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Cuando la ley de atracción se transforma en certeza

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LA POLÍTICA DE LA INDEFINICIÓN
LA POLÍTICA DE LA INDEFINICIÓN

La ley de atracción, con referencias halladas en el hinduismo y en el judaísmo, parte del supuesto de que los pensamientos influyen sobre la vida de las personas, provocando consecuencias directas: "Se obtienen las cosas que se piensan".

 

Los argentinos, por no caer en el facilismo de focalizar el origen de todos los "males" en la clase política o dirigencial, bien podríamos atraer, cíclicamente, experiencias negativas.

"Confrontación", "división", "oposición ciega", "falta de consenso", "ausencia de diálogo", "ruptura", "demagogia", "candidatos inventados", "falta de políticas de Estado", "clientelismo", "corrupción", "carencia de programas", "enriquecimiento ilícito", "inseguridad", "visión cortoplacista", forman parte de la dinámica permanente en la política local, desde 1983 a esta parte.

Las consecuencias de un escenario de ese tipo están a la vista. No hay renovación dirigencial; los legisladores, funcionarios o quienes ocupan una intendencia o gobernación llegan muchas veces sin capacitación alguna; la cúpulas con conformadas por los mismos nombres. El país renace y vuelve a caer, por ciclos, sin ingresar nunca en el sendero de la evolución.

Así, la sociedad vuelve a ser testigo de un ensayo de interna justicialista entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde; la UCR, el Socialismo, y quizás la Coalición Cívica, recrean una nueva Alianza; el gobierno no puede ocultar el desgaste de dos mandatos (mas allá de que no se trate de una reelección) y comienza a padecer las denuncias por corrupción de la oposición; la inflación es nuevamente un problema; el Congreso se transforma en la plataforma electoral de los futuros candidatos; la inseguridad, la pobreza, la droga, la educación, son los males endémicos. Siempre lo mismo.

2009 fue un año de inflexión a nivel político, en el que el matrimonio Kirchner inició un camino de declive respecto de su poder, con un contrato roto con la clase media, mientras los partidos de la oposición cosechan el respaldo de esa misma clase media, que reclama un cambio. Igual le ocurrió a Carlos Menem quien, más allá que propuso un modelo restrictivo diametralmente opuesto al actual, disfrutó en una primera etapa de la complicidad de los segmentos medios y altos, que luego encumbraron a un grisáceo candidato opositor como Fernando de la Rúa a la Casa Rosada. Siempre lo mismo.

En ese contexto, para estos sectores no parece importar demasiado los méritos o capacidades de los futuros postulantes presidenciales, sino más bien sus posibilidades de derrotar al matrimonio presidencial.

En efecto, Julio Cobos se erige como uno de los principales oponentes, sólo por haber votado en contra de la resolución 125, más allá de si cuenta o no con capacidad para ocupar la primera magistratura. Elisa Carrió es la eterna candidata por su rol opositor pero sin experiencia de gestión; Carlos Reutemann no se lució precisamente como gobernador de Santa Fe y su principal mérito es el silencio; Duhalde fue muchos años gobernador de una provincia que sigue con las mismas carencias, asumió la presidencia tras la crisis de 2001 y debió irse antes por las muertes de Kosteki y Santillán y la "maldita policía"; Mauricio Macri quiere ser presidente pero apenas logra lidiar con una gestión en la "rica" ciudad de Buenos Aires.

Difícilmente este cuadro existiría si la sociedad en su conjunto pensara que es indispensable elegir al mejor y no a quien pueda derrotar al otro. O bien, optar por la continuidad, pero bajo el claro mensaje de que es necesario mejorar el modelo. Eso es evolucionar.

Si la ley de atracción es aplicada para pensar en cómo vencer al otro en lugar de superarlo a través de propuestas, o bien en perseguir el triunfo personal o sectorial perdiendo de vista el interés general, el resultado no será distinto al actual.

Walter Schmidt
DyN

 

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