El Gobierno tardó menos de 24 horas en
darse cuenta de que había ganado las elecciones y notificó a la sociedad que
tampoco había perdido las mayorías legislativas, tal como lo informó e
interpretó la prensa en general.
Lo bizarro de la situación es que nadie del elenco
gubernamental lo pudo verbalizar con anterioridad y que necesitó poner al frente
de la novedad a Cristina Fernández. Así, definiciones presidenciales tan
numéricamente contundentes a nivel país le quitaron sustento a todas las
preguntas del periodismo, ya que no se puede responder acabadamente sobre algo
que no ha existido.
Lástima que un rato antes, el mismísimo Néstor Kirchner se
había inmolado como titular del PJ, aunque seguramente lo hizo porque él sabe
muy bien que el peronismo no se chupa el dedo.
También conoce de memoria el ex presidente algo que ha
sido dicho muchas veces, que la naturaleza del PJ hace que se acompañe siempre a
los que ya no convocan hasta el cementerio, pero sólo hasta la puerta. Los
féretros de Carlos Menem y Eduardo Duhalde hoy le están haciendo lugar al de
Néstor Kirchner para que ingrese al panteón de los perdidosos.
Para colmo, con la terrible performance que se supo
edificar el ex presidente el último domingo, ha quedado entre sus pares como el
ejecutor de un suicidio político, antes que como el tropiezo ocasional de un
caudillo al que le falló un cálculo electoral. A los suicidas, los peronistas
los condenan al infierno, aunque como manotón de ahogado tengan la grandeza
partidaria de dar un paso al costado.
Tampoco parece ser Daniel Scioli el indicado para avanzar en
la reorganización del PJ por estas horas, ya que su jugada de extrema lealtad al
ex presidente mantenida a rajatabla hasta las últimas consecuencias, lo hace
sospechoso de toda sospecha ante sus pares, ya que el propio Kirchner lo acaba
de entronizar en la sucesión.
Más de uno querría verlo también a Scioli dentro del
camposanto y, aunque se ha dejado trascender cierta imagen de rebelión en el
piso 19 del Hotel Intercontinental ante la furia del ex presidente, su
presencia en el escenario avalando la paupérrima justificación de Kirchner, a
los ojos de los Romero, los Puerta, los Schiaretti o los Reutemann lo volvió a
poner en la cola de los sumisos.
Lo cierto es que Néstor no pegó una: perdió bancas y
comprometió al menos las mayorías K en el Congreso; claudicó en Santa Cruz, su
provincia; su idea del plebiscito se destrozó en territorio bonaerense y, aunque
se quieran sumar los votos en todo el país, políticamente quedó en terapia
intensiva, a tiro de entregar la conducción del PJ, como lo hizo.
Seguramente por todo esto, el ex presidente debe haber pasado
ese domingo una de las noches más terribles de su vida política, ya que nunca
antes había perdido una elección.
A las dos y cuarto de la mañana apareció, demacrado y
vacilante, a enhebrar un discurso destinado a minimizar la derrota, hablando de
"un votito" más o menos y poniendo como ejemplo a otros distritos donde la lucha
había sido pareja.
La procesión iba por dentro y se notaba la furia contenida
que le impedía estructurar un discurso coherente. Si hasta dijo que, pese a
perder por "poquito", no iba a denunciar fraude. Bueno sería que, en su
paranoia, el kirchnerismo haya pensado que les dieron vuelta las urnas.
En tanto, los muchachos de La Cámpora seguían bailando
en el medio del salón como si nada hubiese pasado, mientras gritaban consignas
referidas a la "liberación" fuera de tiempo y espacio. Kirchner apenas los
escuchó y los hizo callar. Estaba ido. Ni siquiera supo articular entonces lo
que su esposa dijo 16 horas después. Como dicen los chicos: "todo mal".
Hugo Grimaldi
DyN