“Todo lo que tiene que tener un sanatorio, más 40 años de experiencia”, afirma con ampulosidad orgullosa el Sanatorio Colegiales en su página web. Al ingresar en el mismo, la asepsia, el orden pulcro y la sonrisa del recepcionista aparentan afirmar eso. Pero la realidad, escondida y agazapada, es muy otra: “Te cuento, mi papá de 73 años fumador durante 60 años, tenía calcificadas las arterias de ambas piernas sobre todo la izquierda. Por lo que comenzó con una necrosis en los dedos que venía ocultando hasta que mis hermanos en Concordia (Entre Ríos) donde vivía, se dieron cuenta.
Se internó de urgencia allí, y decidieron que debía amputarse una pierna primero y luego la otra.
Ante semejante situación, y ya teniendo a mi mamá con una hemiplejia, decidimos llevarlo a Buenos Aires para una interconsulta en la Fundación Favaloro.
Después de 6 hs. de viaje en auto, llegamos cerca de las 18 de un día domingo, allí nos dijeron que era un paciente ambulatorio y que pidiéramos la consulta por consultorio externo. Imagináte a mi papá con la necrosis en las piernas, y habiéndolo sacado de una internación que nos dijeran eso, parecía una locura, hasta que en un momento se descompensó en la sala de espera por lo que decidieron derivarlo al Sanatorio Colegiales, ya que en Favaloro no había camas y mi papá era afiliado al Pami. La peor decisión.
Allí comenzó la odisea. Mi papá entró lúcido. Llegamos a Buenos Aires en auto, no en ambulancia. Comenzó a tener fluctuaciones en su glucosa, no se lo podían controlar y también problemas respiratorios. Por nuestra cuenta conseguimos que dos doctores del equipo de cirugía vascular de la Fundación Favaloro vinieran al sanatorio para hacer la interconsulta de la amputación. Ambos coincidieron con la opinión del Dr. que lo vio en Concordia que solo quedaba amputar la pierna izquierda, a todo esto la cirujana vascular del Colegiales no venía a verlo ya que se había ofendido, porque le pedimos el CD con el estudio de cateterismo vascular que se había hecho en Concordia, para que lo vean los doctores de Favaloro... entramos un domingo y ya era miércoles y nosotros seguíamos esperando a la cirujana para que de su opinión, para así poder irnos a Concordia a amputarse allí porque así lo habíamos decidido.
El viernes la glucosa seguía fluctuando y por la tarde se descompensó totalmente, entonces lo llevaron a terapia intensiva donde nunca pudieron explicarnos bien que pasó, solo que tuvo una acidosis metabólica. Lo llenaron de líquido, estaba todo hinchado y en coma farmacológico.
Al otro día ya mejor, seguía hinchado pero ya estaba consciente, así que nos dijeron que si seguía mejorando lo iban a sacar de terapia para la habitación. Pero el tema fue que no había camas, y no tuvieron mejor idea que dejarlo en terapia una semana, en la cual las visitas solo son de 2 hs. por día, nosotras sin saber qué hacer. Yo venía de Salta, una de mis hermanas de Chile y la otra de Concordia, y no lo podíamos ver en todo el día.
Tampoco nos daban el alta, porque seguían insistiendo que lo tenía que ver la cirujana vascular, pero solo cuando esté en habitación. Ya un viernes se ve que consiguieron cama y lo bajaron al piso, pero en ese momento ya había adquirido una bacteria interhospitalaria, la klebsiella, y a las horas hizo una arritmia. Lo dejaron en Unidad coronaria totalmente descompensado en coma... nunca más pudimos hablar con él nunca más salió del coma.
No te puedo explicar la unidad coronaria, todos los pacientes consientes y el único en coma era mi papá en el medio de la habitación, con miles de familiares que venían a ver a los otros enfermos, ninguno con barbijo menos los médicos, ventanas abiertas para ventilar... en una unidad coronaria donde había hasta moscas. Pero ellos decían que era el único lugar donde lo podían tener monitoreado. Las enfermeras eran un desastre, solo estaban preocupadas en que lo tenían que afeitar porque eran órdenes de arriba.
