Dream, dream, me despierto en las mañanas
y bostezo sobre la ventana, mi cabeza gira, un mal sueño en la noche: se cae el
cielo a pedazos con mi ángel, pero soy yo la que muero abrazada a un poeta. Más
allá un bosque devastado y un río que llora su muerte. La ciudad me conduce a
Roma incendiada. Los motores rugen abajo en la calle, no sé si el Brooklyn,
Denver o Chicago, quizás Banfield, pero el poeta del bosque es rodeado por un
millón de luciérnagas ciegas, sopladas por el viento, unidas por la luz que
las sostiene. Yo debo ir por un jugo, volver
ala realidad me digo, mis hijos están casados y mi ex marido murió en
un campo de Golf, apuntando a los estúpidos huequitos de la vida. Despierta,
despierta, me digo, este no es tu sueño. Siento que alguien escribe nuestra
historia y yo quiero vivirla, pero algo me impide ver el bosque, me hago humo,
silencio, Remeber el sueño, leo que me escribe el poeta, sentado frente
al río: La sombra vuelve a la sombra/animal solitario de redil/bestia oscura
amada/por sus noches, abrázame, conviérteme en tu luz.
En un cuarto azul, donde estoy, idea del poeta el color, un
café negro, me digo, en la mesita de noche un libro, Sol Rojo, no es un
sueño entonces soñar, porque la palabra es real, lo que nos queda en la
memoria, y en el presente cuando nos atrevemos a dar los pasos justos y
necesarios. Un ruido sordo no me deja hablar conmigo misma, la calle me sacude más
que la almohada el sueño, pienso que mi hijo Charlie, debe estar en Boston
litigando la vida entre papeles, pobre flaco, el piano anclado en el cuarto aún
sin sueños su teclado.
Hay prisa allá
abajo, alguien cierra una persiana sin estilo, pienso como sería un día con
las Kalho, mi guitarra, mis pinceles están más mudos que yo, el lienzo me
escupe un tango, me sueño en la Patagonia lejos del golf, libro abierto,
interminable las páginas de un día que no termina de comenzar. ¿Quién estará
paseando por Manhattan a esta hora? ¿Quién
pasará ahora frente a la puerta de mi casa en Banfield? ¿Alguien
compartió anoche un libro de Cortázar conmigo? Tengo ganas de volver a
escribir un Diario para vos, contarte la vida, trazar mi ruta y objetivos en sus
páginas, poder decirte que no soy una Utopía y tampoco el Sueño Americano,
pero sí una mujer que está dispuesta a vivir un sueño.
Estoy leyendo el diario con mi café negro y me desayuno con
la muerte de Hubert Selby, y no sé si lo conoces, escribió la Última
parada en Brooklyn, un libro que lo lanzó a la fama hace 40 años, y fue
catalogado como pornográfico por la
revista Time, que está a unos metros míos. Tanta pornografía en otras
partes para fijarse en la crudeza, realismo, para censurar a Selby ( casi
comparto su nombre. Son temas al rojo vivo que por no verlos dejan de existir.
Tralala me impactó como relato firme en su denuncia
testimonial, y me parece que rescata los
afectos ineludibles por las personas, cualquiera sea su condición humana. Nunca
deja de ser persona, aunque la sociedad la aplaste como una cucaracha. Yo misma
lucho a mí alrededor, me ahogo, asfixio, en al jaula de mi casa y juego a ser
feliz.
Las ninfómanas también tienen derecho a un sexo seguro,
personal, íntimo, despiadadamente tierno, ferozmente gozador. Selby nos pone en
blanco y negro los demonios que no deseamos ver y menos conocer. Detrás del sueño,
la realidad, y me gusta la sencilla profundidad que pone en sus frases. Él
confesó más de una vez, que para producir 20 páginas demoró dos años.
La literatura requiere tiempo y para un escritor es el amor
de toda una vida, por eso repasa las palabras, las gira, cambia, borra,
introduce en su propia tómbola.
La obra de Selby es la literatura también de un
sobreviviente. Fue desahuciado como las vidas de un gato, le extirparon 10
costillas, pasó cuatro años en un hospital y desde el marco de la puerta de su
habitación, un médico lo sentenció: ” nada podemos hacer por usted, vaya a
morirse a su casa, ya no tiene pulmones”.
Selby acuñó su hermosa frase de guerra:
Yo morí 36 horas antes de nacer. Quería ser ingeniero, era fuerte,
cruzar los mares, pero la tuberculosis lo devastó a los 18 años. Por eso, tal
vez sus relatos recogen la desesperación de los desamparados. Se monta en el
acelerador de sus vidas, y nos deja perplejos en la convención de sus
realidades. Es el atardecer rojo sangrante asfixiante y real de Brooklyn, el
otro puente hacia la nada, la desesperación misma. Para cruzar el río, debemos
asegurar todos los puentes, como me dijo el poeta. No hay que dejar de soñar,
esa es la realidad. La vida parece ser un poema en una tómbola: azar.
Hubert Selby se comprometió
con la vida y la palabra, viceversa. Nunca negó su condición de
desafiador del sistema. No se sumó al Sueño Americano. Fue su decisión hasta
el final. Sus historias llegaron a la pantalla de Hollywood
y sus canciones son escuchadas. “No fue un perdedor”, como se dice
regularmente. Pero sí, un francotirador consciente de la otra cara de la
moneda. En el 2002, ya no con
tantas fueras, advirtió a la sociedad: sobre El Sueño Americano, el mito más
cotizado en Estados Unidos, la marca registrada de la nación más poderosa de
la tierra: ''nos destruirá toda forma ética y toda integridad moral que
podamos tener. Todos los valores serán destruidos. Este sueño es una mentira y
acabará con nosotros. Por eso sueño el fin del american dream''.
Afuera
todo es más negro esta mañana. El jugo de naranja se vuelve negro. Las
paredes. Más de algún automóvil
que pasa en este momento en silencio, debe ser de una funeraria. La pasta de
dientes negra. La lluvia caerá negra. La nieve negra. Los negros más negros,
asfaltados por las calles. Los días negros. El calendario rojo en negro. Los
semáforos en luz negra. La escalera negra. El ascensor negro. Los cuervos
negros sobre la ventana. El río negro del poeta. La memoria negra de estos años
huérfanos. Los incendios dejan los bosques negros. El tranvía puede ser un
deseo, también un sueño. Alguien ya pasa a buscarme. Sueño con su mano suave,
la vida por delante. Ha muerto Hubert Selby.
Silvia Banfield