Pasadas las elecciones, necesariamente el
lunes 29 se levantará la alfombra debajo de la cual han sido barridas las
angustias económicas de la Argentina. El país de ficción institucionalmente
débil que se ha dedicado a dibujar el INDEC, sólo sostenido por dinero de la
ANSeS de escabroso origen, que reemplaza a la menor recaudación y compensa
malamente el exceso de gasto; el país distorsionado por la inflación de dos
dígitos que golpea a los asalariados más pobres, las tarifas aplastadas que
procuran beneficiarlos y el avance del Estado por sobre los privados y el país
esquizofrénico que desprecia al campo, que está alejado del mundo, que no
exporta, ni recibe inversiones, ni tiene financiamiento debería quedar bien a la
vista para que las correcciones que se hagan ayuden a reactivar la economía y a
mitigar la situación social.
Los resultados de las urnas dirán cómo se hará la tarea,
si ha llegado el momento de los consensos y del diálogo que ayude a reparar esas
dificultades en conjunto para que comience a recuperarse la confianza o si se
sigue con la idea del modelo único y totalizador y, por lo tanto, intocable, con
el grado de obcecación que se quiera imaginar. Sea como fuere, las
dificultades se destaparán con toda crudeza y alguien deberá animarse a
resolverlas, preferiblemente en conjunto y con precisión de cirujano, antes de
que el caos de la desidia las torne incontrolables.
En este trabajo, los tiempos también tienen su importancia.
Nada será peor si la oposición sobreactúa o si el oficialismo desprecia el
resultado electoral y se demoran aún más los remedios. En materia económica,
corregir la situación de modo urgente no será solamente la necesidad de
apuntalar el nivel de actividad, sino la oportunidad de hacer algo bien de fondo
por los que más lo necesitan, quienes se han vuelto a multiplicar como hongos en
la Argentina y de asignar prioridades valederas, más allá de aplicar subsidios
para mantener en el mientras tanto ficciones de tarifas bajas o pagar planes
sociales o seguros de desempleo encubiertos.
Los expertos creen que con la ayuda que podría dar una
economía global en débil recuperación todavía, existe un margen de cierto
optimismo para hacer correcciones de fondo. El diagnóstico casi unánime señala
que cuánto más se tarde será más costoso, ya que la recesión local ha comenzado
a pegar fuerte en el mercado de trabajo, tal como se percibe en la mayor
informalidad que acusan las estadísticas privadas y en la suba de la
desocupación que habría sobrepasado otra vez 10%.
Las cuestiones a arreglar pasan por casi todos los temas
descriptos y los analistas no difieren demasiado en la secuencia ideal para
tomar el toro por las astas, comenzando por una sustancial mejora de las
expectativas, que en los últimos dos años se tradujo en una monumental fuga de
capitales del orden de los 40 mil millones de dólares, contados desde las
elecciones presidenciales de 2007, el conflicto con el campo, la estatización de
los ahorros jubilatorios y el adelanto de estas elecciones.
En forma paralela, la balanza comercial se vino
deteriorando y, aunque sus menores excedentes sirvieron para surtir de dólares a
los ahorristas que fugaban, de allí que las reservas casi no se han movido,
la caída sólo se pudo mitigar por el parate importador que estimularon
los controles del secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
Por el lado fiscal, la situación hoy resulta apremiante
porque el superávit se pinchó a dos puntas. Por un lado, cayó la recaudación en
términos reales (inflación) o por menor actividad (recesión), que fue compensada
en parte por los ingresos previsionales, y por el otro el gasto no dejó de
aumentar, especialmente el de infraestructura, ya que fue destinado a darle
sustento a gobernadores e intendentes que apuntalaron las candidaturas
oficialistas, mientras que, a falta de inversiones, el gasto en subsidios estuvo
orientado a mantener el ritmo de la demanda interna.
Todas estos elementos confluyen a poner al tipo de cambio en
el centro de la escena, porque se trata de patas demasiado enclenques que en
circunstancias más dramáticas que las actuales han llevado a la economía
argentina a devaluaciones críticas. Con las mismas recetas, eso es lo que podría
esperarse desde el lado de la competitividad exportadora, de la licuación del
gasto o de la reversión del ciclo de salida de dólares, que parece que no
alcanzaría a mitigar el blanqueo de capitales, aunque aún podrían intentarse
otros remedios menos traumáticos, aunque sean políticamente inviables para el
Gobierno.
Entre ellos, debería generarse un nuevo diálogo con los
organismos internacionales, de tal suerte que el mismo permita avanzar en
arreglos de mediano plazo con el Club de París y con los tenedores de bonos
todavía impagos. Este paraguas podría generar alguna corriente externa de mayor
confianza, para que los capitales puedan volver a fluir hacia la Argentina y
para que mejoren la performance de financiamiento.
Todo parece indicar que para este año las necesidades
crediticias están aseguradas, pero para 2010 y 2011 se necesitarán tomar U$S 21
mil millones para cumplir con los acreedores y no queda claro de dónde van a
salir. Cuando los mercados están cerrados y no es un problema de tasa, lo que
falta es siempre 100%.
