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Cómo es la “guerra” política y sindical que quiere librar Moyano

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VOLVER A LOS 70
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Bruscamente, los `70 se han reinstalado en la política. Y no solamente por el capítulo abierto por el Gobierno nacional en torno de Papel Prensa, que reaviva controvertidas revisiones de aquellos años, incluidas acciones de los Montoneros, de quienes los políticos casi no se habían permitido hablar críticamente en público durante más de tres décadas.

 

El peronismo bonaerense tuvo a comienzos de esta semana su propio viaje a aquellos tiempos turbulentos.

Así confiesan haberse sentido consejeros del PJ de la Provincia que participaron el martes de la asunción de Hugo Moyano en la presidencia del partido, en la capital bonaerense.

Sin contar una dotación del Grupo Halcón que se había apostado en el interior del edificio desde temprano, los dueños de casa y algunos invitados —intendentes, funcionarios, legisladores— se encontraron con que ignotos y corpulentos señores controlaban quién ingresaba y quién no. A varios ya les había costado llegar hasta la puerta, porque policías "asesorados" por un militante del gremio de camioneros decidían quiénes transitaban y quiénes no por las veredas de tres manzanas a la redonda.

Adentro de la sede, abundaban los guardaespaldas y escaseaban los integrantes de la conducción partidaria. El lugar se había convertido en un bunker de clima tenso, hipercustodiado. "Como las sedes de los sindicatos en los `70", compararía luego un consejero que conoció aquella época.

Afuera, sonaban tambores de guerra. Miles de militantes de camioneros esperaban que su jefe subiera al palco para saludarlo en su debut como presidente del peronismo. A diez cuadras, miles de militantes de otro sindicato, la Uocra, esperaban que su jefe, el Pata Medina, saliera para decirles si recorrían esa distancia para repudiar cara a cara la asunción de Moyano en el PJ.

Al final, cada uno se quedó en su lugar. Moyano habló a sus seguidores, visiblemente tenso, apenas tres minutos, cantó la Marcha y se fue. Medina se explayó, quizás para evitar que sus militantes se desconcentraran mientras lo hacían los camioneros.

Pero los dos generales dejaron en claro que sus tropas están alistadas para la batalla.

No son señoritas bien educadas los hombres que el martes se impresionaron con la impronta que le imprimió al partido el arribo de Moyano en la presidencia. No fueron señoras gordas ni "gorilas" los que describieron la dinámica que el líder de la CGT le imprimió al plenario y todo lo que lo rodeó, y la asociaron con los `70. Son dirigentes peronistas del Conurbano, acostumbrados a manejar los asuntos políticos con mano de hierro.

 

Botonera perdida

 

Pero, claro, no fue sólo una cuestión de formas lo que demudó y preocupó a intendentes, legisladores, funcionarios. Confiesan que se sintieron ajenos. Y se sintieron extraños porque —admiten sólo algunos, aunque les haya pasado a todos— perdieron el control de la botonera. Confirmaron sus sospechas de que Moyano manejará el partido fiel a su estilo y a sus designios.

Moyano se encargó de que se notara que no es sólo él quien llegó para presidir el PJ, junto a 48 referentes partidarios de toda la Provincia. La que llegó es la CGT. Lo dejó en evidencia el palco del acto. Allí lo acompañaron Néstor Kirchner y el gobernador Scioli —los dos invitados que exponían, con su sola presencia, el poder del anfitrión— y, exaltados, eufóricos, el taxista Viviani y el judicial Piumato, entre otros sindicalistas.

También, el ministro Boudou, a quien seguramente no hubiera invitado el resto de la conducción partidaria. Que tampoco hubiera invitado, muy probablemente, a otro convocado por Moyano que vive hablando pestes de las estructuras partidarias y sus dirigentes —"el pejotismo"—, el ex piquetero Emilio Pérsico. No hubo en el palco, en cambio, consejeros, intendentes ni ninguna otra persona que se asimilara a la definición de político bonaerense.

 

Frente complicado

 

Mientras tanto, al gobierno de Scioli se le complicó el frente legislativo. Tras tres semanas de intentos, el oficialismo debió postergar una vez más el tratamiento del proyecto de ley que amplía el Presupuesto de la Provincia, autoriza al Ejecutivo a endeudarse en 1.600 millones de pesos y crea un fondo para municipios de 500 millones.

Es la oposición —que suma mayoría— la que no le prestó los votos necesarios, porque reclama cambios en el reparto previsto para los recursos para las comunas, y sobre ella apuntó la conducción oficialista de Diputados, acusándola de mantener esa postura por "razones políticas". Pero es la misma oposición que, sin estar de acuerdo, aprobó el paquete de medidas vinculadas a la seguridad.

La diferencia tal vez pase porque, en ese último caso, el ministro del área, Ricardo Casal, encabeza una negociación con la oposición en el Consejo de Seguridad en busca de medidas de fondo acordadas. Y en el caso de la ley vinculada a las finanzas, el ministro del área, Alejandro Arlía, denegó cualquier negociación anunciando desde el principio que al proyecto no se le iba a cambiar "ni una coma". En algunos despachos de la Gobernación, por lo pronto, hay más malestar con Arlía que con la oposición.

 

Marisa Álvarez
NA

 

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