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En el nombre del padre

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CRÍTICA DE ESPECTÁCULOS
CRÍTICA DE ESPECTÁCULOS

Con un elenco de primer nivel, esta versión de Medea se luce por su puesta en escena e intensidad. La tragedia griega de Eurípides despierta sensaciones encontradas en el público que, a pesar de estar separado por casi dos mil años,  encuentra en el escenario planteos morales de nuestros tiempos.

 

 La Sala Casacuberta se dispone como un teatro griego. Sobre una figura circular se colocan los asientos, rodeando es escenario. Este posee como complemento un ovalo que hace la suerte de primer plano de la acción. La sensación de tener a los personajes batallando a escasos metros, envuelve a los espectadores y crea un clima inquebrantable.  

 En cuanto a los aspectos técnicos, los efectos de luces adentran a los espectadores en un terreno onírico. La acción principal se desencadena sobre la plataforma ovalada, donde un juego de luminarias crea paisajes lúdicos y majestuosos. El fondo trate a la mente palacios griegos de suntuosas columnas, erigidas con haces resplandecientes. La sensación traspasa los sentidos y realza aún más el drama de la tragedia.

 La astucia del director Pomeyo Audivert está en fusionar la inmortal obra de Eurípides para sumergirla en la problemática de género y exaltar las fricciones, haciéndolas propias del publico para asienta frente a los épicos reproches entre los personajes.

 “Los escritores nunca hablaron bien de las mujeres”, declara una de las doncellas integrantes del coro sobre el comienzo, junto a la nodriza, representada por Tina Serrano. Es que en el mundo griego la mujer era temida, de allí nació el desprecio hacia su figura. Estos personajes hablan de la vida “envidiable” de una fémenia que posea una familia “normal” y que de no ser así resulta mejor “la muerte”, creencia que luego la misma protagonista se empeña en cuestionar y refutar. Es sobre este modo de vida impuesto en la sociedad griega –occidental- que la tragedia de Medea se disemina sobre el teatro.

 Esta bárbara, extrajera, que llega al Teatro San Marín en la piel de Cristina Banegas se caracteriza por la astucia, pero también la pasión y la cólera, que la llevara hasta las últimas consecuencias para vengar un desengaño del héroe Jasón, Daniel Fanego, quien está próximo a contraer nupcias con la hija del rey Creonte(Héctor Bidonde).

 Esta pareja es el centro de la obra, expedidos al cruce mediante el agraciado aparecer de Corifeo, dirigente del coro (Analía Couceyro). Durante los 90 minutos que dura la obra el publico ya no puede distinguir realidad de evocación, sólo ve a dos seres agonizando por el destino que han marcado Zeus y los Dioses del Olimpo. Los hijos de Medea y Jasón se convierten en el punto de referencia, en la síntesis misma del desenlace que cruza las pasiones más intensas que intrigaron al mundo griego: el amor y el destino.

 Juan Castro

 

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