“-Dios mío –musitó el sargento.
Miller se acercó al borde del risco donde se hallaba su compañero y contempló el mar.
-Menuda vista, ¿eh?-comentó el sargento.
En el horizonte una hilera interminable de barcos aliados aguardaba mientras numerosas lanchas de desembarco sorteaban cadáveres y obstáculos en su camino inexorable hacia la playa. Las compuertas de las lanchas Higgins se abrían, soldados mareados salían a la carrera hacia la orilla, buscaban refugio tras los dientes de dragón, corrían para ponerse a cubierto junto al dique después de salvar escollos de llamas, humos y los desechos dispersos que constituían los muertos. A lo largo de la orilla los cuerpos de los norteamericanos caídos chocaban entre sí, cerca de los restos destrozados y envueltos en llamas de las lanchas de desembarco naufragadas. Tanques y bulldozers, que dormían ajenos a todo, de costado, expelían humo y fuego. En el mar, en la orilla, seguían explotando obuses, que provocaban géiseres de agua, chaparrones de tierra, arena y piedra.
Sin embargo continuaban llegando soldados estadounidenses. Nada detendría su avance.
Era un paisaje atroz de destrucción y muerte, así como un magnífico testimonio del coraje de quienes luchaban y morían allí.
-Vaya vista –repitió Miller.” (Salvando al soldado Ryan, de Mark Allen Collins.
“Ellos traerían (se refiere a unos oficiales de inteligencia) a uno o varios prisioneros a la vez, ya encapuchados y amarrados. El trabajo de la policía militar era mantenerlos despiertos y atormentarlos para que hablaran”. (testimonio de la oficial de la policía militar estadounidense “arrepentida” Sabrina Harman, en la iraquí cárcel de Abú Grhaib).
El 6 de junio se cumplen 60 años del desembarco aliado en las playas de Normandía, auténtico principio del fin para la ocupación germana de Francia y el comienzo del quiebre definitivo de la Wehrmacht en Europa Occidental. Pero en este 2004, este festejo motorizado por George Primate Bush se ha empañado por las atroces torturas aplicadas a prisioneros iraquíes perpetradas por el ocupante angloestadounidense. De esta forma, resulta más que paradójico evocar aquella operación militar que para muchos significó el comienzo de la liberación de la odiada bota nazi. Pues muy difícil digerir que sea el mismo espíritu que animó a Eisenhower y los suyos a emprender tamaña empresa, del que anima a esta caterva de violadores de los derechos humanos.
Sesenta años después del DIA D, con Corea, Vietnam, el apoyo a los regímenes dictatoriales genocidas en Sudamérica, la intervención en América Central y las dos guerras del Golfo Pérsico en el horizonte, resulta harto difícil evocar a esos caídos en las playas normandas porque tanto odio y locura colectiva juntos, pueden empañar aquella sangre joven volcada a orillas del Canal de la Mancha.
Seguramente, muchos se preguntarán este domingo 6 de junio de 1944, si tanta muerte y destrucción haya servido para algo. Porque seguramente, si los muertos en esa jornada interminable pudieran ver lo que sus compatriotas hicieron y continúan haciendo en Abú Grhaib, no darían crédito a lo que allí ocurre.
La verdad no ofende, espanta
EEUU es para muchos la nueva Roma, para otros sacados ultraevangelistas caídos del mapa es el nuevo Israel y para otros muchos, es simplemente la reedición corregida y aumentada de la Babilonia del Apocalipsis. Puede ser que el gran país del Norte comparta virtudes y defectos de las tres simultáneamente, pero lo cierto es que el antiguo arsenal de la democracia se travistió en un malévolo supercop omnipresente hasta el la sopa.
Esto se hizo obsesivo luego de la caída del socialismo made in Moscú en 1989-92, cuando sintieron que su tarea de defensores del Occidente cristiano había llegado a su fin, y era perentorio encontrar otro enemigo para justificar semejante complejo militar-industrial. En este sitio se tomó debida nota de esa política paranoica de enemigos sempiternos, resultando un espiral de violencia y opresión sin fin.
En las arenas de Normandía se peleó contra un poder absoluto basado en la coacción de la fuerza y la supremacía racial. Sin embargo, en los 50, 60 y décadas subsiguientes todo método era válido si servía para exterminar al demonio marxista y ateo.
Caído éste, otros actores llenaron ese vacío, y la película de terror continúa gozando de plena salud. Pero desgraciadamente no es otra mala secuencia de Rambo o su forzudo émulo austriaco ahora gobernador californiano, es producto de la vida real y por ello espanta y provoca el repudio generalizado.
Winston Churchill decía que se podía hacer de todo con un caníbal, menos comérselo. Los torturadores y asesinos de la mencionada cárcel iraquí se sirvieron para la cena a los prisioneros, escupiendo sobre los muertos de Normandía y arrojando a la basura los laureles conquistados en esa y otras batallas por la libertad de Europa.
Por eso, nada hay que festejar.
Fernando Paolella