Polémica en su tiempo, esta obra de Borís
Pasternak, sigue llenando de ternura los corazones de los hombres. Leerla hoy,
Siglo XXI, es un presagio cumplido. Su estilo es de prosa poética, bellísima a
largos alientos, donde el autor ha dotado a la Naturaleza de señorío,
personificándola, y esta
prosopopeya sume a un ser sensible en su encanto de ensueños dulces, único
modo de huir de los horrores que se cribaron sobre las estepas, junto al amor
que encarnó el protagonista con la bella Lara. Si no fuera porque dos de los últimos
capítulos, quince y dieciséis, parecieran escritos por un ser inferior y apostado (tal vez
lo fue), a mi entender absolutamente innecesarios, sobrantes, la novela sería
la del siglo que pasó. De todos modos, el tema, como podrá entenderse, de los
padecimientos del pueblo ruso en la guerra civil y en las purgas, nos dejan una
lección, como de las que concluía ha poco Juan Goytisolo, el escritor español,
en la prensa: que el hombre era su propio lobo, como ha quedado señalado de
antiguo. Leyendo historia y literatura se comprueba. La Ilíada es un compendio
de canalladas, traiciones, soberbia, poder, deslealtad, con que el
ser humano siempre ha estado regido por perversis natura.
En la narración, que he leído en las gélidas
noches de Osorno, hasta el alba, para acompañar al autor en sus relatos y
sentir el hálito entumecer los huesos de escalofriante realidad, sufrí
similarmente... Las épocas en que los soviéts regían ese inmenso país,
semejaban para gran mayoría de intelectuales y artistas el ‘paraíso’ soñado,
la salvación de la humanidad. Mas, ¡ay, qué equivocados se estaba! Dentro del
hermético murallón del Kremlin se ocultaron los secretos de las vidas
truncadas, de los horrores, la tragedia de un pueblo si bien con algunas
conquistas, sin libertad, acosado por las escaramuzas desde dentro y fuera.
No se trata de defender a los ‘blancos’, que no eran
tampoco buenos muchachos. El ‘espíritu de los tiempos’ flotaba en el aire
enrarecido que olía a acre sangre. Toda revolución es heroica, y la fue
aquella, mas prontamente tras la muerte de Lenin, todo se fue abajo. Los campos
de concentración, que habían implantado los zares, se llenaron de presos, el
periodo NEP prometía algunos cambios, pero no se concretaron. Los torturados,
ejecutados, desaparecidos y deportados eran la patata de cada día, y esas
crueldades no podían permanecer. La lección que ha resultado para la humanidad
es que, aun en épocas de desolación como la nuestra, no se puede intentar por
imponer por la violencia el socialismo. Si la libertad no va delante de las
transformaciones, no es sano apoyar un proceso, pues esa utopía como se lee en
los textos se tornará en la pesadilla de los sueños. El siglo XX fue terrible.
Al comunismo se lanzó el nazi fascismo, con las
consecuencias que todos conocemos, igual en Chile. Luego tenemos el capitalismo
salvaje, que nos está ahogando. Pero en momentos de crisis, hay que conservar
la calma y actuar con la cabeza fría y un corazón lleno de bondad por la
humanidad. Los pueblos libres, construyen más libertad. Ha habido tantos
experimentos, que la aurora de la humanidad debe avanzar así de rápido como la
naturaleza vegetal, más veloz que los animales, pero en su sueño de paz y
dulcedumbre. Personalmente, no creo en la violencia y no la he aplicado jamás.
El ser humano es maleable, puede ser tan tierno o un feroz
animal, por ello, a la cándida pero maestra Violeta hay que hacerle caso cuando
susurra: ‘sólo el amor con su ciencia.’
Mauricio Otero