Hospes
comesque corporis,
Quae nunc abibis in
loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut solis, dabis iocos…
P. ELIO ADRIANO, Imp.
Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo,
descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, por siempre sola, con
los ojos abiertos, entrarás en la muerte. Tal es el poema del más grande
emperador romano, nacido en Iberia, que dictó al morir.
Marguerite Yourcenar, la genial autora francesa nos brindó
las ‘Memorias de Adriano’, pieza magistral, que la llevó a ser reconocida
mundialmente. Dice en sus notas, la escritora: ‘Si ese hombre no hubiera
mantenido la paz del mundo y no hubiera renovado la economía del imperio, sus
alegrías y desdichas me interesarían menos.’ La novela, en forma de carta íntima,
se constituye en todo un manual de política, amor, belleza, arte, viajes,
intrigas, rencor, gobierno, estado, poder, crimen, cinismo, arquitectura, religión,
economía, paz y guerra, soledad y compañía, realidades y sueños, teatro,
poesía, crítica…, escrito con exquisita prosa poética. Yourcenar, valiéndose
de escasos datos sobre la figura, recrea todo un mundo y un hombre, metida entre
la carne y el alma, para retratar un imperio desde dentro, y no sólo por la
arqueología. De lo que se conservó de Adriano, numismática, edificaciones,
esculturas, descubrióse que no sólo fundó una religión propia, sino un dios
al que adorar, Antínoo, y de lo que hila en su yo íntimo la autora, sintióse
él mismo una deidad.
Yourcenar podría decirse que estaba cercana a las atmósferas
de Wilde y Stevenson, con cierto barroquismo de ideas, y de Proust, pero acaso
su símil hubiese sido Hölderlin y su ‘Hiperión’, pues Adriano pretendía
fundar una nueva Atenas, amante de la belleza y del arte, que tuviera como dios
al hombre. Ese hombre que siempre ha pretendido eternizarse, mas lo sorprende la
agonía.
Adriano no creía en la resurrección de la carne, sus
incursiones fueron más bien esotéricas, en los misterios eleusinos, pero en el
único reino que creyó de veras fue el de este mundo, con bien y mal, la máquina
que a pesar de todo funciona…esta horrible máquina de vivir que nos da la
vida. La antífrasis es ideal para la antinomia, entre el estar y el
desvanecerse en la sombra como un río de niebla.
Mauricio Otero