Esta es la sexta nota del día. La décima
tasa de café. El 18 avo cigarrillo. La novena llamada que contesto. El día
siete del calendario. El quinto mes del año. El cuarto cenicero que boto. La
millonésima vez que maldigo frente al ordenador
y hasta yo me borro. Me desactualizo.
La sexta vez que inicio este lead, un encabezado que se me hace humo en
la cabeza. Las matemáticas nunca me fueron fieles y creo que tu tampoco,
querido. Qué importancia tiene, dirías, si estuvieras aquí, si ya pasó. El
campo de golf es un verde epitafio en esta relación. Debo tomar temprano mañana
el avión a Denver. Me perderé el último capítulo de Friends, pero me lo iré
imaginando en el vuelo. Para eso es bueno subirse a las nubes. El día que deje
de soñar, le escribí el otro día a mi papá, hago como Quino, le cierro la
boca a Mafalda.
Está nevando levemente y mis ojos se quieren cerrar. un
paisaje blanco puede borrar hasta el pasado. Siempre hay un último capítulo. Más
café negro. Hace frío. Pensar a esta hora es como borrar el negro a la noche.
Hacer un puzzle sobre el mar. Esperar que entre por al ventana una paloma untada
en nieve y acuerde contigo la paz, al menos por ese instante de magia. Necesito
una historia. Me guiñan sus ojos los diarios, que están atrasados en unos tres
días por lo menos. Mis pinturas, mis pinceles. Esto se llama abandono. El ocre,
el rojo, el negro, la noche, el insomnio, el hilo, yo.
La noche está estallando en muchas partes en este minuto. Es
más que un presentimiento. Entran vivos y salen muertos. Caminan con dos pies y
vuelven rectos.
La noticia es la venta
del Garçon á la Pipe de Pablo Picasso (Pablo, Diego, José, Francisco
de Paula, Juan Nepomuceno, Maria de los Remedios, Crispin, Crispiniano de la
Santissima Trinidad, Ruiz y Picasso) por sobre los cien millones de dólares, y
porque aún el arte maraville a los pelmazos operadores de la bolsa. Los siento,
no sé, como espantapájaros inanimados, pero son aves de rapiña
que no dudan en arrancarte el alma, además no saben besar, y juegan
golf. Creen Que todo lo tienen y
consigue, como Internet. El lienzo rosa está frente a mí. Picasso entra por la
puerta. Toma los pinceles. Me siento desnuda. Me siento diván. Me siento en la
silla. Lleva el atril con magia, del rosa, al azul. Él es el muchacho de la
pipa. En mamelucos azules. No tiene más de 24 años. Su corona es una guirnalda
de rosas. Colori rosa. Picasso se cotiza más que
el Papa. Después de todo él dibujó la paloma de la paz. ¿Dónde estará
ese cuadro? Debiera presidir la O.N.U. Sólo
le falta levantarse como Lázaro.
Hay melancolía en este
cuarto-estudio, nuestro período rosa. Me hace sentir por momentos una señorita
D´Avignon. No sé que hace Pablo y por qué lo tuteo, pero me hace sentir la
mujer con la guitarra. Estoy cuadriculada, soy un cubo desnudo. Me siento
primitiva. Siento las notas en mis entrañas. Si el poeta estuviera. Me armo y
desarmo. Qué rosa, azul, roja está noche picassiana, con el Minotauro, mi hilo
desvanecido en el aire reencontrado en su laberinto. Período blue, naufrago.
Crispiniano de la Santissima Trinidad, alcanzo a decir.
Cuando me enredo me parezco a Clinton frente a Mónica L .¿Pero
qué estoy diciendo? Si esa es la historia. No, no lo del habano y todo eso, la
pasante. No. Ni el traje almidonado por William Jefferson Clinton, el más
grande seductor de la Casa Blanca en tiempos de paz y guerra, quiso decir alguna
vez Gabriel García Márquez. Esa noche con García Márquez y Carlos Fuentes,
Clinton confesó que su película favorita era Hihg Noon, Sólo ante
el peligro. Fue algo Sensacional. Un Sheriff abandonado por su pueblo cuando
los vecinos vieron que venían a vengarse contra él. Pero esa noche sentenció
el futuro con una rara bola de cristal: mi único enemigo es el fundamentalismo
religioso de derecha. No ahondemos más por este túnel, ya sin salida, y veamos
que sucedía en el cono vacío del espejismo kafkiano del caso Mónica L y su
entorno.
Tampoco se trata de la mirada caspita de su mujer, la abogada
brillante que le traspasó todos los códigos del amor. Fue Hillary C.,
quien aguantó la mecha del Clinton gate y sostuvo el frágil andamio de la
doble moral victoriana. Una se atraganta hasta con el pavo de Acción de Gracia.
Se vuelan las plumas victorianas, el puritanismo rojo de vergüenza. De chismes
ya tuvieron bastante los medios. El hombre que tocaba el saxofón y tocó en la
tenue penumbra Oval, el muelle manso del sexo
juvenil, hábilmente expuesto al sexto sentido, salió airoso finalmente.
Sin una sola Enmienda. Esta es una gran nación. WJC se elevó por sobre los
pronósticos y superó uno de sus más
formidables obstáculos en su mandato: Mónica L.
