Quienes han tenido la oportunidad de ver la película "Invictus" en el cine y de emocionarse con su mensaje de conciliación y tolerancia han comprobado que, a su finalización, el filme arranca espontáneamente los aplausos del público. Es que, salvando todas las distancias, el político sudafricano Nelson Mandela, interpretado en el filme por Morgan Freeman, aparece como la antítesis de la crispada pareja presidencial argentina de Cristina y Néstor Kirchner.
La película relata la historia que el periodista inglés John Carlin narra en su libro "El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación" ("Playing the Enemy" en el título original).
La historia es una suerte de "cuento de hadas" y, sin dudas, representa un himno a la paz, la tolerancia política y el diálogo, aspectos esenciales de la convivencia democrática.
Este es un libro que, por ejemplo, deberían leer todos los líderes bolivarianos de América Latina y también los Kirchner, para que en sus países puedan aplicar aquello que señalaba Mandela para el suyo: "Si estáis construyendo una nueva Sudáfrica, debéis estar preparados para trabajar con gente que no os gusta". Pero, además, si Mandela logró juntar a bandos opuestos que casi terminan en una guerra civil, con el inevitable baño de sangre, sería lógico que países con muchos menores niveles de diferencias lograran vivir en un clima más civilizado.
Es que Sudáfrica, en 1994, era un país dividido histórica, cultural y racialmente, con ejecuciones legales y disposiciones racistas como varias leyes de triste memoria.
La ley de servicios separados prohibía a las personas negras entrar en las mejores playas y los mejores parques. La de inscripción de la población compartimentaba a los grupos raciales y la ley de inmoralidad, marcaba que no sólo era ilegal que alguien se casara con una persona de otra raza, sino que tuviera cualquier cosa parecida a un contacto sexual, mientras que la ley de áreas de grupo era la que prohibía que los negros y blancos vivieran en las mismas zonas de las ciudades.
Este era el contexto legal del apartheid, por lo cual Sudáfrica estaba aislada internacionalmente, sufría un importante embargo comercial y hasta el impedimento para que los Springboks pudieran jugar partidos de rugby en el exterior. Cuando Mandela sale de prisión, el escenario de una guerra civil tenía grandes probabilidades y su pericia política logró evitarla. Así, quien se había iniciado en la lucha armada y cumplió 27 años de prisión, terminó siendo clave no sólo para evitar una guerra, sino para liderar ejemplarmente una transición a la democracia, cuando fue elegido presidente de su país, aunque abandonó su cargo al finalizar el mandato de cinco años, tras haber recibido el Premio Nobel de
¿Cómo fue posible entonces pacificar y unificar a un país tan dividido? Mandela logró convencer a uno de los líderes blancos de que en una guerra civil no habría ganadores y que todos iban a salir perdiendo. Y una vez elegido presidente, el líder negro compartió el poder con los blancos, mantuvo a los funcionarios que desearon quedarse en su gobierno y, especialmente, se le ocurrió lo siguiente: "Hasta ahora, el rugby ha sido la aplicación del apartheid en el deporte. Pero ahora las cosas están cambiando. Debemos utilizar el deporte para ayudar a la construcción nacional y promover todas las ideas que creemos que contribuirán a la paz y estabilidad en el país". Y con esa idea tuvo que enfrentar hasta a sus propios seguidores y hacer prevalecer su liderazgo.
Así como la película "Invictus", de Clint Eastwood, es un entretenido pasatiempo con un formidable mensaje que vale la pena ver, el libro de John Carlin es un canto de optimismo sobre la humanidad y una lectura imprescindible. Para los argentinos, es un ejemplo de cómo se realiza una construcción democrática: con voluntad política, sin revanchismos, apelando al diálogo, con visión de futuro y entendiendo que todos deben ceder en algo.
Por todo ello, tamaño testimonio debería ser leído por muchos más que los Kirchner, pues la intolerancia y la incapacidad de acordar consensos no se limita solamente al matrimonio presidencial.
Gabriel Salvia
DyN