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DEL RUISEÑOR DE KEATS,

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AL NEGRO POZO DE TUS OJOS, GEORGE
AL NEGRO POZO DE TUS OJOS, GEORGE

    Mi nota, dónde está mi nota.10 A.M. La ventana es la gris mañana que le arrancó el último silbido al canario congelado en el momento kodak. El ruiseñor de Keats ya no existe, fue degollado en Bagdad. La aventura es este artículo, lo que me separa de la plataforma del sueño y de esta mañana vacía de palabras, muda, ante las imágenes del espanto. Somos la generación de la cuerda floja, no la más fantástica como dijo alguien, después de la Segunda Guerra Mundial. Quizás después de la tercera, volveremos a ser la  primigenia cucaracha del universo. Es nuestra vida por delante, panorama más aterrador que la fantasía que nos sirven al desayuno. Hoy llenaría las páginas del diario donde escribo con la siguiente leyenda: La Libertad es una estatua que me sobrevivirá. ¿O una estatua de sal que no debo volver a mirar?
    El Numbrer One se confesó que no lee para tener una visión clara de lo que sucede. Tal vez él sea la realidad que fabrica el espanto y no requiere de un taquígrafo y menos que alguien reproduzca los hechos para él volverlos a leer. Leer la verdad quizás produzca terror. Es una mañana de confusión para mí con esta profesión. To be or not To be, nos  dijo William, pero ahora vamos sin rumbo, o en la dirección equivocada como dijo el NYT.  Ni Donald ni el number one lo leen, así que seguiremos en la misma dirección equivocada. Pero si fuera solo en el rumbo de las palabras, bastaría con declararnos hijos o ciudadanos ilustres de Babel, y asunto arreglado. Temo que el tema es más profundo que una flor del oto flotando en un estanque. Aunque esta puede estar en un pantano.
   
A las 12.00 del mediodía es tu cierre S. B. Me parece estar viendo los ojos chispeantes de mi Editor. Se cargan  con las horas de una poderosa y nada encantadora bilis amarilla que pasa al violeta y rojo chispeante. Son un champagne burbujeante a punto de lanzar el corcho sobre tu nariz. Teléfonos, carreras, reuniones en los pasillos, la televisión, ojos clavados en las pantallas de las computadoras, velocidad en el aire, el peso de los segundos, el reloj demoníaco de la Hora Cierre, la urgencia de este hospital de la palabra. Pareciera una masa de petróleo la que avanza en la sombra de la mañana y veo caer una gota del llamado oro negro, en crudo moento, que mantiene en vilo esta pobre humanidad y a Nueva York que ve volar los precios  como Superman o Bat Man. La rueda que movía al mundo, es  ahora un líquido denso, negro de las profundidades del alma humana. Somos el vicio de la derrota debajo del pozo.
    El Editor es  el que debiera estar con estas pesadillas y no yo. Mis pasos podrían estar resonando a esta hora cerca del Hudson, porque el río es la ciudad. Hoy las palabras se ensucian y mienten así mismas, no una sino, un millón de veces, Heráclito. El Hudson es más limpio que nuestra conciencia y periódicos. El Hudson nada le debe a la ciudad. Mis pasos en las calles olvidadas. Espacios sin ninguna pretensión, arrancados del lujo de la ciudad. Aquí el atardecer tiene futuro. Me comería esta mañana un chocolate de la tienda del francés Jacques Torres, en la 66 Water St. Esta crónica ya le pertenece al viento. La tortura más eficaz de nuestro siglo son los noticieros de TV., sal y agua de este picante cokctail  de morbosidad, banalidad y estupidez. Es el triángulo verbal de las Bermudas de nuestros días. El río me educa en su libertad. En la esperanza, porque la ciudad no ha podido secarlo, recicla mis sueños. El río sobrevivirá hasta el último Alcalde el día que se cierre definitivamente la puerta de la ciudad.
    Me desayuné en la mañana temprano con la noticia, que la familia bin Laden construirá en Los Emiratos Árabes Unidos, la torre más alta del mundo, de 705 metros de altura, aún mayor que las Dos Torres Gemelas de Manhattan. destruidas el 11 de septiembre del 2001, por orden de Osama bin Laden. En el pequeño y soñado reino petrolero, casi todo es posible. Sueñas despiertos con las maravillas del poder del oro negro. Único país que tiene un hotel siete estrellas. Seguramente el visitante es la octava. No sólo promueven el paraíso en el cielo, sino cumplen en al tierra. Para empezar los Emiratos son un paraíso fiscal donde fluyen los capitales como  ríos de petróleo. Dátiles modernos, encantados, arena que brilla en la garganta de los camellos.
    En el desierto más antiguo, el de los jardines colgantes, y mil cuentos para una sola larga noche de horror, donde el Eufrates y el Tigris convocan la civilización, los valores occidentales se caen a pedazos, son ánforas de un débil cristal donde nos miramos con el leve espanto convencidos  que estamos construyendo el mejor de los mundos. Detrás de nosotros ya no queda nadie. Somos la última civilización. La perdida, diría yo, sin eufemismos.  Ni Champollion podrá descifrar los restos de sombras negras, de agujeros,  cuando seamos polvo, y las cucarachas se hagan la manicuire antes de ir a Brodway.
    En medio de este colosal caos, de pantys que el mundo huele mal, hombres  cuyas vidas dependen del equilibrio de sus cuerpos  atados a alambres  de electricidad para ser activados al caer de un cubo. En este abismo de larvas azucaradas reptando por las noches dulzonas, todo se vuelve un ejercicio repetido, un síntoma fatalmente descompuesto, agrio, curiosamente aceptado, un aroma que se pervierte en el hastío, en el ligero confort de lo que algunos llaman la dicha posible. Hasta ahora, el mundo continúa, eso dicen, y veo los sables  unir el aire para que pase el príncipe Felipe, heredero de Dinamarca con su recién desposada Mary, de Australia. Algo huele mal en fuera de Dinamarca. Hoy el fantasma de la muerte, recorre el mundo, viejo Charles. Próximamente el heredero de España pasará bajo otros sables y contraerá nupcias también. Un mundo para reyes, un mundo para una mayoría orinada por un perro. No estoy mirando ninguna bola de cristal ni leyendo las Profecías de Nostradamus por las moches como si fueran tiempos de Halloween.
  
La realeza sabe donde está la miel.

 

Silvia Banfield

 

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