El médico de guardia de Unidad Coronaria, no te puedo explicar cómo nos trató. Una semana más y falleció... Yo me retiré el 16 de septiembre, después de verlo a las 20 hs. y a las 21 me llamaron, ya me imaginé qué había pasado. Cuando llegué, el doctor de la Unidad Coronaria me dijo que no entre llorando porque había otros pacientes y que les podía hacer mal. Mi papá estaba en el medio, tapado con una sábana y todos los enfermos con problemas cardíacos mirando, luego me dijo que me apure porque necesitaban retirar el cuerpo para utilizar la cama para otro paciente. Yo no podía creer ese maltrato innecesario. Todavía nadie en mi familia puede superar esa experiencia y la culpa que nos seguirá acompañando por haber terminado en un lugar así, infrahumano, después de años de trabajo y de aportes...”, afirma Flavia Schor, hija de Moisés Schor, quien como relata, falleció allí en septiembre de 2010.
“Mi madre murió en el Sanatorio Colegiales el 21 de Junio de 2010, tenía 86 años, y la cubría Obsba. La llevamos por una infección en un dedo del pié (el más grande).De entrada en la guardia el diagnóstico fue de terror, nos dijeron que iban a hacer placa, y según lo que vieran podrían amputarle el dedo. Comenzaron a tratarla con antibióticos, hicieron una interconsulta con cirugía vascular, y la doctora (no tengo el nombre) cayó a las 10 de la noche, y lo más alentador que nos dijo fue, que si no respondía a los antibiótico iban a amputarle la pierna, con mi hija nos quedamos helada, preguntamos `¿hasta dónde?´. Ni siquiera emitió sonido, y con un gesto de su mano, marcó en su pierna hasta la altura de la ingle.
Mamá empezó a tener problemas con sus bronquios dentro de la internación, el dedo se curó. Y en cuatro días más tarde falleció, por una insuficiencia respiratoria. Nosotros no la dejamos ni un minuto sola, nos turnábamos y asistían las chicas que la cuidaban en casa.
Recordé que un enfermero le dijo a la señora que la cuidaba de día, que lo respiratorio se lo había contagiado ahí, ¡si ella entró sin un moco!
Pobre mamá, entró consciente, y todo se aceleró. Lo único que me quedó con ganas de reclamar al Sanatorio fue la actitud de esa médica, que se adelantó a un diagnóstico tan cruel, sin siquiera dar el tiempo necesario para su evolución. El sector de gerentes, se parece al espacio de enfermos terminales, a diario partía un abuelo/a”, puntualiza asimismo Isabel Yaconis, madre de la asesinada Lucila, y titular de la asociación Madres del Dolor.
Adriana Magnoli, mamá de Crogmanon, pasó por una ordalía semejante. El 3 de agosto de 2010 cuando internó a su padre Francisco a causa de una descompensación arterial elevada y crisis glucémica: “Mi padre estuvo los 6 días en la guardia, salió con 2 epicrisis (historias clínicas) distintas, una con alta y la otra no, se horrorizó de la mala atención recibida ya que, no solo no lo curaron de HTA y glucemia, sino que salió peor que como ingresó, con infección, fracturado y enyesado, también se horrorizó del recorrido interno que tuvo que hacer la camilla hasta que llegó a la salida de ambulancias.
La obra social/ prepaga me comunicó que dio de baja al Sanatorio Colegiales de su staff médico y que realizó las acciones legales donde y con quien corresponde. Queda pendiente averiguar de nuestra parte si el sector donde estaba internado mi padre tiene o no habilitación para funcionar como "internación". Observamos un montón de falencias a los medios de escape.
El Sanatorio Colegiales está ubicado en Conde y Palpa. El sector de internación puntual donde alojaron a mi papá tiene el ingreso por la calle Palpa y se denomina Cirugía Ambulatoria. El ingreso y egreso se efectúa a través de un timbre, con alguna cámara de seguridad con alguien que observa vaya uno a saber desde dénde... y abre la puerta a través de un portero eléctrico. Se desciende una planta a través de una escalera en "L". Se llega a un pasillo que deriva en dos alas. En cada ala del pasillo hay dos habitaciones, con dos camas cada habitación. O sea, no hay ascensor directo. No hay ventanas que den al exterior. Estas habitaciones tienen puertas que dan a una circulación interna donde está el sector de enfermería y pasillos que llevan a los quirófanos.
Durante los seis días de internación de mi padre observamos que todos los pacientes internados se encontraban imposibilitados de movilizarse por sus propios medios. Tal es el error u horror de esta distribución que a mi papá tuvieron que sacarlo en camilla por dentro del sector de quirófanos, recorrer pasillos hasta llegar a un ascensor que lo llevó a otro pasillo hasta la salida de ambulancias. El médico de traslado no pudo acompañarlo en ese trayecto porque no podía ingresar a ese sector, supuestamente aséptico.... lo cierto es que salió con una infección que complicó el cuadro general y con la que no había ingresado.
