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Ojo al ojo de Millán

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DONDE PONE LA PALABRA ESTÁ EL POEMA
DONDE PONE LA PALABRA ESTÁ EL POEMA

Me gusta volver  a los poemas de Gonzalo Millán, como un viejo soldado del Ejército de Salvación, fanático, ciego y detenido al mismo tiempo en una esquina cualquiera del tiempo y la vida, sin que nadie  me atienda, ni escuche. A buscar un beneficio anónimo, sin otro intermediario  que el esfuerzo personal. Soldadito de trinchera, sin ninguna posibilidad de grandes ni pequeños titulares, neones de la oscuridad, mis coetáneos aplauden frente al mar y la cordillera hace eco. Otros suscriben la antología de la Patria. O el gran premio de la posteridad floral de los juegos y  la primavera eterna.

 

 La palabra  en el desierto es un grano de sal y arena. Norte y Sur, Millán el más precoz de todos, sin duda   artesano, dedicado, laborioso, moroso y voluptuoso seductor de la palabra, con su esmeril encantado. Recuerdo aquellos paisajes de su propio oficio sobre una amplia mesa, rodeado de diccionarios, autores, escribiendo a mano sobre la  hoja en blanca, a veces tan estítica. Su antigua casa en las faldas del Cerro San Cristóbal, en las proximidades de La Chascona nerudiana o  en Tobalaba, Ricardo Lyon, donde Santiago le remara el cuerpo, sus muebles, biblioteca y mujer. El poeta no depende de sí mismo, ni su escritura de una  sola palabra.

Es un ejercicio solitario, empujado por viejas memoriosas lecturas y los recuerdos, imágenes, obsesiones compartidas, circunstancias, una época irrescatable. La primavera  y los veranos como telón de fondo de un conjunto de olores que se traducen en una manera de estar, sentir, pasar, ser, respirar.

En Limbo City uno tiene el tiempo para el juego del pasado, dejar que la hoja liviana tome altura y  no se haga necesario registrar si las nubes acosaron  con sus retazos blancos el  cielo azul invicto de la mañana.

La poesía de Gonzalo Millán es como la yema de sus dedos, táctil y visual, recurría a observar lo inesperado y creo le gustaba tocar la madera de sus versos que ponía en 9 versiones hasta dar con la última que es la definitiva. Jugaba  con la miniatura de la palabra y los objetos que construía con cajas y palos de fósforos. Levantaba un universo a la medida del  asombro y cotidianidad, al uso de los materiales visuales, manuales y siempre se remitía a la palabra. Los poetas objetivistas están en sus  sentidos y textos,

Relación Personal interpreta, recrea y rehace los primeros pasos del amor y la adolescencia, la pareja que dibuja y desdibuja en sí misma, su ventura iniciática. En el orden de los días y la poesía, un primer libro, que se convierte para el lector más exigente en un fruto maduro: el poeta ya había plantado la semilla en la tierra.

Miro y me miro en las dos ediciones de Relación Personal, la original, pequeña como una persiana verde que esconde  a dos cómplices. Contraportada verde, el jardín del amor, donde se gana y pierde, la rosa y la espina. Esta edición data de 1968 y contiene  42 poemas que son alfilerazos al corazón de un lector que va dispuesto a entrar en un libro que contiene  el ritmo de la vida, sus olores, sabores, encantos y desencantos, la experiencia de un buceador que sabe reparar el dolor con humor, que conoce sus limitaciones, sabe encontrar en la memoria un mejor presente. Se siente la pelusilla de los días adolescentes. El fruto puede caer o no en la palma de la mano del joven, pero la palabra está madura. Un libro que todo iniciado en la adolescencia debiera leer con los ojos bien abiertos, porque es un libro para hacerse cómplice del autor y entrar en el paisaje dorado, oscuro, íntimo, divertido de un muchacho que no llegaba a los 20 años o los rondaba al filo de la navaja juvenil, la más filosa de todas. Más que subjetividad en Relación Personal, hay objetividad  de los subjetivo, el ojo cruel, gozoso, amoroso, irónico, ridículo, de la vida  y de la relación con la pareja, compañera, amiga, los objetos, el paisaje, las circunstancias, la memoria y todo lo que te rodea y desprende de sí mismo.

Relación Personal vuelve a editarse el 2006, como portada el rostro de  Millán, en blanco y negro y las dimensiones del texto son muy superiores a las del original. Incluye  un total de 47 textos, pero a mí lo que más me interesa de esta  nueva edición aumentada  es el Apéndice, donde se incluyen tres poemas largos escritos por Gonzalo a los 19 años y que fueron editados, dos de ellos, en ediciones Orfeo, una revista que incluía a los futuros grandes poetas chilenos o al menos los que figuraban por ese entonces. No es por la edad  del autor, que me llaman la atención, sino por su originalidad, calidad, estructura, manejo  artesanal de la palabra, oficio, y belleza de su contenido, el significado que vemos detrás de las palabras.