Conducta inapropiada fue la palabra que acomodó el paquete Clinton –Mónica.
Y, End. Pero todo eso fue diversión, mientras que lo de
ahora es tortura. , según
estoy leyendo el Washington Post, que no cesa, como una licuadora, presentar
fotografías sobre los horrores de la cárcel del Saddam, sin Saddam, en los
mejores tiempos de Saddam, como si Saddam mandara sus propios masajistas,
cortadores de yugulares, psiquiatras de campaña, torturadores de cabecera,
violadores. Prefiero mirar el techo, me levanto a la cocina, un vaso de agua,
aire, cuando me aparece ese ser de negro, con una capucha lleno de alambres,
suspendido en el propio terror. El periodismo es también un oficio masoquista,
es lo que concluyo. Fotos para la vergüenza nacional, un curso intensivo de
degradación, la basura humana, el escombro, los restos chatarra de la carne. En
el umbral del asco, sé que la pantalla no respondería mis preguntas, por vergüenza
y quizás esté entendiendo mi asombro, impotencia, mis ganas de querer ser
marciana.
El niño rosa de Picasso posiblemente quedó en manos de Lily
Safra, la viuda de un banquero. Y debe estar en sus manos en este momento. ¿Qué
estará haciendo con ese muchacho de mameluco azul? La vida en rosa por 104
millones de dólares, es más que una novela, mi querida Lily, convengámoslo.
Nueva York, son todas las misas de París, incluidas las del Papa Picasso. El
otro posible comprador del Muchacho de la Pipa, es Ste-phen Cohen, un
corredor de bolsa. Cómo los detesto. Gente sin corazón, sentimientos, claro, más
que por lo que hay detrás, sobre, bajo, según, tras, dentro de
la bolsa. Pobre Crispin,
Crispiniano de la Santissima Trinidad, Ruiz y Picasso, supiera
en que manos quedó la rosa coronada de su jardín. Ste-phen Wynn, un
propietario de casinos, podría también estar disfrutando
del bambino rosa. ¿Un acierto o desacierto del azar?. No sabemos. Un
financista, un Getty y el cofundador de microsof, Paul Alle, quizás serían
ganadores ganadores de la
subasta del Muchacho de Picasso de los años 20. la época del Charleston, a
menos de una década de la gran crisis, Chicago
no se dejaba retratar. Así se reporta N.Y. el 2004, salvajemente mundana,
moderna, pragmática, adorablemente posesiva. Mi manzana favorita, por alguna
razón Eva y Adán te mordieron. Cae la nieve y tú en tus playas, me digo.
Caribe to night, estrellas, luciérnagas, luna llena, mar. No por blanca, la
noche es menos espesa: Silvia Banfield.
El mundo ya no pareciera estar en facha para ser pintado.
Menos de rosa, tampoco azul. No me imagino la paloma de Picasso volando frente
a mi ventanal. Si veo crecer el muro frente
a las Naciones Unidas. Cómo deben estar riéndose los constructores del
muro de Berlín. Leo claramente un titular en su frontis: No vengan a lamentarse
aquí. La ONU recomienda “humanizar la guerra”. Me pregunto que habrá
querido decir esta inefable institución, tan venida a menos, pariente pobre de
los Derechos Humanos. Estoy viendo la foto de la mujer soldado que arrastra su
perrito iraquí. El mundo es una mascota americana. Cuando el mono se afloje de
la cadena, hacia qué árbol treparemos nosotros, me pregunto. ¿O nos
perderemos en el desierto en una de sus tormentas? No me atormento más,
escribir, es mi trabajo, y esta noche no he podido tomar el pulso a esta última
nota, que se rescribe así misma, con sus interminables dudas, silencios,
actualizaciones sobre la marcha, agujeros negros, un presente aterrador. La
muerte es polaca también en Bagdad, leo un último cable. El rosario es más
largo. Siento Pesado el teclado. Las yemas encendidas. Los ojos, un oráculo sin
futuro. Mañana en Denver. Deseo un final feliz en Friends y para mí
también, lejos del campo de golf. La nota real tendrá que esperar. Quizás en
el avión. Y veo que no soy la única. Al otro lado de la ciudad, en algún
lugar, Bill Clinton lucha con sus memorias. El teclado, con su silencio,
arremete contra su orgullo
personal. No avanza. No duerme. Al menos es lo que dice la última edición de Vanity
Fair. No es para menos, ya le adelantaron 10
o 12 millones de dólares. Está bajo vigilancia y asistencia de su
editor. No es mi caso Bill, digo. Apago el computador. Es muy tarde. Es muy
tarde para sorprender a la
imaginación. La vida en rosa está del otro lado. Cierro los ojos y no veo más
que el inefable porteño que temía a los espejos y tenía una fe ciega en la
muerte. La nieve no cesa y la noche no logra oscurecerla. Sentado
en su Aleph kafkiano, Borges ve como Stalin borra de las fotos a Troztky, quien
entra por la otra puerta y vuelve a ponerse para la foto. La historia no es
diferente. Sólo los cadáveres cambian, la foto es la misma. Yo, no me quedaré
como La femme aux bras croisés de Picasso
Silvia Banfield