En el genial libro La Chispa de Perón,
de Fermín Chávez, se desliza la opinión del General sobre los que se decían
“independientes” con una jugosa anécdota.
Allí se habla de que Perón en 1967 trataba de hacer un
acuerdo con Balbín y las negociaciones se llevaban adelante en Puerta de Hierro.
El delegado del líder radical era Facundo Suárez, que le transmitió a Perón la
inquietud de Balbín por la opinión de los independientes sobre el acuerdo. A lo
que este le explicó:
“Pero Facundo, dígale al doctor Balbín que no se preocupe.
Esos andan con la escalera al hombro para ver a quien se suben primero”.
Cuando la señal de noticias TN hace un culto sobre el
periodismo independiente, la simpleza de Perón para analizar los fenómenos
políticos y sociales le da un golpe de nocaut a esa presuntuosa afirmación.
Más cuando se tiene en cuenta que esta señal de noticias pertenece al Grupo
Clarín, donde permanentemente es avasallada la libertad política de sus
periodistas y en donde la censura es moneda corriente.
De esto fui testigo directo en mi breve paso por la redacción
del gran diario argentino entre 1999 y 2000 cuando desde el matutino sus
periodistas no podían criticar al gobierno de De la Rúa. Cuestión que llegó al
pico máximo el día de la renuncia al Ministerio de Economía de José Luis
Machinea. En una magistral obra de lo que no debe hacerse en periodismo, en el
titular de la tapa se hablaba en potencial de los posibles reemplazantes y
minimizaba la noticia que con todas las letras era la más importante: la
renuncia del Ministro de Economía, indicada más chica en la volanta. Luego De la
Rúa con su desastroso gobierno se encargó de que oportunamente el Grupo le
soltara la mano.
Otro ejemplo de que la censura atraviesa la mayoría de los
medios, la comprobé en la redacción del diario La Razón, en la época en que uno
de los dueños era Juan Alemann. Allí, si se tenía que nombrar a Augusto Pinochet
estaba prohibido agregarle la palabra dictador, y menos asesino. Solo se lo
podía llamar como ex militar. Cuando el Grupo Clarín compró el vespertino,
fundado por los Peralta Ramos, Alemann siguió escribiendo ahí pese a que había
sido un notable ex funcionario de la dictadura. Otra perlita más de las
complicidades y el doble discurso que reina en los paladines del “periodismo
independiente”.
En La Razón trabajaba también Pablo Llonto, que venía
de ser otra víctima del “periodismo independiente”: por defender los derechos de
sus compañeros de Clarín, cuando era delegado gremial, no se le permitió
ingresar a trabajar al diario a partir del año ‘91 y en 1999 fue despedido de la
empresa por un fallo de la Corte Suprema menemista.
Los que marcan la agenda
Por eso, da bronca que ninguno de los medios de comunicación
actuales salga de la agenda que marcan los grandes grupos, ya sea por derecha o
por izquierda. Hasta ahora, ninguno despegó de esa lógica y todos siguen la
evolución de las mismas noticias. Con esto se abusa en la sobreinformación y la
poca profundización, junto con el ocultamiento de los temas más espinosos o que
tocan grandes intereses económicos.
Nunca podemos ver en ninguna portada a cuánto asciende la
evasión a través de la timba financiera, que vuelve necesaria una ley que regule
esa actividad para que pague sus correspondientes impuestos. O quiénes son
los dueños de los grandes pooles de siembra o los dueños de las tierras.
O los nombres de los que talan árboles para sembrar soja. O los que evaden
impuestos y se llevan la plata al exterior. Eso no es noticia para quienes
permanentemente nos inundan con datos irrelevantes de la realidad o quieren que
muchas personas vivan vidas ajenas, como si fuera una cuestión nacional que
Susana Giménez debe tener o no un nuevo novio.
El desafió pasa por no caer en la trampa de lo que te imponen
que es noticia. El sueño de un medio con criterio propio no es imposible. El
periodismo no se hace con personas sin ideología, todo lo contrario. Por lo que
sería sano que cada uno asuma su identidad política y sea consecuente con eso.
Muchos confunden periodismo con una eterna editorial de crítica y
antioficialismo, cuando lo que vale es lo que se piensa. No está mal ser
oficialista si el gobierno de turno coincide con la ideología de uno, porque si
no queda libre el camino para los que son oficialistas por cuestiones de
bolsillo.
Cuando cada uno asuma su identidad política sin tapujos y sin
ocultamientos se podrá hacer un periodismo mejor, aunque suene a utopía.
Roberto Koira