Las salidas no son francas, de noche cierran todas las puertas con cerraduras y trabas (palos)... sólo queda abierta la puerta del sector de ambulancias. Pero lo peor, fue que tuvo como compañero involuntario a un personal de seguridad internado por un intento de suicidio. Estaba custodiado por dos policías armados que esperaban su traslado al Hospital Churruca. No te imaginás el terror de él, y el mío, al pensar si este individuo podría ser presa de un brote psicótico, y se abalanzara sobre cualquiera de los dos custodios y le arrebataba el arma…”
Este cronista vivió en carne propia esta ordalía. El viernes 25 de marzo, alrededor de las 16:50, recibió un llamado proveniente del geriátrico Instituto San Juan, sito en el barrio porteño de San Telmo, que anunciaba que su abuela, de 96, había sufrido una caída y que sería derivado al aludido sanatorio Colegiales, sito en la calle Conde 851, del homónimo barrio porteño.
Luego de interminables tres horas en la citada unidad de terapia intensiva, fue derivada a la habitación 301. Se le diagnosticó ruptura de cadera, fijándose fecha de intervención quirúrgica para el siguiente martes 29 al mediodía. Lo que le llamó la atención, fue que le suministraban oxígeno alegando que tenía “baja presión de oxígeno en la sangre”. Pero luego, el diagnóstico súbitamente cambió a un “principio de neumonía”. Cosa rara, pues quien suscribe estas líneas jamás la vio toser o siquiera moquearse. Esto siguió hasta el mismo martes de la intervención quirúrgica, en cuya mañana se le sacó el oxígeno y se la preparó para la misma. Pero grande fue su sorpresa cuando se enteró, al pie del quirófano, que se suspendía la operación dado que nuevamente, según el cirujano, le había nuevamente bajado la presión del oxígeno en sangre. Intrigado, le preguntó al facultativo los pasos a seguir. No obstante, el pronóstico era alentador pues se le iba a controlar “la incipiente neumonía con antibióticos, y como no era una intervención urgente, se la pospone hasta que la paciente mejore”.
Una más en la estadística
Tranquilo por esas afirmaciones, regresó a su casa. Pero en la caída de la tarde, su hermano le comunica por celular, a eso de las 19:30, que había fallecido. Al llegar al nosocomio, se entera que cuando junto a su padre fueron a verla, se encontraron con que no estaba en la habitación sino en terapia intensiva. Allí, les dijeron que su cuadro había empeorado y que “no iba a pasar la noche”. ¿Cómo es posible, que se enterara de esta forma, ya que desde el Colegiales jamás se comunicaron para avisar?
Entonces, considerando los casos anteriores, ¿podría decirse que allí existe una modalidad destinada a sacar del medio a pacientes mayores de 60 años simplemente dejando que pasen a mejor vida? Y el método sería bastante simple, está evidenciado en el caso de Moisés Schor, relatado por su hija Flavia, o en el de la madre de Isabel Yaconis. El paciente, a causa de la mala atención, contrajo la bacteria Klebsiella pneumoniae, que provocó una infección en la vías respiratorias contrayendo la relatada “incipiente neumonía”. Obviamente, sino se la trata con aminoglucósidos (antibióticos bactericidas) o con cefalosporina (antibióticos beta-lactámicos). Pero, viendo estos casos, es evidente que a los pacientes mayores no se les suministra nada con qué contrarrestar esa bacteria infecciosa. Luego, la naturaleza hace su curso y otro anciano pasa a engrosar la ya profusa lista de bajas colaterales del Colegiales.
Al mediodía del 26 del corriente, precisamente cuando su abuela cumpliría 97 años, volvió al sanatorio. Apenas traspuso el hall de entrada, y subió las escaleras rumbo al tercer piso, encontró que todo seguía igual que hace un mes. Los mismos rostros desolados haciendo espera en la puerta de terapia intensiva, los mismos diálogos apesadumbrados por celular, que comienzan con la muletilla “sí, va a quedar internada”, y el mismo patético de un anciano en camilla con mascarilla de oxígeno solo, esperando al pie de los ascensores.
Lo que no se entiende es, dado que en la web abundan más testimonios como los presentados arriba, ¿cómo es posible que los prestadores que derivan a sus afiliados allí, tales como OSTEE, OSECAC o PAMI, lo sigan haciendo a pesar de las eventuales muertes relatadas? ¿O es otra muestra más de la sempiterna desidia e impunidad permanentes?
Fernando Paolella