Vicente
Huidobro siempre quiso dar un
paso más adelante de sus pies. Parecía estorbarle el horizonte
y lo cuadró. Horizón Carré, dijo tempranamente en 1917. Antes
aun, en 1916 con Adán y Espejo del agua,
el vanguardista Huidobro comienza a marcar puntos en el cuadrilátero
de la poesía. Sus textos previos, poéticos y narrativos, se iniciaron con Ecos
del alma en 1911, el primer germen de lo que vendría a madurar en los dos
libros siguientes mencionados. El Espejo de Agua lo edita en Buenos
Aires, camino a Europa, y es en la capital porteña (Ateneo de Buenos Aires)
donde lanza su famoso Manifiesto sobre el creacionismo, única función
del poeta: crear, crear, crear.
Ya Huidobro, nacido en Santiago de Chile en 1893, no se
detendría más con su imaginación hasta llegar a su tumba frente al mar.
Abrid la tumba/ al fondo/ de esta tumba/ se ve el amar. Hijo del
abolengo colonial y dotado de riquezas económicas, vivió entre Paris,
Madrid, Santiago y de paso por Buenos Aires. Polemista, un comunista a su
manera, vivió el esplendor intelectual de Paris, con Apollinaire, Picasso,
Eluard, Max Jacob, Juan Gris, los grandes vanguardistas y
revolucionarios del arte en esa
época. París le suplía
estrellas al cielo en esos años. En 1927, vivió en Nueva York, donde escribió
para la revista Vanity Fair. Había sido premiando con su guión de
Cagliostro.
En Chile mantuvo una enconada y a veces, divertida polémica
por años con Pablo Neruda y Pablo
de Rokha, que junto a Gabriela Mistral y ahora Nicanor Parra con Gonzalo
Rojas, forman los íconos de la poesía chilena del siglo XX y XXI.
Pesados elefantes blancos para una aldea en esa época
Santiago, se alumbran con antorcha en las calles y los poetas tenían sus
propias baterías con más luciérnagas que bujías. Huidobro escribiría en
francés y castellano y le pelearía las estrellas al universo. Más aéreo
que terrenal, poeta espacial, viajero, cosmopolita, el hombre verbo, que no
quería que se imitara a la naturaleza ni a la realidad.
Huidobro es libertad absoluta, búsqueda constante, él
volvería a pintar la nieve del blanco huidobriano. Uno de los grandes ríos
de la poesía chilena del siglo XX. No le interesaron los límites, ni en la
vida y tampoco en la poesía. Huyó con una joven mujer hacia la Argentina y
disparó tiros en al fuga. Fue herido en España en la Guerra Civil, lo que le
afectaría posteriormente y moriría relativamente joven en 1948, a la edad de
55 años. Fue otro aire y pulmón de la poesía chilena, en un momento de
grandes estrellas. Huidobro vino para discutirle
el sol a la noche y la luna a las estrellas. Altazor es uno de
sus libros más trascendentes, lleno de la imaginería huidobriana, sus
castillos en el aire verbal. Un artista en el trapecio de la palabra asida así
misma quizás. Temblor de Cielo y Últimos Poemas, son las cumbres
huidobrianas, con Altazor, a nuestro juicio. Su obra mayor. No dejó de
pronunciarse en poesía y en 1916 dijo: Que el verso sea como una llave/ Que
abra mil puertas... Era de la idea que lo que mira el ojo sea creado. Se
calificó de Antipoeta y Mago, antes de Nicanor
Parra. El poeta es un pequeño Dios, dijo y creyó. En su opinión los Puntos
cardinales eran tres: Norte y Sur. A la naturaleza le dijo que no iba a ser su
esclavo. Yo tendré mis mares, árboles,
ríos, montañas, tierras estrellas y no serán como los tuyos, desafió. Pensó
que cuando el adjetivo no da vida, mata. Son las fórmulas poéticas de
Vicente Huidobro, un creador infinito
de mundos nuevos. A los poetas les pidió que no hablaran de la rosa, sino que
la hicieran florecer en el poema. Esas eran sus reglas. Hombre ilustrado,
conocedor, vanguardista.
Un poeta importante no sólo para Chile, sino el idioma
castellano.
Rolando Gabrielli