De América, del mundo, el amor, los sueños, la existencia, la materia,
tristeza y alegría, del pueblo, las cosas, la tierra, el mar y la lluvia: arme
o ame usted su propia colección. El grande del sur, raíces de sangre y verde,
agua y cielo en pedazos. De trenes y tinieblas, maderas, vegetales, ríos y
gentes, países e historia.
Sucede que soy poeta, decía, y qué destino más alto, si se
nace sin nada: la Riqueza de la lengua. Cascada eterna. Llenando de luz húmeda
el gran copihue que es esta amada vena estirada en colores o en tres
territorios. Neruda, el hombre total, que llevó nuestra presencia a las cumbres
mayores, defendió la libertad y fue generoso con todos, otorgando
salvoconductos.
El solidario gigante, que trajo dos mil españoles
desheredados en el Winnipeg, que nos ascendieron con sus dones. Mi abuelo seguía
esa guerra feroz por la radio. Arribado en 1915, de Pontevedra, se ahogaba en su
asma de pena.
Pero llegó el bardo con sus hermanos y volvió a sonreír.
Mas no pudo volver. No estaban las lilas para madreselvas en flor. Tendero y
panadero, como tantos coterráneos. Le regaló un viento fresco, un lazo
indestructible con los venidos como él de la pobreza y la amargura, tal, mayoría
de los emigrantes. Neruda es por su republicanismo el hijo pródigo e insuperado
de este país.
El primero en cantar al eros, desde su legendario
‘Farewell’, los ‘Veinte poemas de amor’, ‘Los versos del capitán’,
los ‘Cien sonetos’. Torrencial, como nuestros afluentes, que amó y nombró
en ‘Canto General’, iniciando su titánica labor de inventariar América,
como señala Ignacio Valente. No cesó, como es deber de un vate verdadero.
Heredero de la tradición con nuevos bríos, se sumergió en Quevedo, Góngora,
Whitman, Baudelaire y Ercilla. Nos entregó la palabra hecha pan y herramienta
para los pobres, para el deleitoso, para el señor. Él supo de sus equívocos.
Está aquí no como lo quiere la crónica, sino la poesía,
no mito: Humano: amó, luchó, existió y dejó huella. Sus mínimas obras, dueñas
del cariño de la gente, los ‘Corre Vuela’. ¡Qué chilenos no han amado con
sus versos! Permanece en la memoria de los jóvenes que entregan una flor y un
beso en una plaza. Pétalo de alma. De goce y sufrimiento. Soledad y compañía.
Poeta. Querido por todos, odiado por pocos. Patrimonio. Sello mundial. Le
debemos el humus de la tierra. Aquella que se hace leche en la arcilla y levanta
hombre.
Las voces han cantado y la libertad iluminó su poesía más
allá de la política. Desde el fondo eleva los océanos espumosos y elegías,
piedras, montañas y desiertos. Se sigue viviendo, bañando nuestro pecho de
amor. ¡Qué son cien años para un poeta!
Puede confesar que ha vivido y que para nacer ha nacido.
Leamos poesía, el segundo cobre chileno.
Mauricio
Otero