En unos días más, Guillermo Moreno saldrá
de la Secretaría de Comercio Interior y aseguran que su larga y poderosa mano
dejará también de acomodar los tantos en el INDEC. Sobre ambas cuestiones, más
sobre la primera que sobre la segunda, parecen no quedar dudas y no lo dice
ninguno de sus enemigos íntimos, que los tiene al por mayor, sino que lo revelan
algunos de sus compañeros de ruta que han comprendido que su presencia en el
Gobierno es un salvavidas de plomo para la gestión de Cristina Fernández.
Parece increíble que resolver la salida de un oscuro
funcionario de segunda línea sea hoy casi una cuestión de Estado que deba ser
tratada en la mesa chica de las decisiones, en el retiro espiritual de El
Calafate, pero Moreno no es un cualquiera, sino un soldado kirchnerista
todoterreno, leal y efectivo, más allá de que ideológicamente representa lo
más ortodoxo del peronismo histórico en materia de pensamiento económico, lo que
agrada sobremanera a los Kirchner.
Tampoco el secretario tuvo jamás ni voz ni voto en esas
tenidas pingüinas y pese a que lo oscuro de su proceder ha generado más rechazos
que amores, Moreno no es un López Rega, por ejemplo, porque él recibe órdenes y
no sugiere líneas de acción, tal como hacía aquel nefasto personaje que había
cooptado la voluntad de Isabel Perón. Pero a esta altura del deterioro que le
provocó al Gobierno el traspié electoral del 28-J, sin ser un decisor no deja de
ser el "Lopecito" del Gobierno, el puchingball ideal que tienen los
opositores para pegarle por elevación a la Presidenta y a su esposo. Entregarlo
no es fácil.
En su fidelidad, el "Napia" ni se animó siquiera a dar un
paso al costado sin esperar un guiño de Olivos, aunque sabe bien que, si se
queda y deja que lo sigan defendiendo, debilita aún más al matrimonio, sobre
todo en esta instancia de diálogo que acaba de proponer el gobierno nacional.
Igualmente, la situación se ha tornado enfermiza, ya que los Kirchner no han
querido hacer rodar su cabeza para no agrandar a quienes se la pedían, mientras
éstos se solazan cada vez más cuando lo critican, porque el funcionario está
atornillado a su cargo.
Con respecto al INDEC, la cuasidelictiva manipulación de
las estadísticas públicas que el funcionario llevó adelante en el organismo
llegó para disimular su estruendoso fracaso de gestión y el de sus mandantes,
en cuanta lista de precios se intentó pergeñar en aquellos días de gloria, de
acto tras acto, en la Casa Rosada, cuya misión principal era acumular firmas por
sectores (y fotos para los diarios) en convenios que solían durar lo que dura un
lirio.
También el manoseo de los precios que se realizó en el INDEC
tuvo una justificación que linda con la estafa, a partir de lo que se presentó
como una divertida aventura quijotesca de "ahorro" fiscal, para evitar que los
índices se trasladaran a la deuda indexada por CER en aquellos bonos que el
propio Gobierno entregó bajo ese régimen a acreedores locales e internacionales.
Más tarde, como todas las estadísticas públicas tienen su
correlato, el proceso de deterioro del INDEC sirvió para encubrir desde el
discurso el espantoso retroceso social que sufrió la economía cuando la
inflación volvió a poner en marcha la ominosa fábrica de pobres e indigentes y,
por último, cuando el Gobierno decidió que había que esconder la realidad
productiva de los tiempos de la recesión.
Parece insólito que Moreno haya embarcado a la presidenta de
la Nación en tantos papelones y que nunca nadie desde el Gobierno le haya
reprochado nada. Probablemente, ninguno leyó algún libro de historia económica
argentina y no sabía o no recordaba que los controles de precios habían
fracasado invariablemente, aunque los empresarios, que sí lo tenían en claro, se
callaron irresponsablemente la boca en aquellos tiempos del pináculo
kirchnerista, quizás engolosinados porque ganaban mucho dinero por entonces o
probablemente apichonados por los modos tan particulares del secretario, una
letrina a la hora de apostrofarlos.
Igualmente, la gran incógnita a dilucidar en todo este
proceso que está por comenzar es saber si Moreno se irá realmente del Gobierno,
ya que su pecado, en todo caso, habrá sido el de haber seguido a rajatabla
órdenes superiores, que han sido siempre compatibles con su modo de concebir
la economía: mucho Estado, nacionalismo empresario, planificación centralizada,
mercado interno y control de precios, con el sello de "aprobado" del burócrata,
siempre en ristre.
Esa fue su función en la secretaría de Comercio, la que aún
hoy sigue dependiendo funcionalmente de Economía y en la que se ha comido
sucesivamente a cinco ministros: Roberto Lavagna, Felisa Miceli, Miguel Peirano,
Martín Lousteau y Carlos Fernández. Ninguno de ellos consiguió que hasta ahora
la página web del ministerio (www.mecon.gov.ar) tuviera un link con la
secretaría de Comercio, tal como ocurre con las demás dependencias que están
dentro del organigrama.
Si a los ministros no les interesó ser ninguneados así, no
parece ser lo más grave, sino que lo delicado es que los consumidores nunca
pudieron saber qué se hace o qué se deja de hacer puertas para adentro de un
área que afecta sus bolsillos, mientras que a Moreno no sólo probablemente lo
divertía esta posición de outsider, sino que era su forma de recordarle a sus
jefes virtuales de quién dependía, más allá de que parece que la transparencia
no es una de las virtudes que más aprecia el aún secretario.
