A dos semanas de las elecciones, los
personalismos le están ganando por goleada a las ideologías. Las discusiones por
mostrar los mejores "cómo" destinados a generar mayor inclusión social,
institucionalidad y controles republicanos o para definir el rol del Estado, la
inserción en el mundo o de qué manera abordar la recuperación económica y la
distribución de la riqueza o aún los pros y los contras del famoso "modelo",
todos elementos propios de una elección legislativa, han sido suplantados esta
vez por los "quiénes", una variante mucho más cercana a una elección
presidencial.
Al argentino le seducen las figuras, es verdad, pero esta vez
la culpa de la distorsión ha sido de la clase política, oficialismo y oposición
en su conjunto, que ha situado la elección en ese campo, con poco margen para la
discusión de propuestas. Y a elegir personas marcha la gente, mientras que
algunos de ellos ni siquiera asumirán. Hasta las tiras-sábana de los diputados
de todo pelambre se han transformado en fórmulas para recordar y votar:
Kirchner-Scioli, De Narváez-Solá, Stolbizer-Alfonsín y siguen las firmas en todo
el país.
En la semana, la figura mediática excluyente fue Francisco De
Narváez, ya que, más allá de su presencia en "Show Match" junto a su imitador,
Néstor Kirchner lo victimizó de tal forma que empezó a aparecer a cada rato, aún
nombrado por los opositores que se solidarizaron con él por el caso de la
efedrina. Después, la foto con Julio Cobos lo volvió a poner en el candelero,
diatribas mediante de los dirigentes del Acuerdo Cívico Social contra el
vicepresidente, tanto que en su entorno calculan que esta constante exposición
pública fijó más su imagen que todo el dinero que gastó en la campaña.
Al respecto, el vicepresidente de la Nación también tuvo su
cuarto de hora de impacto mediático y otro que lo buscó, con dos días de alta
presencia en los medios, fue Daniel Scioli, primero con declaraciones de su
hermano José contra la operación de enchastre a De Narváez que él salió a
relativizar, pero para decir que no tenía voceros y que por lo tanto criticaba
casi lo mismo por su boca. Minutos de radio y TV y ríos de tinta dedicados al
posicionamiento de los dimes y los diretes de los candidatos, casi al
estilo de los programas chimenteros del espectáculo.
Ante la ceguera que les genera tan magra oferta de ideas,
en las que alguna parte del periodismo también tiene su cuota de
responsabilidad, parece que los ciudadanos esta vez votarán más por sospechas
que por certezas. Sólo el olfato parece indicarle a los votantes que ningún
candidato se va a oponer, por tomar un ejemplo, a generar empleo y a darle
oportunidad a los excluidos a sumarse a la fuerza laboral o a mejorar el ingreso
de los que tienen trabajo. Ante lo crítico del tema, las diferencias estarán
seguramente en la manera en que se puede encarar una tarea tan decisiva en el
largo plazo, más allá de los parches del mientras tanto. Alrededor de tamaño
esfuerzo, por ejemplo, está el modo de gestionar la educación y la salud como
fuerzas motorizadoras de la inclusión y definir si la inseguridad es o no es una
consecuencia de la situación social o cuál es el sentido de darle más
importancia al consumo interno que a la inversión.
Pero, ¿quiénes podrán hacerlo mejor?; ¿el kirchnerismo, el
PRO, el Acuerdo Cívico y Social, el cobismo o la izquierda? Allí, en la
instrumentación, en lo más conservador o en lo más progresista de cada propuesta
están las diferencias de fondo o aún los matices de las agrupaciones políticas,
pero esto es justamente todo lo que no se ha discutido para saber a qué Congreso
pueden aspirar los argentinos, para que acompañe los dos años que le quedan de
mandato a la presidenta Cristina Fernández.
Sin embargo, lo que único que parece subyacer hasta el
momento es una opción válida en política, pero que no por eso puede convertirse
en excluyente: destruir al adversario. Todos los opositores quieren dejar al
Gobierno sin mayoría legislativa para derrumbar así la hegemonía política del
kirchnerismo y, de paso, sacar a Néstor de la cancha en 2011. Por su parte, el
oficialismo quiere construir las bases de un modelo nacional y popular con
raigambre peronista y de largo aliento. Para ello, dice que necesita seguir
gobernando con apoyo mayoritario en el Congreso.
En materia de leyes, la oposición, casi en su conjunto, ha
señalado que tratará de retrotraer algunas votadas por el kirchnerismo y
prometen que van a reformar el Consejo de la Magistratura para que los jueces no
se sientan rehenes del Ejecutivo, que avanzarán con la reforma política, que
propiciarán una rebaja del IVA en los alimentos, que discutirán el Presupuesto
2010 con otras prioridades en la mano y que se opondrán a seguir con la
Emergencia Económica que sustenta el mecanismo de reasignación de partidas sin
pasar por el Congreso (Superpoderes).
Sin embargo, lo que se ha fijado en la opinión pública es que
el consenso más firme que tienen los opositores y aquello que los une por encima
de toda discrepancia, casi a modo de venganza por el destrato que han sufrido
desde que el kirchnerismo llegó al poder, es que se han juramentado en ponerle
límites bien precisos a su forma tan particular de gestionar, en la que nunca se
discute nada y se avanza siempre en un solo sentido.
