“El hecho de ser funcionario no significa que no tenga que pagar el salame y el pan como cualquier otro”, declaró el lunes 10 de mayo Aníbal Fernández a cuanto micrófono radial se le puso delante. De esta peculiar forma intentó justificar el insistente pedido de aumento para los funcionarios públicos, justo cuando la crisis energética golpeaba a la puerta y la bolsa de comercio caía en forma estrepitosa. Paradójicamente, a un día escaso del trigésimo aniversario del asesinato del padre Carlos Mugica por la Triple A, acribillado a balazos por algo más elevado que el pan con salame del ministro del Interior.

Precisamente, a aquel curita rubio de Barrio Norte lo mataron porque no era ningún salame. Pues se dio cuenta como venía la mano, cambió radicalmente de visión y entregó su vida por los demás como casi 2000 años antes lo había hecho su adorado Jesús de Nazareth.

Una pesada herencia

Treinta años median entre ese durísimo 1974 y este confuso, problemático y febril 2004. Un par de meses después del crimen de Mugica, moría Perón y la Argentina entraba en el camino inexorable de la cuesta abajo y la rodada. Lo reemplazarían Isabel y López Rega, con la mencionada AAA y el desgobierno que le facilitaría la senda a los militares futuros genocidas. La noche y la niebla del Proceso se prolongaron durante seis largos años, difuminándose en la ensangrentada turba malvinense. El general Benito Bignone oficiaría de liquidador del mesianismo militar, entregándole la banda al radical Raúl Alfonsín. Sin embargo, la fiesta duraría la luz de un fósforo, pues la oposición sindical, militar y empresarial le harían la vida imposible al tozudo hijo de gallegos, quien terminaría renunciando a finales de mayo de 1989. El 8 de julio de ese año le pasaría la banda presidencial al pseudo justicialista Carlos Menem, quien se tomaría una década para mandar al traste un siglo de luchas y conquistas sociales.

Lo sucedería el anodino y pusilánime radical Fernando De la Rúa, quien en su breve gobierno se empeñó en realizar todo aquello que había negado en la campaña electoral. Hasta se atrevió a hacer retornar al ministerio de Economía al exterminador Domingo Cavallo, decisión que precipitaría los acontecimientos helicopteriles del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Luego de la huída del prescindente De la Rúa, se sentarían por breves intervalos en el sillón de Rivadavia los justicialistas Rodríguez Saá, Caamaño, Puerta y finalmente lo haría por más tiempo Eduardo Duhalde. Pero la masacre del Puente Pueyrredón del 26 de junio de 2002 lo haría saltar hacia delante, convocando a elecciones presidenciales para abril del 2003.

El resto, es historia conocida que se trata de dilucidar cotidianamente desde hace un año en este sitio.

Salame por donde se lo mire

Indudablemente para muchos, la cuestión del aumento a 6 lucas de los miembros de la corporación política es motivo de absoluto rechazo. Más aún, unido a la escasísima la proporción de argentinos que ganan un sueldo comparable con el costo real de la canasta familiar; esto provoca un efecto semejante a una broma de mal gusto. Sobre todo, si se pretende “conformar” al más de 50% de los argentinos que están por debajo de la línea de pobreza con un plan de 150 mangos, suena a chiste de humor negro.

Por todo esto, no es difícil inferir que postura tomaría el sacerdote Carlos Mugica de caminar todavía junto a sus hermanos de la Villa 31. Seguramente, les lanzaría denuestos más duros que el epíteto salame, a los responsables del actual estado de cosas. Y si se cruzara con Aníbal Fernández, le preguntaría con toda seguridad hace cuánto que come salame con pan.