La muerte de Néstor Kirchner probablemente sea la noticia política más impactante de los últimos tiempos. Por lo inesperado, más allá de los achaques que ya había mostrado su salud. Y por la envergadura de la figura que se fue, su peso decisivo en el manejo de la dinámica interna del peronismo y su estatus de verdadero hombre fuerte del Gobierno actual.
No sólo murió un ex presidente, figura que remite a retiro o a jubilación. Kirchner jamás dejó de administrar poder desde su salida oficial de la Casa Rosada a donde llegó, digámoslo, con cierto estigma de debilidad.
Se fue el arquitecto de un andamiaje político-institucional que se alzó en 2003 y que aún perdura, más allá de los cambios de nombres y las deserciones. Partió el hombre que administraba las tensiones en el funcionamiento de ese esquema y el que lo sostenía cotidianamente, a partir de un liderazgo férreo, cerrado, radial.
Con sus aciertos y errores, con sus modos ríspidos y su lógica casi binaria, Kirchner fue la principal figura política de los últimos siete años. El eje alrededor del cual ha girado la vida institucional y económica de la Argentina de la post crisis y la recuperación.
Para la presidente Cristina Fernández, que sufre una inmensa pérdida personal, es además irremplazable desde lo político. A riesgo de rozar la frialdad, hay que decir que la jefa de Estado enfrenta un desafío mayúsculo, decisivo. Se ha muerto su jefe político, su respaldo, el cerebro que tomó junto a ella —o incluso en contra de la opinión de ella— las grandes decisiones de gestión de los últimos años.
Es por eso que la muerte de Kirchner abre enormes interrogantes institucionales. La oposición, que desde la derrota kirchnerista de 2009 huele la posibilidad del regreso al poder, tiene la gran oportunidad de mostrar maduración cívica y responsabilidad política. Aún cuando, en vida, Kirchner siempre haya tenido la tendencia a definirlos más como enemigos que como rivales.
Pero donde más se sentirá el vacío que deja Kirchner es en el peronismo. Al PJ oficial se le murió el líder.
Convencido de que podía volver a ser Presidente, el santacruceño venía trabajando para frenar el drenaje de dirigentes hacia las estructuras disidentes. Quería que todos dieran "pelea por adentro" del partido. Exploraba acuerdos, sabía que iba a tener que resignar cosas y especulaba con que iba a poder revertir cierta sensación que se había instalado entre intendentes y gobernadores respecto a sus pocas chances en las elecciones generales del año que viene.
También desapareció, desde ayer, el interlocutor político que tenía el sindicalismo. De los últimos presidentes que gobernaron el país, Kirchner será recordado como el hombre que le dio más poder real a los gremios.
Se alió con ellos por el control de la calle, le amplió beneficios, les facilitó negocios. Y los devolvió a la vida política interna del partido, con un protagonismo que no tenían desde principios de los años ochenta. Kirchner era, además, el que los paraba, el que les marcaba límites, aún cuando en los últimos tiempos sobrevolaba cierta idea general de que los gremios, la CGT puntualmente, avanzaba un casillero más cada día.
Por eso, luego de los tiempos lógicos del duelo y las despedidas, el peronismo empezará a buscar otro líder. Y no hablamos de cargos formales, de sucesiones por el lugar que se ocupó en una lista. Hablamos de un nuevo conductor. Ese es otro interrogante que por ahora no tiene respuesta.
Mariano Pérez de Eulate
NA