La madrugada del sábado significó un giro revelador en la tranquilidad del sueño de Chile y provincias argentinas limítrofes. Dichas zonas están acostumbradas por demás a que de vez en cuando, cada un par de meses, se les mueva el piso. Pero el movimiento telúrico del sábado pasado a las 3 y 34 de la mañana, no fue como los demás.
Los sismos son un cimbronazo corto, cuando uno mira a su alrededor para tratar de adivinar en las caras de quienes lo acompañan cuál será el próximo paso a seguir —agarrar las llaves, salir de su casa, meterse debajo de la cama, debajo de un marco, cortar el gas, o vestirse en caso de haber estado durmiendo— el susto ya pasó.
Uno tal vez prenda la radio o la televisión, se dará cuenta que el acontecimiento no se difundió por la normalidad del hecho, y seguirá con su vida.
En este caso fue diferente. La sensación de hundirse en un pozo, de que le pifiaste un escalón y ese insoportable zumbido que provoca cuando todo se mueve al mismo tiempo, parecía nunca acabar. Fue un minuto que asemejó una hora.
Cuando se creía que todo había acabado, 10 minutos después, el monstruo debajo de la tierra se volvió a mover. La intensidad no fue la misma, pero fue el llamado de atención de que la naturaleza no estaba bromeando, algo no era normal.
Los pensamientos más comunes que aparecen en la mente de uno cuando empieza a moverse la tierra, es no saber cómo termina el sismo; si aumentará, si cesará, si se cortará la energía eléctrica, si se llegará hasta la puerta o se trabará la cerradura y muchas cosas más. Pero la palabra "Haití" fue el pensamiento recurrente de todas las personas que fueron espectadoras del movimiento terrestre.
Mientras que la radio Cadena 3 transmitía una fiesta tradicional en la provincia de San Juan con la participación del Chaqueño Palavecino, el público presente repentinamente comenzó a gritar y el periodista enviado a cubrir el evento tuvo que improvisar su crónica de último momento.
En comunicación directa con Chile, la radio lamentablemente reportaba a las 4 de la mañana el saldo de un muerto, y agradecía a la providencia que no se sumaran más. La Argentina se enteraba de la tragedia.
La escala de Richter mide la magnitud del movimiento terrenal en una escala del 1 al 9, Chile sufrió una intensidad de 8.8, mayor al terremoto que azotó a Puerto Principi, que sufrió mayores pérdidas humanas y materiales, dado que se trata de unos de los países más pobres del mundo. Pero el 5to terremoto de mayor magnitud en la historia reciente no se iba a tomar sólo una víctima, ya suman 300 y todavía hay desaparecidos.
Durante la madrugada, las redes sociales se valieron de su popularidad. Gente de otros países como Rusia, Suiza, Nueva Zelanda, México, Perú, Estados Unidos y la Argentina entre otros, ofrecían sin dudar la posibilidad de llamar telefónicamente a cualquier parte del mundo donde los chilenos tuvieran familia para transmitirles tranquilidad, ya que la luz y comunicaciones telefónicas estuvieron cortadas durante horas. Un sanjuanino, dejaba allí un comentario abierto: “La p… madre, qué impresionante las ganas que dan de ayudar cuando pasan estas cosas”. La criolla acotación fue entendida por todos.
Lo que diferencia un terremoto de otro desastre natural es que avisa de una manera tajante, cuando llovizna no se teme rápidamente una fatal inundación, cuando tiembla no se sabe en qué termina. Sólo queda rogar que suceda.
Luego del movimiento principal a las 3:34 de la mañana, hubo 82 réplicas de un promedio de 5 grados en la escala de Richter, lo que provocó hallarse en un estado de alerta permanente.
Chile fue castigado duramente, perdió habitantes y sus habitantes sus casas, pertenencias y algunos su familia.
Costó amanecer en la madrugada del sábado, no sólo porque el país se encuentra opuesto a la salida del sol en el Pacífico, sino porque todos sabían que deberían encontrarse cara a cara con el descubierto de los impresionantes daños que ocasionó el temblor y de lo que tardará en reconstruir sus casas.
En hechos como estos, donde la naturaleza obra a su capricho no hay nadie a quien culpar, ni siquiera a uno mismo, sólo queda agradecer a quienes están allí, por sobre los escombros, extendiendo una mano humana después de la tragedia.
Las capas tectónicas ya se reacomodaron a su antojo, ahora le resta al pueblo chileno reacomodar paulatinamente sus vidas.