De algún modo, el pecado más grande de Moreno es haber sido
la cara visible y negativa de un "modelo" que sumó y aún sigue sumando
desconfianza y que llevó durante los dos últimos años a una monumental fuga de
capitales, programa que ahora parecería haber quedado sujeto a la discusión del
diálogo "serio, constructivo, responsable y realizable" que ha propuesto la
Presidenta a todos los sectores productivos, en simultáneo con la llegada de
Amado Boudou al Palacio de Hacienda.
Para el nuevo ministro, ya son bien conocidos los desafíos
que le presentará la economía postelectoral en varias materias, aunque todos
ellos convergen en la necesidad que tiene la Argentina de reinsertarse en el
mundo, desde el financiamiento y las inversiones, para recuperar solvencia
fiscal y mejorar su performance exportadora. Allí, deberá apuntar sus cañones,
en primera instancia.
Durante las últimas semanas, al menos dos economistas de
fuste habían sido conversados para reemplazar a Fernández en Economía y ninguno
de ellos quiso aceptar con Moreno sentado en su sillón. Todos lo saben, y
Boudou también, que encarar un acercamiento con los organismos internacionales
para buscar financiamiento implica poner en regla el INDEC hacia adelante al
menos, con reglas de juego diferentes a las actuales y ver cómo se hace para
disimular lo pasado.
En relación con el llamado presidencial al diálogo, el mismo
día de las elecciones esta columna sostenía que "los resultados de las urnas
dirán? si ha llegado el momento de los consensos y del diálogo que ayude a
reparar esas dificultades para que comience a recuperarse la confianza o si se
sigue con la idea del modelo único y totalizador y, por lo tanto, intocable, con
el grado de obcecación que se quiera imaginar de aquí en más. Sea como fuere,
las dificultades se destaparán con toda crudeza y alguien deberá animarse a
resolverlas, preferiblemente en conjunto y con precisión de cirujano, antes de
que el caos de la desidia las torne incontrolables".
Bien vale recordar esos conceptos porque los resultados se
dieron de esa manera y porque parece que, después de la elaboración del duelo y
de las primeras dudas, se avanzará en consecuencia, casi como un soplo de aire
fresco que nadie debería desconocer como algo muy positivo, aunque con algunos
matices que conviene precisar, para que nadie suponga que el kirchnerismo está
arriando sus banderas.
En primer lugar, con mucha picardía, el Gobierno ha decidido
dejar de ser el malo de la película. Por eso, el diálogo económico ha sido
planteado de modo muy amplio con "los sectores de las finanzas, la industria,
los servicios que definen el cuadro tarifario, el sector de la energía, del
campo y los trabajadores", con la idea de que como los recursos son del tamaño
de una manta corta, los unos se neutralicen con los otros para que el Gobierno
sólo sea el encargado de aplanar la volatilidad de los lobbies
sectoriales con mayor poder de presión, para evitar así "la prevalencia de
intereses de los más poderosos sobre los más débiles".
También la búsqueda de consensos apuntará a dilucidar "cómo
se asignan los recursos y qué prioridad se da en la asignación de esos recursos
para mantener nivel de empleo, nivel de actividad económica y nivel de las
empresas" y en esta línea, la primera pregunta que el Gobierno inducirá a que le
contesten los representantes del campo en la mesa de diálogo común, por ejemplo,
es "cómo se compensaría una eventual rebaja de retenciones o de dónde saldrán
los fondos". De allí, el adjetivo "realizable" que, no por casualidad,
apareció en la definición de diálogo que consignó la Presidenta.
Como un tercer elemento a considerar, hay que tomar
debida nota de un concepto que la Presidenta repitió tres veces, sobre la
responsabilidad de la conducción y de hacer lo mejor que se crea para el
conjunto: "el diálogo es maravilloso, pero luego de dialogar hay que tomar
decisiones, por lo menos en materia de gestión". Es decir que el Gobierno, como
debe ser en la democracia, se reserva la última palabra y la última acción.
También hay que marcar que las provincias no han sido
convidadas a esta discusión, ni tampoco las fuerzas políticas, en línea con la
vieja idea peronista de que en la mesa de las decisiones económicas y sociales
estén las tres patas corporativas de las empresas, los trabajadores y el Estado.
A ellos se les reservó la discusión de una necesaria y bienvenida reforma
política, que tendrá ocupados a los legisladores durante un buen tiempo en el
armado de un esquema electoral mucho más lógico que el actual, en el que los
ciudadanos se sienten convidados de piedra de los dirigentes.
El emblemático Moreno, será en última instancia, la frutilla
del postre de todo este menú que se fue construyendo de a poco, sin preparación
previa e impulsado por la dinámica de las circunstancias. Primero, la Presidenta
debió dejar ir a Graciela Ocaña y a Ricardo Jaime; luego le dio salida a otro
par de ministros, lo que fue leído a partir de los reemplazos como más de lo
mismo y ahora logró recomponerse bastante con este llamado al diálogo. Al fin y
al cabo, el centro del ring es el lugar donde más cómodo se siente el matrimonio
Kirchner.
Hugo Grimaldi