Daniel Scioli dice que en la calle nadie
le pregunta por el affaire de Narváez y que él no se quiere prestar a jugar
alegremente a la judicialización de la política, porque a la gente le interesa
otra cosa.
Prudente percepción la del gobernador, quien hace malabares y
dice lo suyo como puede, en una clara lucha entre lo que conviene decir y lo que
realmente piensa, porque además recela de algunos pícaros que parecen
interesados en hacerlo asumir como diputado para apuntar a su sillón platense.
Primero, salió a hablar su hermano y como no quedó muy
claro lo que quiso referir y con la excusa de desautorizarlo, Scioli dijo "nadie
habla por mí" y volvió a repetir el mensaje, esta vez haciendo profesión de
fe de su función como gobernador.
Más allá de que se trata de un modo muy sutil de soplarle
públicamente en la oreja a quien encabeza su propia lista (Néstor Kirchner) para
que no agite más una cuestión judicial que bastardea la política y que agranda
rivales, ya que de Narváez podría estar creciendo gracias al acoso del juez
Faggionato, el olfato de Scioli apuntó al fondo de la cuestión: la opinión
pública percibe que el episodio es usado como gran excusa por oficialistas y
opositores para esconder la pobreza del debate y la absoluta falta de propuestas
que se verifican en esta elección.
Con todas las incertidumbres a cuestas y en medio del parate
económico, hoy la opinión pública observa atónita cómo la oposición lo único que
busca es destronar el modo de hacer política del matrimonio Kirchner a como dé
lugar, mientras que el oficialismo aprovecha el palabrerío para esconder los
problemas reales que afectan a la sociedad y, sobre todo, la falta de respuestas
del Estado a esas carencias.
No hay candidato de ningún pelaje y color que se refiera a
las cosas de todos los días, ni siquiera a la epidemia de gripe que ha hecho
colapsar el sistema de salud o al adormecido dengue. Ni tampoco quien diga
qué se está haciendo o se puede hacer para resolver los bolsones de pobreza de
la Argentina o cuáles son los planes que tiene cada uno para ayudar desde el
Congreso a erradicar la inseguridad ciudadana.
Lo que se ha conseguido hasta el momento es que el grueso de
la gente, siga la mascarada con cierta resignación o, peor aún, con
escepticismo. El juego de intereses que se nota en el trasfondo le golpea la
cara a los ciudadanos, quienes se siguen viendo ajenos a la cosa política,
porque no reconocen en los actores otra vocación que la lucha por el poder y la
caja.
Hugo Grimaldi
DyN