La
desinformación tiene escuela. En la falsedad de su espíritu, cohabita con los
hechos y la verdad. Es una gran simuladora. Tiene pasta de la triunfadora, mueve
su abanico como si el aire le perteneciera sólo a ella. Es una gran recicladora
de hechos. Situaciones, información pasajera, y goza inaugurando escenarios que
superan la imaginación y la ficción. Es la nueva realidad, la voz de los
incautos, la patrona del deseo de muchos, administradora de
causas perdidas, dueña viciosa de la ignorancia. Gobbels, voz, imagen,
propaganda del nazismo, fue un maestro, padre de la desinformación: mentir,
mentir, que algo queda. No el único, ni el último, sus discípulos informales
y profesionales, existen en todas artes del mundo. Desde
seudo repúblicas afiebradas en las sábanas de la corrupción hasta
grandes voceros de los países más poderosos de la tierra. La mentira,
desinformación, es un capital,
rinde tributos, afianza por un tiempo el poder y permite cumplir objetivos
oscuros, fuera de la ley internacional o del propio país infractor. Es un
respaldo al demonio que impulsa esos actos.
Requiere de un preparativo especial, único, y su condición
es que se parezca lo más posible a la realidad. La desinformación es materia
primera, no sólo un subproducto de los hechos, tiene fábrica propia, es más
que la realidad, a veces, la realidad misma. Es una mecha que una vez encendida,
ya no se puede apagar. Se incuba en cuatro paredes, amasa en unas pocas mentes,
adquiere forma, poder físico, verbo, potencialidad y se dispara en la
confidencialidad del mediodía, y a esperar. Ya está en carrera. El receptor es
el primero en creer en ella. La asimila y va regándose como el fuego en la
yerba. Es la nueva realidad. Flamante, encapsulada, hecha a imagen y semejanza
del deseo, de una política de Estado, una visión de conquista de lo real. La
imagen digital con su eficaz repicar de campana global desde la sacristía a las
catedrales, alcanzará el eco deseado del fabricante de la mentira. Y el mundo
seguirá consumiendo esta sustancia pegajosa, maléfica, verdosa, biliar, pequeño
engendro de un millón de cabezas, se
anida como un chicle en la mente humana, en las instituciones que aprueban la
verdad, en el gran carrusel de la palabra golondrina digital que no siempre hace
verano.
La verdad, por humilde, acomplejada, falta de glamour, apoyo
institucional, por ser tan incómodamente verdadera para los poderes fácticos,
tarde o temprano termina por imponerse. Sale a la superficie como el iceberg, y
van desenmascarándose las falsas sonrisas de las propias máscaras. Cae el telón,
el viejo disfraz de la mentira, se descubre el uso artificioso de la gran utilería
de la mentira. Los ejemplos son tan abundantes, que resultan ser una realidad
paralela. La realidad tragada por la sombra, su verdadera esponja. Es una
vitrina en cristal blindado la realidad, porque siempre se impone ante el dardo
venenoso o la bala de plata que impulsa la mentira, el fraude, la trampa, el
cuento. En algún minuto del día se deshace la nieve, el blanco se hace
invisible, recobra todo el espacio natural sin tiempo, o quizás la realidad
bajo la súbita nieve aparece y desaparece sin intermediarios.
Es una carrera de largo aliento, en el maratón mundial en
que el mundo se mueve de Norte a Sur, Este a Oeste, sin brújula, sin un Norte
definido ni un Sur satisfecho.
Oriente y Occidente en una misma mecha y caldero. Mundo bizantino en estos
tiempos. Tierra de nadie o de unos pocos. Se acuñan las frases, en el sentido
de demolición, un pequeño dominó de fichas que caen y se superpones, sin
ganadores. La mentira mediática sigue reinando desde la pantalla. Moldea a los
jóvenes, a los sectores menos ilustrados e informados, a quienes no hacen un
esfuerzo por traducir la realidad. Sin duda, el bombardeo y el tiempo dedicado
al trabajo, para quienes lo tienen, nos les permite. Muchas veces,
aproximarse a los problemas desde el fondo, viendo sus causas y
consecuencias. Se está creando una deliciosa clase idiota, no pensante, monosilábica
y tiernamente estúpida. No son palabras groseras, sino rigurosamente
ciertas, ajustadas a una atmósfera de bobería en muchos hogares. La hipnosis
del agujero negro iluminado que no deja ver el bosque, las Candilejas permanecen
en off, Carlitos bailando con su nostálgico paraguas, y un gran horizonte
enfrente, como si un desierto se agrandara en el mediodía y nos comenzara a
devorar como una aspiradora.
Los medios son
también ese gran vacío, lo que se ignora, no se dice, calla, olvida a propósito.
Se miente sobre la realidad y no precisamente en detalles, porque los asuntos de
la guerra no son pecata minuta, y en esto, los más influyentes diarios de
Estados Unidos, han cometido errores imperdonables por la gravedad de sus
faltas. Inventar historias, es uno de los actos más deleznables en la profesión
de un periodista. No son los únicos, ni los primeros, ni los últimos, en
hacerlo. Ganar lectores, influir, más bien torcer los acontecimientos, para
ganar lectores, sintonía, audiencia y guiar el curso de la historia, de las
batallas, las luchas políticas, la opinión pública nacional y mundial.
La objetividad per se, inmaculada, no existe en
periodismo. Pero la verdad, aunque deban usarse varios espejos, debe
reflejarse en todo texto, nota, historia. Truman Capote nos enseñó algo
fundamental en A SANGRE FRÍA: una buena nota requiere de
investigación, paciencia, trabajo prolijo, de confrontación de datos,
conocimiento a cabalidad de la historia basada en hechos reales,
comprobados, inclusive las circunstancias, el perfil psicológico de sus
protagonistas. Cinco años demoró en escribir ese Reportaje Literario
escalofriante ye inaugurar un nuevo periodismo. No se equivocó Capote, trazó
un largo y seguro camino al periodismo moderno. Algunos medios reputados, muy
influyentes en Estados Unidos y otros lugares del mundo, han olvidado las sabias
enseñanzas de Capote. El periodismo trascendente, que rescata la historia y
conmueve al lector, requiere de una sagrada dosis de poesía, lenguaje,
toda la veracidad, como si quien
leyera la nota estuviera frente a un espejo.
Rolando Gabrielli