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BILL CLINTON, TAMBIÉN VIVIÓ PARA CONTARLA

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(LA LUNA NO ES DE QUESO)
(LA LUNA NO ES DE QUESO)

   Qué horror, pero no tengo otro comienzo para esta nota, si hasta la Lap Top siente el peso de la noche, la jornada que no disimula su abandono, la sombra de animal sin dueño con que concluye el día. No es misterio, Salvador Dalí, cumple un centenario de vida, no escribiré de él, porque el se encargó de biografiarse frente a su propio espejo cada día, every day. Es desde luego, un artista de nuestro tiempo, que retrató el paisaje de su avanzada paranoia, y veo ahora esos relojes derretidos, lánguidos, como si se negaran a seguir registrando el tiempo, porque adivinan cuan inútil es. El horror no está en Dalí, sino en lo que tengo en el refrigerador para cenar esta noche. Un huevo, un tomate fresco, aceite de oliva, ajos, qué bien, dos naranjas para hacer jugo. Es la cena de hoy, que no se reflejará frente al ventanal, y si no me alcanza, bajaré a comprar una cerveza para enfrentar  con algún relax las notables diferencias con el autor de Mi Vida, Bill Clinton. No son políticas, ¿para qué en este minuto degollado por el ángel de Satanás? Los pasaré a todos con unos dos o tres café negro, para no dormirme sobre el espanto y el tedio, esa mezcla de niebla espesa con que culmina, a veces, un día. Me agrada el éxito de la gente, porque me hace sentir que existe, quimera menos plateada que la luna, y tan alta, pero al alcance de una noche como esta, donde me mira gorda, alucinada de felicidad. ¡Qué bueno que los Astronautas no le pisaron los ojos.! Es un momento ideal para sentarla a la mesa, poco le falta para entrar, y hablarme de sus eclipses, como influye en las mareas, en los corazones de  los enamorados y poetas. La vida de un ex presidente en 900 páginas vale un anticipo de 10 a 12 millones de dólares. Eso quizás no sea lo más importante y determinante. Una obra bien echa, no tiene precio, y en este mundo de revelaciones, secretos, de agujeros negros, de un sacerdocio  y ejemplar voyerismo , como suele suceder con la vida de los poderosos y famosos. Si en el Salón Oval y en esos pasillos desolados, -donde se espera que el Number One de Estados Unidos, pueda caminar sin la presión de un semáforo, la mirada de un guarda espalda, del ojo vitriólico que ronronea como un gato por la nuca sin tocar siquiera las orejas- tampoco es posible estar a salvo, ni echarse una canita al aire, entonces, Mi Dios, qué hacemos con esta Estatua. Si la Luna considera que ha perdido su libertad, la intimidad de su luz, la humildad de sus rocas que pone brillar sólo para nosotros cada noche. Cuando uno le da vida, filosofía a las estatuas, les otorga  la capacidad de hacer soñar, creer, de trazar caminos, hasta al mismo mármol o cemento, se le ablanda el corazón, y las cosas de la vida común y corriente adquieren una dimensión extraordinaria. Fallarle a una estatua, no tiene nombre. Es como mentirle a la madre muerta. Ese es otro tema.
  
Volviendo a Bill Clinton y sus memorias, no sabemos si Confesará que ha vivido o que Vivió para contarla. Esta última expresión  puede ser más ajustada a su realidad. Bill y Hillary, la pareja del momento más fisgoneada de USA. Si, en su casa en Chappaqua, en el estado de Nueva York, los videos profesionales y caseros se multiplicaron para sabes de sus vidas después que salieron de la Casa Blanca y firmaron su asistencia en la tierra como simples ciudadanos. Seamus, un labrador de color chocolate, reemplazó a Compinche, su antiguo perro cazador de color blanco que murió atropellado. Clinton dicen que dijo que era muerte fue peor que salir de la Casa Blanca. Lo cierto es que, ni el perro del ex presidente se respeta en este país. Yo recuerdo a Tango, sacrificado por otras razones. Seamus llegó para su regocijo en el día del padre.
  
Ahora Bill Clinton, nos contará su historia, como la vivió, vio, qué sucedió según él en  sus años en La Casa Blanca, antes y después, su vida. Un Presidente carismático, sin duda, vital, que acortaba las distancias a pesar de su gran estatura. Nos hacía sentir seguros y que no había nada detrás de Bill Clinton, menos paredes o muros. Me ha sorprendido con sus recientes declaraciones: que ha estado en la prisión del escritor. Entiendo lo del oficio, sus exigencias, la obsesión de vencer el tiempo, espacio, al propio lenguaje exigirle como a una camarera de 18 años. El gran encantador editará Mi Vida, que es su vida, la que compartió con más gente que su propia familia, que fue pública.  Pero esa prisión arrojará oro verde Bill y yo aquí frente a una Lap Top con un par de aceitunas y dos cervezas. Ya fui por ellas, para soportar esta realidad. Salir de la prisión es su función, dijo, y terminar el libro, como una manera de recuperar su vida. ¿Los escritores no tienen vida? ¿O tienen la vida de todos? ¿O se inventan una y muchas vidas? Mire usted, adonde vamos, si no sabemos de dónde venimos. Este párrafo no es mío, el que viene, pirateado, para darle un aire de marketing: “La obra, que según la editorial aborda de manera franca los años plagados de escándalos de Clinton en la Casa Blanca, tiene supuestamente una extensión de 900 páginas.” El ex presidente se embarcará en una gira mundial cuando se publique el libro, dijo Alfred Knopf, cuya editorial publicará sus Memorias.1.5 millones es el primer tiraje  de aquí a junio. El 3 estará lanzándolo el propio ex mandatario en la convención anual BookExpo America en Chicago.

  
La aceituna y la cerveza se pelean el espacio vacío de mi estómago. La pequeña pantalla de la Lap Top me pide un respiro por hoy. La luna es la única que nada exige. Es lo más sereno que he visto en estos meses. Siento que se sabe divina y no cambia. Podría arrugarse el vidrio de la ventana con tanta miseria y espanto. Con el horror más allá de esta cena de paso, pero me quedaría atada a los ojos de una Luna que no es de queso.

Silvia Banfield

 

 

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