Este poeta
norteamericano, (1869-1950), quien fuera abogado que ejercía ‘demasiado’
justamente su profesión, por convicciones éticas, terminó abandonándola para
cultivar su vocación pura: escribir versos, donde fue juez de sentencias
admirables, como conocedor profundo del género humano.
En su más célebre libro, Antología de Spoon River se
aprecia su sentido del sarcasmo, parodia, aforismo, máximas morales o de vida,
parábolas, paradojas. En verdad es uno de los libros más sinceros que haya leído.
Como Cervantes en Don Quijote o Shakespeare. Un aliento
barroco flota en su pensamiento, aún siendo sus construcciones sencillas y
prosaicas, no exentas de gran belleza luminosa.
En otro sitio, me he referido a la similitud con Bajo el
bosque lácteo, de Dylan Thomas, Pedro Páramo, de Rulfo, A puerta
cerrada, de Sartre y Purgatorio, de Yeats. En el tema.
Siendo un catador de almas, Masters va tejiendo el telar de
espíritus en que deviene la vida y la muerte, el amor y el odio, como si con un
hilo de agua fuera zurciendo los zarcillos de todas esas tumbas en un cementerio
que no es de este mundo, sino del Cielo. También Homero da cuenta y el Libro de
los muertos, además La Biblia y otros libros sagrados. Y Dante. No es como
pudiera pensarse, un libro triste, al contrario, está lleno de humor: los
muertos que nos hablan son ánimas que purgaron y desde sus moradas, no
terrenales, aunque aparentemente lo sean, auto examinan sus lápidas y
‘conversan’ entre sí. La belleza de delirio que esto trae es, como podrá
entenderse en gentes sensibles, muy alta. T. S. Eliot decía que cada poema debía
ser un epitafio, es decir algo concluido y cerrado para siempre.
Aunque ya sabemos que el poeta angloamericano contradijo esta
afirmación en su producción, que es casi uniforme. Pablo Neruda era ferviente
admirador de Masters y lo leía continuamente. Sus odas están inspiradas en los
versos del poeta aquí tratado, recordándonos como dice Leopoldo María Panero,
el loco maravilloso candidato al Nóbel, que ‘la literatura trae
literatura’. Pudiera señalarse que su influencia toca a Parra, que debe
haberle leído tempranamente en Estados Unidos. Masters, como el bardo chileno,
‘canta’ las tradiciones de su patria.
Ernesto Cardenal, también, aunque en su poesía hay más
vehemencia. Ya sabemos la marca a fuego de la poesía cotidiana o del pan que
existe desde la mitad del siglo pasado.
Por demás, es manifiesta la influencia de Quevedo en los
poetas nuestros, Neruda mediante, como de Whitman, por el mismo vaso, alumbrando
los poemas de todos los escritores americanos, hijos del Siglo de Oro.
(El gran teatro del mundo al desnudo. Masters: Un maestro de
todos los tiempos.)
Mauricio Otero