media docena de proyectos de ley
institucionales que apuntarán a terminar con los Superpoderes y el actual
Consejo de la Magistratura, por ejemplo.
Hay que reparar que en esa mesa opositora no hay peronistas
de Córdoba ni de Santa Fe, por lo cual Kirchner aun conserva la esperanza de
sumar esos votos (sobre todo los de Carlos Reutemann) al conteo del 28 de junio
para demostrar que él ganó la elección. Salvo alguna afirmación bien contundente
al respecto, la permanente indefinición del santafesino, dicen los
peronólogos, hoy lo convierte en un colaboracionista.
Hugo Grimaldi