Después de la fuerte derrota electoral
sufrida por el oficialismo, la convocatoria al diálogo suena más a una idea del
Gobierno para intentar ocultar la fuerte debilidad en la que ha caído, que a un
gesto sincero por dar vuelta las cosas que están tan mal en las relaciones entre
el poder y los representantes de los distintos sectores sociales.
Aunque es muy precoz todavía el desarrollo de los encuentros
con los dirigentes de la oposición, no hay que ser demasiado pesimista para
vaticinar que todo quedará en agua de borrajas.
Al fin y al cabo, el kirchnerismo convoca a un diálogo con
el declamado propósito único de poner en marcha la Reforma Política. Toda una
ironía.
Desde la asunción de Néstor Kirchner la sociedad
reclamaba un método para transparentar de una vez por todas la actividad
política, harta de los desaguisados sufridos durante la crisis que desencadenó
en la caída del presidente Fernando de la Rúa.
Néstor prometió pero no cumplió y la reforma política quedó,
no en el fondo de algún cajón, sino en el cesto de la basura.
Cuando Cristina Kirchner se lanzó a la campaña electoral por
la Presidencia, reflotó aquel antiguo proyecto que su propio esposo había
desestimado. Es que seguía leyendo el reclamo persistente de la ciudadanía por
un saneamiento de la forma en que se maneja la vida política, y en consecuencia
electoral, de este país con una democracia que nunca termina de fortalecerse.
En el primer año y medio de su mandato no sólo no se volvió a
tocar el tema, sino que el Gobierno aprovechó las elecciones legislativas en
ciernes para poner en marcha un compendio de violaciones a las normas
democráticas más básicas. Allí, no tenía ninguna cabida la supuesta intención de
lanzar una reforma política.
Lejos de ello, el kirchnerismo se esmeró y mostró una
imaginación que otros antecesores peronistas no habían tenido para torcer las
leyes electorales. No sólo adelantó en seis meses los comicios para acorralar a
la oposición y para no seguir cayendo en el desgaste de imagen ante la opinión
pública que ya era patente, sino que además inventó una serie de gestos que eran
verdaderos golpes a las instituciones.
Las candidaturas testimoniales fueron un escándalo
mayúsculo pero la Justicia no llegó a sancionar esa burla a la democracia.
Las listas colectoras, las listas espejo y todos los artilugios que elucubró el
kirchnerismo para asegurarse el triunfo electoral, también formaron parte de esa
lista de irracionalidad.
Sin hablar del tono que tuvo la campaña: fue una de las más
sucias de las que se recuerdan, donde al menos hubo dos movidas del oficialismo
que mantuvieron vivo el asombro: primero denunciaron judicialmente al principal
adversario, Francisco de Narváez, por una presunta vinculación nada menos con el
narcotráfico y luego, al constatar que esa movida no había sido suficiente para
hacer caer la imagen del empresario devenido a político, sacaron de la galera a
un tal "Fernando de Narváez" para que se presente en los comicios bonaerenses
con la clara intención de confundir al electorado a la hora de tomar la boleta
correspondiente.
Nada de eso sirvió, y Néstor Kirchner, sus testimoniales,
sus colectoras, fracasaron irremediablemente.
Después de todo ello, ¿quién puede confiar en la
sinceridad de los convocantes a un diálogo político, después de haber demostrado
semejante habilidad para contradecir la necesidad de una transparencia en la
vida partidaria?
Elisa Carrió fue la única que demostró no creerle, porque
aunque todos los demás dirigentes de la oposición tampoco lo creen, optaron por
mantener una actitud políticamente correcta. "Si nos llaman a dialogar vamos; si
es lo que veníamos reclamando desde hace años", justificaron los líderes de las
distintas agrupaciones.
Carrió fue vituperada por el portazo que le dio al Gobierno,
sobre todo teniendo en cuenta que su última performance electoral no fue para
nada halagueña. Margarita Stolbizer, sintiéndose triunfante, optó por desafiar a
su jefa política y fue a la mesa que presidía el ministro del Interior,
Florencio Randazzo.