Sin embargo, nada de lo que se pretenda arreglar tendrá
efectiva posibilidad de ocurrencia si no se atiende antes la situación del INDEC
y se lo pone a funcionar con la idoneidad y la transparencia que requiere su
misión. Suena inaudito como una dependencia burocrática que durante tantos años
pasó inadvertida haya saltado a ser ahora de tanta importancia en la
reformulación del futuro, pero lo que ha sucedido allí escapa a toda dosis de
asombro.
Un empleado del Instituto que, aún raleado, convive con la
situación, accedió a reconstruir para DyN todos los pasos que se vivieron
internamente desde enero de 2006, cuando llegó la intervención gubernamental
dispuesta a cortar cabezas. Según contó el informante, el Gobierno detectó de
modo cierto, a través de gremialistas de UPCN (gremios de estatales de la CGT)
que pretendían copar el Instituto y desplazar a los de ATE (dentro de la CTA),
que en algunas áreas se filtraban datos a diferentes estudios de economía,
quienes pagaban por los mismos.
La sospecha estaba centrada en que esos pagos no eran sólo
para que se les provea de información anticipada, sino para que inflen los
datos, ya que esos estudios asesoraban a su vez a inversores que aprovechaban la
suba inflacionaria que alimentaba el CER para sacarle más jugo a los títulos
públicos. De allí que, con esa excusa, se desarmara el área de relevamiento
de precios, mientras que los tenedores de bonos que el mismo Gobierno había
entregado para reestructurar la deuda, comenzaron a ser vistos como enemigos del
pueblo.
Según el referente, la manipulación para reducir los índices
para hacer marketing de buen manejo de la economía y para estafar a los
tenedores de títulos ajustados por CER llegó un par de meses después y entonces
se desataron los demonios del descrédito, a partir de que Moreno comenzó a usar
el Instituto al servicio de la causa, tanto para un barrido como para un
fregado. Hasta se llegó a justificar oficialmente la manipulación al decir que,
por no tener índices tan altos de inflación, la Argentina se "ahorraba" equis
millones de dólares en pago de ajustes a los bonistas.
Las comparaciones con las provincias, las de la gente con sus
propias experiencias de compra y las denuncias que hizo la prensa y aún los
mismos empleados de ATE le significaron un deterioro inusitado de imagen al
INDEC y también a sus nuevas autoridades, que se quiso revertir con un cambio de
metodología nunca del todo explicada que toma, por ejemplo, los precios de las
listas oficiales que se pactan con los industriales y no los verdaderos de las
góndolas, en línea con aquellos shows que hacía el mismo Moreno, en la
Casa Rosada, cuando firmaba acuerdos de precios que apenas duraban lo que un
suspiro.
Recién un tiempo después, se descubrió que la distorsión de
los precios generaba algunos desvíos no deseados en el cálculo del PIB, aunque
permitía mostrar que la pobreza y que la indigencia no crecían en la Argentina,
ya que estas variables se miden a partir del acceso a dos canastas de alimentos.
A precios que no suben, más baratas las canastas y menos pobres. Bingo.
La penúltima fue la necesidad de apuntalar el discurso
oficial preelectoral sobre que no se estaba en recesión y entonces se comenzaron
a manipular las cifras de producción industrial con total desparpajo, sin
considerar que las mismas cámaras sectoriales tenían los mismos datos y se los
informaban a la UIA y a FIEL. Otro tanto, ocurrió con las estadísticas del
comercio exterior y ahora ha comenzado a suceder con las de empleo: el veneno se
desparramó por todo el cuerpo.
Tanta ha sido la destrucción del Instituto que llevará un
buen tiempo reordenarlo de verdad, si la decisión política es quitar del medio
ese factor de incertidumbre. En efecto, lo primero que hará el FMI para atender
un pedido de fondos de la Argentina será solicitar estadísticas oficiales
creíbles para avanzar en cualquier auditoría. Los técnicos dicen que el grave
problema será el empalme de las series, pero quienes han sido desplazados
señalan que será posible hacer una reconstrucción no exacta, pero sí lo más
cercana a la realidad.
Lo más difícil de encarar será, en todo caso, cómo
explicar los avales que se le dieron desde los atriles a la misión suicida de
Moreno. Como si le creyeran, la Presidenta y su esposo han usado argumentos
de los que será muy difícil volver. Pero como la situación es complicada, el
matrimonio seguramente privilegiará la practicidad, antes que la ideología. El
miedo, y más en política, no es zonzo y es lo que debería acicatear a los
gobernantes a tomar decisiones desde el mismo día después y no sólo en economía.
Ni la parálisis ni la excitación de la victoria el mismo 29
le deberían dar más chances al avance de la epidemia de gripe A, por
ejemplo. La gente se está muriendo y el Comité de Crisis que preside el Gobierno
no parece actuar con la rapidez que la situación requiere, mientras que en el
imaginario colectivo ha quedado instalado que no se quiso declarar la emergencia
sanitaria, únicamente por una cuestión electoral. Si hasta la ministra Graciela
Ocaña ha demorado la comunicación de su renuncia hasta el lunes, para que su
desacuerdo no influya en el resultado de los comicios.
Hugo Grimaldi
DyN