A poco más de un mes de las elecciones, la
realidad política y económica argentina resulta cada vez más inasible, como si
todo ocurriera debajo de la superficie, lo cual llena de incertidumbre a la
gente que atraviesa ya momentos de profunda desazón.
Lejos de estar logrando al menos mantener una estabilidad que
garantice la gobernabilidad hasta el fin del mandato de Cristina Fernández, el
Gobierno parece estar dando puñetazos al aire para castigar no sólo a los
factores de poder que le fueron adversos y contribuyeron a su derrota electoral,
sino también a los propios ciudadanos, porque no votaron al oficialismo.
En la quinta de Olivos, el ex presidente Néstor Kirchner,
quien maneja todo el poder político del Gobierno, elucubra acciones
interminables tal vez para saciar su rencor y para tratar de ocultarse a sí
mismo la verdad tangible que le gritaron los electores con su voto.
Así, Kirchner, por un lado, intentó asegurarse una imagen
internacional potable al liberar el pago de parte de la deuda, y al mismo tiempo
teje en su telar hilos que van armando una urdimbre más parecida a una telaraña.
El diálogo político, tal como se podía prever utilizando el mínimo sentido
común, resultó, como lo calificó Elisa Carrió, una "farsa" en la cual los
invitados quedaron muy mal parados. El kirchnerismo los dejó como figuritas
pintadas y con las manos vacías. La presunta estabilidad económica se corre para
dejar que salgan de debajo de la alfombra todos los factores que se intentaba
mantener ocultos.
Las tarifas de los servicios públicos básicos estallaron
después que Néstor Kirchner decidió sacarles el corset que mantenía
atadas a las empresas concesionarias. Ya no es tiempo de populismo ni demagogia:
es tiempo de venganza, parece estar dictando Néstor Kirchner desde su bunker en
Olivos, mientras su esposa la Presidenta acepta desdibujarse hasta haberse
convertido meramente en una figura que aparece en fotos de actos protocolares.
El Gobierno está dejando caer en la inanición a las
provincias, cuyos gobernadores reclaman fondos sin respuesta.
El campo sigue sin obtener nada de todo lo que ha venido
reclamando, después que el único diálogo al que fueron convocados sus dirigentes
probara que, al igual que se desarrolló con gobernadores y partidos políticos,
sólo fue organizado para que se ratificara la inflexibilidad absoluta del
Gobierno respecto de los temas más críticos. Pareciera que el lema desde el
oficialismo fuera "no nos votaron, ahora pagarán", aunque las consecuencias, a
la larga o a la corta, se les devuelva con mucha más fuerza. El Gobierno alega
no tener fondos ya para subsidiar a las compañías de servicios, entonces quienes
pagan son los pobres usuarios que se vienen espantando con el geométrico aumento
en sus facturas. Si los sueldos no llegaron nunca a equipararse con la enorme
inflación, ¿cómo creen que la gente podrá pagar esas cuentas siderales? Sin
embargo para otras decisiones sí parece haber dinero.
La supuesta intención del Gobierno de monopolizar a través
del "canal público" de televisión la transmisión del fútbol viene aparejada con
una enorme derogación de millones de pesos. Una vez más fondos sí, pero para
saciar el rencor.
Para colmo el Papa se metió en la realidad argentina para
gritar ante el mundo lo "escandaloso" de la pobreza creciente en el país. En un
país cuyo gobierno se autodefine como "progresista", el enorme crecimiento
económico de años atrás resultó que fue a parar a los bolsillos de los más ricos
y poderosos, porque la gente común fue arrojada a la indigencia. La Argentina,
país "bendito", como lo definió el cardenal Jorge Bergoglio en la misa por San
Cayetano, tiene a casi la mitad de la población sumida en la pobreza. Muchos más
de los que se registraban en la terrible crisis del 2001.
Y como lo graficó muy bien Bergoglio, la mayoría de la gente
ya no tiene esperanzas, "tiró la toalla". No tiene más a quién pedir. Sólo le
queda Dios. Porque tampoco la oposición está haciendo nada para aliviar a la
sufriente sociedad.
Los partidos que salieron triunfantes en los últimos comicios
ahora muestran sin pudor que en realidad armaron una bolsa de gatos con el único
propósito de hacerle morder el polvo al kirchnerismo. Lo lograron, pero ahora
cabe preguntarse, ¿para qué? ¿con qué propósito? La debilidad de la clase
política argentina es una realidad tan dura como el malhumor social que impera
hoy en el país. Nadie parece tomar nota en la cúpula del peligro que acecha si
no se ponen cada uno "a sus cosas", a cumplir de una vez por todas con los
deberes que le impone la Constitución y el régimen democrático. No se puede
dejar sola a la gente cuando atraviesa su peor momento.
Carmen Coiro
DyN