Ya son sólo días los que faltan para la
elección legislativa, la primera gran prueba de fuego del gobierno de Cristina
Fernández, y finalmente llegó la hora de la gente, la dueña del destino de los
dirigentes políticos que, al fin y al cabo, viven, respiran, sobreviven o mueren
por el veredicto final de los ciudadanos comunes que emitirán el domingo su
voto. En estos días sí los candidatos tendrán que intentar hacer pie en la
realidad. Hasta ahora se movieron en campañas virtuales, encuestas en mano, con
discursos mediáticos, con estrategias y tácticas dictadas por su intuición, sus
partidos o sus consultores muy bien pagos.
Hoy deben tener todos los postulantes la sensación de que de
una vez por todas tendrán que animarse a mirar a los votantes a los ojos:
hasta ahora no lo hicieron, prefirieron mirarse entre ellos, medirse, sólo en
las altas esferas que habitan hoy quienes tienen de pequeñas hasta enormes
porciones de poder. Claro que los ganará el desconcierto.
Se preguntarán muchos, los que menos contacto han tenido con
los gobernados, si a la postre sus mensajes llegan, si es que elaboraron bien
sus tácticas para ganar votos, si en realidad aprehendieron con claridad las
inquietudes y aspiraciones de quienes tienen en sus manos sus futuros políticos.
Siempre en el oficialismo medra el exceso de confianza.
Con la “vaca atada”, han sentido sus dirigentes que bastaba
con un puñado de anuncios de medidas atractivas y con unos buenos golpes a los
principales rivales para aceitarse el camino a la perpetuación provisoria.
Ahora, se preguntarán si han calculado correctamente. Lo mismo debe estar
ocurriendo hoy en los bastiones de la oposición. Por ejemplo, Francisco de
Narváez se preguntará si realmente los enormes gastos en propaganda que invirtió
para instalar, como lo hizo, su figura, serán suficientes para traducirse en la
avalancha de votos que espera en la provincia de Buenos Aires. Hermes Binner
también estará muy inquieto preguntándose si lo que va de su gestión en la
provincia de Santa Fe cuenta efectivamente con la aprobación de su pueblo.
Cuando gobernaba la bella ciudad de Rosario no tenía dudas: hoy lidia con algo
mucho más grande y desconcertante para él. En Córdoba, el gobernador Schiaretti
se interrogará también si la gran seguridad que gozaba se traducirá en un nuevo
espaldarazo a su propuesta. Elisa Carrió verá ahora si sus alianzas y movidas
para que ella y sus aliados obtengan el voto de la gente disconforme con el
gobierno han servido para sus fines, o si sus vaivenes y discusiones con el
propio acuerdo que elaboró finalmente le tallarán en contra. Margarita
Stolbizer, que por fin llega al momento de presentarse en sociedad, luego de
varias trastadas que el propio radicalismo le propinó, también se estará
cuestionando si su mensaje caló hondo en los bonaerenses o si todavía le falta
mucho camino por recorrer para hacer pie como ella desea en el principal
distrito electoral del país. Julio Cobos esperará constatar si su
posicionamiento como opositor aún siendo parte del Poder Ejecutivo es un hecho
real o sólo un soplo de aire fresco que ya acabó. Una vez más toda la dirigencia
política del país se pone a prueba, una prueba verdadera, contundente y
definitiva.
Juan Perón había escrito su obra “La Hora de los Pueblos” en
una época histórica que parece hoy distante en siglos. La política sufrió
cambios enormes desde aquellos tiempos. Hoy los dirigentes tienen más madera de
empresarios y hombres de negocios que de políticos, y esa sensación se ha ido
instalando también en la mente de los gobernados.
Si antes era la corrupción la peor característica que
envolvía a ciertos dirigentes políticos, hoy es el desapego de la gente real, de
sus inquietudes, sus necesidades, sus miedos, sus anhelos. Los dirigentes de
esta hora creen que con sólo encargar encuestas tendrán las respuestas que
buscan, pero falta poco tiempo para enterarse si estaban en lo cierto, o no.
No perciben que están lidiando con personas de carne y
hueso, no con títeres que manipulan a su antojo con encuestas y datos engañosos
de la realidad, porque ellas son las únicas que perciben la vida tal como es.
Esta semana se sucederán cadenas de actos, de diatribas,
de gestos rimbombantes. Se gastarán fortunas en el tramo final de la campaña,
fortunas que bien podrían utilizarse en mejorar la calidad de vida de las
personas a las que quieren atraer con sus votos en las urnas. Los dirigentes
políticos tienen, periódicamente, que atravesar por el duro trance de un baño de
realidad. En días, no más, tendrán que sumergirse nuevamente en las inciertas
aguas. Después será historia, será otra carrera: la de las presidenciales del
2011, y mientras tanto, la gente seguirá esperando que la vuelvan a escuchar,
como ocurre cada vez que es convocada a votar.
Carmen Coiro
DyN