Tuvo buenos argumentos para concurrir, y lo que quedó una vez
más al descubierto fue la falta de sentido democrático de Carrió a la hora de
manejar las decisiones de su espacio político. Dio un portazo y se fue de viaje
otra vez para olvidar el mal trago que le proporcionaron sus asociados.
Sin embargo, a la larga Carrió volverá para enrostrar a
todos, en público y en privado, que ella tenía razón. Es que de esta ronda de
diálogos no cabe mucho la posibilidad de que el Gobierno realice alguna
modificación profunda o tome en cuenta de verdad al menos algunas de las
sugerencias de la oposición.
No, lo que pareció haber hecho Cristina Kirchner fue ganar
tiempo, largar cortinas de humo para que no se mire la realidad.
Así como el tan mentado diálogo tiene un destino muy
probable al fracaso, sus modificaciones en el gabinete ministerial, otro
supuesto movimiento para mostrar como que se hizo cargo de la derrota electoral,
fue un buen ejemplo de gatopardismo.
El nuevo ministro de Economía, Amado Boudou, "premiado" tal
vez por la movida que tuvo su participación en la estatización de las AFJP, y
por las cartas que mandó como titular del ANSES a los millones de jubilados
argentinos para convencerlos de que voten a Néstor Kirchner, intentó mostrar
cierta autonomía a la hora de asumir en el palacio de Hacienda.
Lo que recibió fue un cachetazo y un baño helado de realidad:
él, ni nadie, manejará los hilos de la economía, porque los retiene con fuerza
casi sobrehumana el derrotado Néstor Kirchner.
Los otros cambios fueron sólo enroques que sí revelan un
encumbramiento en el favor presidencial de Aníbal Fernández, ahora flamante jefe
de gabinete.
Primero las elecciones, luego la Gripe A, ahora el diálogo
con políticos —y dentro de poco con los factores económicos y sindicales del
poder—, todos sirvieron para tapar la peor realidad por la que atraviesa el
país.
Lejos de haberse erigido como un país exitoso en lo
económico en medio de un desierto en el que hasta el más pintado país
capitalista quedó derretido, como lo quiere mostrar la presidenta Kirchner, la
verdad es que el país está haciendo agua por todos los costados. La economía
decrece irremediablemente, el gasto fenomenal para las elecciones dejó al Tesoro
como un queso gruyere, la recaudación cayó en picada por el frenazo en la
actividad económica, el desempleo subió proporcionalmente y la pobreza sigue y
sigue creciendo.
¿Qué medidas económicas planea el Gobierno para salir de ese
atolladero? No se conoce ninguna. Sólo se traslucen los movimientos vengativos
de Néstor Kirchner, ahora al parecer embarcado en hacer pagar a cada uno de sus
supuestos "traidores" el alto precio para calmar su sensación de caída al vacío.
Así, ya los intendentes del conurbano que no lograron
aportarle los votos que él esperaban están sintiendo el sabor del castigo, como
el gobernador de Santa Cruz, como el mandatario de Chubut, como el propio Daniel
Scioli.
Néstor Kirchner sigue manejando los hilos del poder, porque
los tímidos gestos de su esposa no han servido, al menos hasta ahora, para
convencer a la sociedad de que realmente han tomado nota de la derrota y tienen
firmes intenciones de cambiar, para mejorar la vida de la gente, porque la de
ellos —al menos su patrimonio en crecimiento geométrico lo demuestra— tienen su
futuro material, y el de sus descendientes, ampliamente asegurado.
Mientras tanto la Argentina vuelve a exhibir un récord: es el
segundo país del mundo en cantidad de muertes por la misteriosa y temible Gripe
A. Y para la presidenta Cristina Kirchner, eso no se debe a pésimas políticas
sanitarias, a condiciones de vulnerabilidad enormes de parte de la mayor parte
de la población, a la ausencia del Estado a la hora de garantizar los derechos
mínimos de la población, como es el derecho a la vida y a la salud, no, según la
Presidenta, eso no es más que consecuencia de que aquí "se dice la verdad" sobre
las cifras y "todo el resto del mundo" miente.
Carmen Coiro
DyN