Las elecciones legislativas del próximo 28
de junio marcan un claro retroceso en el debate político argentino, debido a que
se está transitando una de las campañas más pobres desde el retorno a la
democracia en el año 1983.
Candidaturas testimoniales y truchas, clientelismo político,
proliferación de candidatos sin partidos ni internas, denuncias judiciales,
mensajes vacíos y varios etcéteras han hecho que muy pocos sean los que reparen
en la función y responsabilidad de un legislador nacional.
En primer término, casi no se sabe ni lo que piensan los
futuros legisladores, como por ejemplo en temas tan cruciales como los
siguientes: ¿Cuál es su conocimiento del Presupuesto Nacional y las
prioridades que considera que debería atender el gasto público? ¿Tiene
conciencia de que cada peso que gasta el Gobierno, primero sale del bolsillo de
la gente? ¿Está de acuerdo o no en la delegación legislativa para que el
Jefe de Gabinete reasigne partidas presupuestarias? ¿Cuál hubiese sido su
posición frente a la estatización de las AFJP o cual fue, si es candidato a la
reelección? ¿Comprende las implicancias económicas e institucionales de dicho
paso?
Y como funcionario de un órgano de gobierno también le caben
los siguientes interrogantes: ¿Le parece bien que la administración pública sea
un botín político para el oficialismo de turno o hay que reemplazar la
designación de empleados por criterios meritocráticos y transparentes? ¿Le
parece sensato que el Poder Legislativo Nacional tenga 10.290 empleados? ¿Qué
piensa hacer al respecto?
O algunos otros, más básicos y conceptuales: ¿Comparte la
idea generalizada de que la riqueza es una torta estática o, por el contrario,
considera que el aumento de la misma depende de un marco jurídico que favorezca
la iniciativa privada y la innovación? Otra pregunta fundamental y que puede
resumir las ideas del candidato, sería: ¿Cuál es su país de referencia, el
espejo político, económico y social que le gustaría para la Argentina? ¿Chile,
Brasil, Venezuela o Cuba?
También los candidatos a representar al pueblo, sin que nadie
se los pregunte, deberían ofrecer la declaración jurada y su trayectoria pública
y privada por Internet, junto a la enumeración de los temas en los que se
concentrará su gestión.
Sobre esto último, los mismos deberían tener claro la
diferencia entre la tarea de control y la de iniciativa legislativa. Los
opositores, en especial si no cuentan con un grupo numeroso en su bloque, tienen
que concentrarse en controlar a los otros dos poderes y, a lo sumo, incidir con
datos sólidos en la redacción de los proyectos cuando son tratados en la
discusión en las comisiones.
Existe una equivocada idea de que un legislador serio es
aquel que presenta muchos proyectos de ley. Pero eso puede resultar testimonial
y una pérdida de tiempo, si no cuenta con apoyo inicial de una cantidad
importante de integrantes de la Comisión que tiene que tratar su iniciativa. De
hecho, la mayoría de los proyectos de ley que se aprueban tienen su origen en el
Poder Ejecutivo y para que un legislador logre que se le apruebe una iniciativa
trascendente, tiene que ser muy influyente y dialoguista o contar con el
decidido apoyo del Gobierno.
Como dato anecdótico vale consignar que, una vez, un ex
diputado nacional capitalino de un bloque minoritario, apenas ingresado a la
Cámara Baja, expresó: "voy a ser el legislador de la reforma política".
¿Cómo puede llegar a ocupar una banca una persona con un
sentido tan irreal de la política? Y como ese ejemplo tan ingenuamente
voluntarista puede haber muchos, en general de aquellos que ingresan y luego
forman parte de espacios legislativos minoritarios, ocupando así una banca
testimonial.
Obviamente, sin partidos que funcionen como tales, la
representación política se degrada. Estas elecciones legislativas son una
muestra de ello, a lo cual se sumará luego el lógico transfuguismo de diputados
y senadores elegidos por un partido y que luego de ingresar al Congreso se pasan
a otro.
Pero, por supuesto, la responsabilidad última es de la
ciudadanía, especialmente la más informada, en tomarse en serio este sublime
momento democrático.
Van para todos también unas preguntas: ¿Cuántas personas
cultas leen el listado completo de la lista que votarán, disponible en Internet?
¿Cuántos luego peticionarán ante los representantes que han votado? ¿Cuántos
asumen la carga pública si fueron designados autoridad de mesa?
Por eso, ante un creciente analfabetismo cívico en todos los
niveles sociales de la Argentina, es lógico que no existan partidos políticos
como tales, con la consecuencia casi generalizada que ello trae: candidatos poco
representativos y legisladores no demasiado responsables.
Gabriel Salvia
DyN