No sé, como dice Alejandro Zambra, editor de la segunda Relación Personal, que Millán le debe más a Flaubert o a Robbe -Grillet, que a Neruda. Lo que si  pude comprobar  en la mesa de disección del poema, es que Gonzalo usaba el método del biólogo, un cuidadoso examen de la materia prima y una comparación continua de un trozo o espécimen con otro. Es lo que recomienda Ezra Pound en el ABC  de la lectura. Admiraba a Huidobro, lo supe por sus  propias palabras: Cada día se me crece más Huidobro, me dijo. Lo veía con Apollinaire. No era lector de una sola lectura.  Están los poetas malditos  a los que todos levantamos una y otra vez un altar en nuestra adolescencia y de manera merecida. Santones de una iniciación necesaria. Millán, como Parra, como todos los poetas chilenos que buscaban su propio camino, intentaban escapar de la influencia nerudiana. Más que comprensible respirar con la propia sombra, aunque fuera coja, desvalida y anduviera a tientas, huérfana.

La fuga de la hija única, me parece extraordinario,  un texto   que se inicia con una advertencia de la hija a la madre, pero que es más que ello, simplemente una certeza de lo que va a ocurrir irremediablemente, como un relato cuyo desenlace será inevitable. La muchacha sabe  todo de antemano y le pide protección quizás para que no ocurra lo que tal vez ve como felicidad: Tápame con el plumón azul de la infancia, un verso de resguardo, déjame seguir siendo niña a tu lado. Pero ella ve claro a su pretendiente y lo describe con detalles inequívocos, que yo diría, la certeza de la aventura y el amor. Trae un sol tatuado en el brazo//y una mancha de petróleo en la mejilla. Imágenes claras que reflejan su decisión y el conocimiento de su amada cómplice a través del relato del poema, el texto sabe todo: Él viene a través de los rieles/despertando durmientes con su voz de campana. /Ya cruzó el puente/y sus pisadas/ se fueron como  balsas por el río/El ya llegó al  bosque y dos  ramas de aromo/ van borrando sus pasos. Su paso no deja  huellas, sus pisadas nadie las encontrará, todo un enigma, y la hija le da nuevos datos a su madre: ÉL viene solo y además le  da una salida, porque aún está a tiempo de retenerla a su lado. Di a los barcos que salgan al camino//y que con sus redes lo atrapen como un lobo/ y advierte, pero él los toreará, madre con su pañuelo/ y les tirará puñados de arena en sus ojos. Di, madre, a los carniceros que abandonen sus locales/ y salgan a detenerlo con sierras y cuchillos. Pero se ve que  viene preparado, dispuesto  a todo,  él bajará su estrella que tiene cogida en un hilo/y con su honda de espino les pegará en el pecho. Llama a mi padre y dile que abra el ropero//y que dispare, dorada, su escopeta de ajíes/Escucha, madre se acerca La rodilla tiene abierta un pantalón de mezclilla/y en su camisa sucia hay agujas de pino/Dile a mi padre que tome el hacha/y vaya a cortar los rieles/Madre, sácame los ojos con un gancho de ropa/y tápame los oídos con cera de abejas... Es decir, impídele que me lleve, pero es tan improbable, que de todas maneras te aviso, comunico y pongo en autos. Pero sigue argumentando con videncia acerca del peligro, el riesgo que corre ante lo inevitable. En sus bolsillos trae una argolla de cortina y mi canción favorita sale de su pecho/Dile a los niños que  vayan a meterle miedo/que dibujen rostros de  fiera  rojos carbones/Escucha, madre/se aproxima/Di a los pájaros de vidrio que le hagan zancadillas/Di a los cerdos negros que se coman sus dedos/Que él se llevará mis pechos como dos sombreros/y mi sexo ondeará en el suyo como un pañuelo. Lo inevitable siempre parece inevitable. Madre, que tengo miedo/padre, silba a tus toros. / Madre, búscame un hermano/El vagabundo ya llega con sus manos de fuego/y siento sus caracoles verdeando mis piernas. ¿Cómo evitar, neutralizar la fuerza del deseo? Madre. Padre. El vagabundo/Que abandonen la taberna los ociosos y los ebrios/con sus bocas de barriles, emborráchenlo de vino.

Madre, el vagabundo...quebró los mástiles con sus manos quemadas/partió los cuchillos blancos de los carniceros/escupió los ajíes de la escopeta dorada/los hilos del tren reparó con barro/les pegó en el traste a los niños que le asustaron/quebró la zancadilla de pájaros con su zapato roto/marcó el lomo de los cerdos con su mano de fuego/estranguló el vino azulenco que pateó en su vientre/

Madre Padre/El  vagabundo llega/ Ambos progenitores están avisados, ya no sólo es la madre, la primera en proteger la honra y vida de la hija. Siente que ella no puede sola a lo largo del poema recurre a otros poderes y fuerzas. Ha sacado el plumón como una hoja de mis brazos/Me ha marcado la frente con su mancha de petróleo//y ha puesto la argolla en el cuello de mis senos. ¿Quién puede detener el lívido compartida?

Madre, padre, el vagabundo ha llegado/Vagabundo, vagabundo, nos alejamos por los rieles/Mis pechos  penden de su espalda como dos sombreros/Vagabundo...Vagabundo.../Mi sexo flamea en su sexo como una bandera/Madre...Padre...Vagabundo.../Mi amor me lleva por los rieles.