Esta bronca con olor a venganza, que se nota en los discursos
de la oposición, algo que también tiene su correlato en Olivos casi como un
enfrentamiento de "ellos contra nosotros", ha generado además un peligroso
sentimiento de repulsa visceral que cruza a una parte de la sociedad para
hacerle morder el polvo al matrimonio gobernante, más allá de si el país está
mejor o peor administrado o qué cosas habría que reforzar o cambiar. Para
muchos, no se trata de hacerlo mejor, sino de hacerlo sin los Kirchner, lo que
mantiene encendida en el Gobierno la recurrente paranoia de las llamadas fuerzas
"destituyentes".
Si algo ha tenido el kirchnerismo hasta el momento es que
no ha dejado enemigo sin convocar. Su manejo de la Administración, que ha
tenido siempre la caja en ristre para apuntalar lo que se necesitara, ha
comenzado a flaquear desde ese costado vital, ya que las necesidades fiscales
son crecientes y en la ocasión la caja no alcanza para conformar a todos.
Por eso, el Gobierno ahora tiene que soportar reclamo tras
reclamo y advertencia tras advertencia, en las que, a diferencia de los partidos
opositores, por detrás sí está implícita una ideología más aperturista que el
standard de los Kirchner. "Quieren volver a la década del 90", diría el
matrimonio.
Y no ha sido sólo el caso del campo, cuyas demandas de
menores retenciones continúan cayendo en saco roto, mientras los números de la
producción se siguen derrumbado de modo estrepitoso en todos los rubros (trigo,
soja, carne, leche), sino que durante la última semana se han escuchado quejas
de los exportadores porque no se les paga en término los reintegros y
reembolsos, de los importadores porque Guillermo Moreno a algunos de ellos le ha
impedido traer mercadería si no exportan, para no complicar la falta de dólares
y también de los hombres de negocios más importantes, nucleados en la Asociación
Empresaria Argentina (AEA), que han hecho cargos directos referidos a la
inserción argentina en el mundo y a las inversiones empresarias en otros países
(caso Techint-Venezuela).
Este punto abre otra polémica que tampoco se ha puesto sobre
el tapete en la discusión electoral, como es la del rol del Estado y el de la
actividad privada, en momentos en que el Gobierno pone directores en empresas o
impide la distribución de utilidades: "el Estado debe establecer reglas de juego
claras y hacer cumplir las leyes. Su injerencia en la toma de decisiones
empresarias, no contribuye a dinamizar la economía ni resulta un aporte al
desarrollo económico y social. El derecho de propiedad de las empresas sobre su
patrimonio y sus ganancias es fundamental para el desarrollo del país, ya que
sin garantías a la propiedad privada no existen incentivos para realizar
inversiones productivas", marcaron la cancha desde AEA.
El mensaje apenas fue un poco menos duro que el que pasó el
Banco Mundial en la semana, pese al dulce de la concesión de créditos para
inversión, es decir dinero atado a proyectos concretos, aunque con contrapartida
de desembolsos locales. Primero, como debilidades, el organismo marcó la
creciente fuga de capitales y la suba de las tasas y señaló como riesgos para la
Argentina tener un alto nivel de endeudamiento frente al cierre de la canilla de
financiamiento, la baja del superávit fiscal y la calamitosa situación de muchas
provincias, mientras que criticó el "mayor peso del Estado" en la prestación de
servicios sociales y en la regulación del mercado, lo que "podría llegar a
debilitar la seguridad jurídica y el Estado de derecho".
Desde el lado del realismo y ya como estrategia electoral, el
Gobierno ha tomado conciencia de que tiene perdida la elección en todos los
distritos grandes y que sólo le queda una porción del Conurbano bonaerense para
dar batalla en la provincia y allí centró sus energías y su dinero,
especialmente en los partidos con mayores carencias, que son los que suman
muchos votos. Ante ese auditorio llegaron durante la semana la Presidenta y
su esposo, a través de diversos actos multitudinarios, con un discurso común que
sumó al estilo atenuado que ahora luce el ex presidente, mucha pasión y emoción
en el caso de Cristina, con apelaciones de campaña que siempre apuntaron a
recordar la recuperación lograda desde 2003 en adelante.
Pero como los Kirchner no saben de callarse la boca, ambos
redoblaron la apuesta pese a todo y la Presidenta dijo que le parece posible
"desarrollar un proyecto nacional y popular aún en un mundo global", mientras
que su esposo arremetió con que "se terminó la época en que los empresarios
vaciaban las fábricas, vendían el patrimonio, cuidaban sus cuentas personales y
dejaban a los trabajadores en la calle".
Ambos estaban promocionando un cambio en la Ley de Quiebras
para atender el caso de las llamadas "empresas recuperadas", una problemática
que mantiene las fuentes de trabajo, aún a riesgo del despojo de la propiedad a
sus legítimos dueños. "Si hay que morir, que sea con las botas puestas", parecen
decir Cristina y Néstor.
Hugo Grimaldi
DyN