El asesinato brutal de la arquitecta Renata Toscano, de 43 años, en un intento
de robo a su auto el martes pasado, pareció desencadenar un efecto rebote en los
habitantes de dicha localidad del sur del conurbano bonarense, quienes
espontáneamente salieron a reclamar por más seguridad y a pedir respuestas a la
corporación política y la plana mayor de la Bonaerense. En las manifestaciones,
que fueron tres, se pidió la urgente presencia del gobernador Scioli y del
ministro de Seguridad Stornelli, pero ambos brillaron por su ausencia. Hastiados
por dicha falta de respuesta, un grupo más exaltado irrumpió en la Comisaría 5 y
exigió la presencia del jefe de dicha repartición. Tras momentos de máxima
tensión, el mismo accedió a los reclamos y ensayó una torpe respuesta. Alegó lo
de siempre, que él y sus efectivos hacen lo posible, que le faltan efectivos y
medios y prometió una serie de medidas adicionales que no conformaron a los
indignados vecinos. Pero lo que más levantó iracundia es que mientras se
efectuaba en La Plata, el jueves, una reunión entre el citado ministro y la
plana mayor de la repartición en cuestión, Daniel Scioli participaba en Chubut
de un acto para apoyar la candidatura 2011 de Néstor Kirchner. Típica postal de
época, en la cual mientras todos los días mueren inocentes víctimas de la
inseguridad, la pareja gobernante sigue empeñada en celebrarse a sí misma.
Ante otra muestra de desidia, las Familias de Víctimas de la Inseguridad
convocaron para el miércoles 9 de diciembre a una marcha frente al Congreso
Nacional de 18 a 21 hrs, bajo el lema Por los que ya no están y por los aún
estamos. Ante esta manifiesta sordera e inoperancia que manifiesta gran parte de
la corporación política, la ciudadanía nuevamente se juntará en pos de seguir
reclamando por justicia y seguridad.
Sin paz ni justicia
San Agustín afirmaba que la paz es la tranquilidad en el orden. Actualmente en
la Argentina no se cumple esa elemental ecuación, pues la ausencia de
tranquilidad es debida mayormente a la creciente agitación social que sacude
cotidianamente las calles de los principales distritos del país. Y la falta de
paz radica en la consecución de esta suerte de guerra social que parte en dos
las esperanzas de miles de compatriotas que sólo pretenden trabajar y vivir en
armonía.
Más allá del áspero debate sobre la imputabilidad de los menores, y la justa
rabia de quienes han sufrido un delito o temen ser víctimas de uno, es evidente
que detrás de la torpeza del Estado para implementar políticas preventivas,
subyace una explícita complicidad. Es que se ha afirmado, no sin asidero, que la
ausencia del Estado multiplica por mil la inseguridad. Y la torpe postura del
gatillo fácil y el aumento de las penas carcelarias sólo contribuyen a empeorar
la situación y embarrar una cancha que ya es intransitable de por sí.
Además, la enorme brecha económica entre los que tienen demasiado y quienes
carecen de todo, azuzados por un torpe bombardeo publicitario donde se exalta el
lujo asiático, es el caldo de cultivo ideal para que más temprano que tarde se
produzca un remedo del tan temido estallido social que sembró de luto al país en
diciembre de 2001.
Tampoco se soluciona tan acuciante problema incinerando las villas con napalm,
como han sugerido algunos ultramontanos. Antes de efectuar semejante osario al
gas, sería mejor individualizar dentro de las mismas a los barones del paco, a
los capos del escruche automotor y a los punteros encargados de mediar entre el
barrio y los barones del conurbano. Y junto con ellos, a sus empleados en la
truchada que revistan en las filas de la Federal y la Bonaerense, como también
los encuadrados dentro del poder judicial.
Neutralizados estos, y seguidamente establecer una coherente política social que
enaltezca el trabajo digno y erradique al clientelismo para que en breves años
nuevamente vuelva la paz y la justicia a enseñorearse en esta castigada Patria.
Pero claro, para eso se necesita una absoluta concordia entre representados y
representantes, fruto de un patriótico acuerdo donde prevalezca el bien común en
detrimento de los mezquinos intereses de sector.
Fernando Paolella