El tercer texto  de Apéndice de esta última versión de Relación Personal, se llama Desierto, un tema que siempre me ha motivado y puesto alas a mi memoria y pasión por ese espacio de nadie y de todos, tan personal, íntimo, dueño de sí mismo y  que nada exige. El desierto son sus propios recursos, fuerzas, la paciencia del día a día, su humildad hipnótica frente a los elementos que le rodean y asedian, ante el viajero que no se cansa de visitarlo. Convivir con él, es otra cosa. Tuve esa experiencia por unos días y noches, en la soledad de sus caminos salobres del norte chileno, con su camanchaca que huele a otro tiempo y se impregna en los pulmones. La humedad que la aridez  pareciera confundir, el desierto la entrega en sus noches y amaneceres,  y en el día el sol vertical quema, es dueño absoluto y es el mejor traductor del clima del desierto. Viene de siglos este tiempo silencio, pasivo, siempre en espera, alucinado por su propio tiempo.

El desierto es la armonía con la nada y con todo, un acto tan personal de reunirse consigo mismo. Capaz de usar espejismos para brindar esperanza al más extraviado de sus seguidores, pienso que no tiene límites en su compasión y creatividad. El desierto se auto habita y también el hombre  le acompaña sobre la superficie y se adentra en sus minas, en la riqueza de sus vértebras, y hace de la roca algo más que  silencio y olvido.

¿El desierto está para magnificar o apreciar la soledad? ¿Su objetivo es superar el tiempo? ¿Su belleza radica en su silencio o en lo que dejamos de escuchar? El desierto no se mira en el tiempo que dejó atrás, ni se prepara para el mañana, son otros los interesados en ver las cosas distintas, aunque el desierto que yo conozco, cambia de colores, temperaturas, pero se mantiene firme, permanece en lo que es.

¿Quién ha dicho que el desierto se divierte? Es la pregunta rotunda del verso con que  Gonzalo Millán inicia  sus 29 versos  sobre este espacio extremo que ocupa un tercio de la tierra y esconde el misterio de la discreción por propia voluntad. Yo lo he visto, viejo, y con la barba seca y entierrada//sentado en el cráneo de una vaca/Y no se ríe con las piedras como dicen /Ni juega a la ronda/en las mañanas con los cerros (¿Recordando a la Mistral?) Ordena sus viejos tarros de conservas/donde guarda tierras de colores/y sale en las tardes, con un sombrero de polvo/a recoger papeles en la línea de los trenes/Los domingos, en un remolino de arena/baja a la plaza de piedras del poblado/y levanta  las faldas de las muchachas/que salen de la iglesia/Pero se equivoca quien  dice que se divierte/Diré que  en las noches, solitario/cuando escucha el remedo de los trenes/coge piedras pálidas como lágrimas/y quiebra ventanillas con sollozos y alaridos. Este desierto de Millán es un desierto que sufre su condición de tal. Desde un principio nos enteramos que no está a gusto con la repartición de la vida. Un personaje adusto, desamparado, y la soledad no le vienen como modo de vida, ni es el aspirante a sólo ver pasar sin consecuencias. El desierto no sólo  se mira interiormente, sino ve que  más allá de su límite se termina el desierto, aunque desconoce que toma otros caminos, cauces, maneras el espacio y el hombre que le habita para crear su propio desierto.

Pero no es nada, suena/ y se pierden/y queda silencioso el viejo del desierto/Ordena su museo de espectros/mira sus piedras/patea sus tarros oxidados/y va con el esqueleto de su perro/a sentarse a la orilla del camino/a mirar si viene un hombre, a lo lejos.

¿El desierto es humano? ¿Se humanizó? ¿Qué espera el desierto y por qué sigue creciendo si no está a gusto con su aspecto? Este desierto del joven poeta se sabe pobre y de alguna manera va a la orilla de su propia vida  con la esperanza que llegue la mano del hombre  a cambiar las cosas. El desierto chileno, Pisagua,  es un lugar de extrañamiento, destierro, deportación, exilio, privación de la libertad para políticos y personas  de izquierda. El desierto tuvo la oportunidad de compartir por distintas épocas la humillación del hombre por el hombre. Conocer la lágrima seca y el olvido, la pena del abuso de autoridad.

La Lágrima seca

Desierto/destierro/despierto/en el duro arenal/viento de la sal/mar de la ventana/país la lágrima rota/sin dientes pules la sonrisa/del muerto/el esqueleto la calavera/que el tren miró al pasar/con su humo la locomotora/aturde el sol/las manos recogen sal/los ojos recogen sal/la arena recoge sal/la sal conserva la memoria/El mar, nadie/olvida los muertos. (Rolando Gabrielli)

El desierto de Atacama (Pato Negro en quechua) es el que tengo en mi memoria y florece cada diez años, siendo el más seco del planeta. Y sobre todo a su gente, cuyos rostros cincelados por el propio desierto no dejan impasible a nadie.

 

Rolando Gabrielli

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