Esta obra maestra de la literatura francesa puso ante la sociedad pequeño burgués
el escándalo del adulterio moderno. Madame Bovary había nacido para una
vida distinta, sólo que en la clase y el medio equivocado. El constante y
desesperado inconformismo y la mirada de reproche a su misma gente, la fueron
transformando en una mujer devoradora de hombres y de la pequeña fortuna de su
pobre marido. La pluma de Flaubert es impecable moviéndose entre el
romanticismo de la protagonista y las descripciones naturalistas del narrador,
conocedor de la psicología profunda y sobre todo de la tipología: es lo que
hoy se llama disonancia cognoscitiva. Madame Bovary podía incluso llegar a
renegar de su familia en aras del arribismo, despiadada y vulgar. Venía de un
pueblo sin horizontes y soñaba con los grandes mundos de la pompa y el lujo.
Esa corrupción moral la lanzó a engañar y liquidar a su esposo, el último en
enterarse de las locuras de ella.
Sin embargo, fue el único que verdaderamente la amó; para
los otros siempre no fue más que una ‘querida’. De todos los amantes que
tuvo, cual más procaz y degenerado. Sin embargo, esta mujer puede considerarse
una víctima de la sociedad del dinero, que lo pone por sobre el amor y la
fraternidad. Ella despreció a Monsieur Bovary, un instrumento para correr una
vida disipada y plena de degradación. El gesto republicano de Flaubert es
significativo, cuando ‘enfermándose’ la madame (en realidad tenía
histeria), se siente llamada a enmendarse y pretende ser proclamada una
‘santa’, corona que consigue una vez que apestaba por los venenos que le habían
provocado la muerte. No le importaba ni su hija, a quien encontraba ‘fea’,
porque le estorbaba en sus aventuras. Los hombres con que se involucraba eran
gente de otra clase, que sólo la usaban y con los que guardaba la ilusión de
escapar a una vida superior, cambiándose hasta de nombre, para pasar
desapercibida. Son ideales, sueños, pues en cada ocasión y finalmente se
conoce la triste verdad. La paradoja está en que ella llevaba una existencia de
novela de esa época, como la mayoría de las mujeres que leían a Balzac (como
hoy se dejan seducir por las teleseries o las películas.)
El autor es padre de la novela actual,
de Stevenson, y por su intermedio de Mann, Proust, Lampedusa, Rulfo, hay pasajes
semejantes a muchos escritores que vinieron después. Una prosa cuidada, donde
se mezcla la realidad poetizada.
Otro acertijo para las mentes estrechas:
Flaubert no necesitó irse de su pueblo para ser universal. Al contrario, la
tranquilidad que le brindó su tierra fue vital para el estudio y temperamento.
Su influencia ha llegado a lo actual en filmes como ‘Un
tranvía llamado deseo’. La similar fatalidad en ese tipo de mujeres. Un
‘modelo’ eterno.
Mauricio Otero