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Ahora, el desarrollismo es progre

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LA HABILIDAD PARA ETIQUETAR SIN MIRAR-SE
LA HABILIDAD PARA ETIQUETAR SIN MIRAR-SE

La pereza y, en algunos casos, la deshonestidad intelectual parecen ser una constante del debate político y económico. De acuerdo con la conveniencia a la hora de tejer alianzas o ahondar diferencias, un mismo dirigente, partido o doctrina pueden ser calificados de formas opuestas y pasar del infierno al paraíso en un instante.

 

En todos los casos, la ausencia de claridad conceptual es remplazada por un rosario de etiquetas que no definen absolutamente nada. Así, los clásicos “facho” y “bolche”, empleados según la posición política de cada uno, fueron complejizándose para llegar en los últimos años a otros como “neoliberal”, “centroprogresista” y el último hallazgo de “troskoleninista”.

En rigor, esas etiquetas definen más a quien las enuncia que a sus destinatarios. Si el “nazi-nipo-fasci-falange- peronismo” pasó en cuatro décadas a ser “la expresión progresista de la burguesía”, la culpa no fue del Justicialismo sino del oportunismo de cierto partido que intentaba justificar su pase de la Unión Democrática hacia un acercamiento al PJ. Es apenas el ejemplo más extremo de una vieja costumbre nacional que atraviesa todo el espectro ideológico.

Quizás en eso esté pensando por estos días la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. No tendrá que hacer demasiado esfuerzo para recordar que los que hoy rescatan “el perfil progresista del desarrollismo” son los mismos que hace un cuarto de siglo acusaban al MID de entreguista, reaccionario, fascista, golpista y otras delicadezas. Pero también se indignará al observar que muchos que por décadas se deshicieron en loas a la gestión del ex presidente Arturo Frondizi, hoy se alertan por el “estatismo” supuestamente implícito en su doctrina.

Entre tantos elogios y críticas, los dos sectores parecen haber pasado por alto algunas cosas. Como, por ejemplo, que pertenecer a tal o cual agrupación no es garantía de nada. En todos los gobiernos de los últimos treinta y cuatro años hubo desarrollistas, muchos de los cuales no tuvieron la suerte de ser considerados “progresistas”, a pesar de haber compartido ideología y militancia con Marcó del Pont.

Por otra parte, tampoco parecen tener en cuenta la escasa relevancia que el pensamiento desarrollista le ha dado a las cuestiones monetarias. ¿Alguien recuerda quiénes fueron José Mazar Barnet, Eusebio Campos y Eustaquio Méndez Delfino? Fueron los tres presidentes que tuvo el BCRA durante la gestión de Frondizi. Ni el más memorioso de los desarrollistas lo menciona a la hora de comentar los hechos salientes de la experiencia de 1958 a 1962, iniciada con una inflación anual del 113 por ciento. Es cierto que, siguiendo la explicación que repitiera insistentemente Rogelio Frigerio, fue la consecuencia del sinceramiento de una inflación reprimida y que en 1961 cayó a niveles de un dígito, pero alguien está dispuesto a reeditar la experiencia en 2010?

La pregunta lleva a despojarse de las etiquetas y abordar el verdadero debate sobre la premisa desarrollista en la materia: el sinceramiento de precios, salarios, tarifas y tipo de cambio, caballito de batalla de Frigerio no sólo en 1958 sino cuando fue candidato a presidente en 1983. Fue ese año cuando el tío abuelo de la actual presidenta del Banco Central presentó un paquete de medidas que representaba, según sus palabras, “un efecto de sinceramiento inflacionario inicial... obligando a nuevos ajustes. No provocarían nueva inflación, permitirían que se exprese la actual política que ha, por una parte, alimentado, y por otra, reprimido y sofocado”. Aplicar esta receta en el actual momento podría significar la eliminación de subsidios por unos 40 mil millones de pesos y el consecuente “sinceramiento” de precios y tarifas.

El diputado Carlos Heller y los empresarios de la CGE y Apyme difícilmente comulguen con quienes aseguraron que “los planes de Gelbard y Martínez de Hoz simbolizan la incapacidad de respuesta de las clases dirigentes a los problemas de fondo de la realidad nacional... partieron de diagnósticos equivocados y, en consecuencia, erraron en el diseño de la política que debía aplicarse. Las dos corrientes intentan manejar burocrática y arbitrariamente las variables centrales: salarios, precios, tarifas y tipo de cambio.

Nosotros proponemos el sinceramiento total de todas esas variables”. Así lo dejó escrito Frigerio, que para que no quedasen dudas agregó: “disiento con el plan Gelbard, no en detalles sino en su concepción... es una reedición fiel del plan Krieger”.

Al mismo dilema se enfrentarían Hugo Yasky y Hugo Moyano, si se enteraran que para el desarrollismo “el punto decisivo es la reducción de planteles. Debe adoptarse como objetivo su reducción en un 20 por ciento, tanto enla Administración central como en las empresas públicas... deben designarse interventores en las empresas públicas, que en un plazo no mayor de 30 días establezcan pautas para, según el caso, su racionalización y reordenamiento, transferencia a la actividad privada o eventual liquidación”.

Y en cuanto a lo específico de la tarea de la presidenta del Banco Central, la receta frigerista no puede ser más clara: “debe establecerse un mercado único de cambios llevando la relación peso-dólar a una cotización lo suficientemente elevada para constituir un ‘colchón’ respecto del nivel de paridad”. Al momento en que Frigerio escribió esta propuesta, ese “colchón” significaba llevar el dólar de 80.000 a 120.000 pesos ley. Sí, 50 por ciento de una vez. Marcó del Pont será desarrollista, pero no va a cometer la torpeza de trasladar automáticamente los dictados de Frigerio en las inminentes reuniones que tendrá en el Consejo Económico con Amado Boudou (a propósito, el Cema sigue siendo “neoliberal” o ya es “progresista”?). Un economista, en tanto funcionario de un gobierno, sabe que actúa en un tiempo y lugar determinados. En caso de no tenerlo en cuenta, las etiquetas volverán a cambiar como por arte de magia y lo “progresista” volverá a ser “reaccionario”. A mano está el ejemplo de Martín Redrado, “progresista” por cinco años consecutivos, hasta que su primer “no” lo llevó al calificativo opuesto.

La discusión, en este caso particular, es otra y pasa por la honestidad en las posturas políticas. No se trata de buscar las etiquetas más presentables y convenientes para la ocasión, sino de analizar qué hay detrás de ellas. Es que además de precios, salarios, tarifas y tipo de cambio, lo que hay que sincerar es el debate.

 

Marcelo Bátiz
DyN

 

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