El maniqueísmo de la estruendosa retórica kirchnerista recuerda mucho al discurso anti-FMI del peronismo y el sindicalismo argentinos de los años 80, cuando el retorno a la democracia. La enorme diferencia es que ahora esa visión baja desde el poder, con todos los recursos mediáticos, dinerarios y políticos del gobierno kichnerista. Si esta lectura maniquea se extiende, como lo está haciendo, la Argentina repetirá el ciclo 1946-89. Es más, puede decirse que ya ha comenzado a hacerlo.
De hecho, las decisiones económicas del kirchnerismo son muy parecidas a las del primer peronismo: estatizaciones, intervención con mano pesada del comercio exterior, proteccionismo industrialista de baja eficiencia, multiplicación del empleo público, salarios que crecen por encima de la productividad, etc. Los efectos, también son similares: alta inflación, retraso del tipo de cambio y voracidad fiscal que se ceba con los fondos previsionales. “En 1949, el debilitamiento del esquema distributivo de los primeros años del peronismo empezó a resquebrajarse por lo más frágil: la balanza comercial y la inflación”, afirman los economistas Pablo Gerchunoff y Lucas Llach ("El ciclo de la ilusión al desencanto", 1a ed. 1998).
Efectivamente, la excepcional coyuntura de la guerra y posguerra se estaba agotando, y los términos del intercambio ya no eran tan favorables. En 1949, cuando hace crisis el modelo peronista, la inflación alcanzó el 31%, cifra del todo equiparable a la que padece la Argentina contemporánea. En los años 40, “para algunos peronistas la inflación era un mal necesario, si es que realmente la consideraban un mal. El aumento de los precios era visto como un instrumento poderoso de redistribución de ingresos”, apuntan Gerchunoff y Llach, dos economistas por cierto insospechables de sufrir inclinaciones ortodoxas.
Nada casualmente, pues el mismo temperamento pro-inflacionario existe en la Argentina K, en la que sin embargo está prohibido hablar de inflación de manera oficial (el eufemismo preferido es "reacomodamiento de precios") y el instituto oficial de estadísticas fue intervenido por el gobierno de Néstor Kirchner en enero de 2007, cuando la inflación comenzó a salirse de control.
La anatemización de los años 90 argentinos, es decir, del período que vino a corregir los desajustes acumulados por el modelo instaurado por el primer peronismo, indica que nada se ha aprendido de esa prolongada etapa histórica que va de 1946 al 89. De los años 90 corresponde hacer un balance crítico, como de cualquier período histórico. Es una obviedad, pero hoy resulta necesario decirla. Tampoco sirve, empero, un retorno al rígido dogmatismo liberal-economicista que practican fundaciones tan adineradas como poco escuchadas. Lo más rescatable de los 90 argentinos fue el consenso general sobre que una hipertrofia del Estado y de las regulaciones llevaban a una crisis crónica, como la que se vivió desde el año 1949 en adelante, sin solución de continuidad hasta la estabilización lograda, luego de dos años de ensayos y errores, por el presidente Carlos Menem con el plan de Convertibilidad en abril de 1991 (una fecha de la que acaban de cumplirse 20 años y, sintomáticamente, casi ningún medio quiso recordar...).
Hoy tal consenso pro-mercado ha sido barrido, no solo del discurso oficial, sino del imaginario social. El repudio de la obscena corrupción de la era menemista sirve de cobertura moral para condenar al mismo tiempo las necesarias desregulaciones y privatizaciones de esa agitada época (1989-1999). Se ha restablecido el relato maniqueo antimercado y populista por obra del aparato estatal K, pero también por los otros actores sociales y políticos que tienen la misma convicción. Se volvió, simplemente, a la que había sido la narrativa predominante en la Argentina durante décadas, y que tuvo un breve paréntesis en los 90. Basta escuchar y leer a los dirigentes opositores para darse cuenta de que ese discurso y esa visión del mundo han vuelto con fuerza y se han reinstaurado en el sitial donde estuvieron siempre. Esto se comprueba cuando esa visión maniquea la reproducen las profesoras de la secundaria ante sus alumnos, cuando se la repite como un eco en cualquier diario o radio promedio del país. Eso es el sentido común nacional argentino.
En cualquier caso, el país ha entrado de lleno en una repetición de la secuencia histórica ya conocida. El retorno de la inflación crónica alta a partir de 2007, la pérdida del superávit fiscal a partir de 2009-10; el drástico achicamiento del superávit comercial por obra del atraso cambiario, o sea, de la inflación, y el creciente cierre del comercio exterior por las medidas del Secretario de Estado del sector, Guillermo Moreno, son todos síntomas económicos que remiten a los años transcurridos entre los 40 y 80, o sea, a esa larguísima decadencia del modelo mercado-internista-sustituidor de importaciones construido por Juan Perón entre 1945 y 1948.
Puede sumarse a ese cuadro el renovado poder de los sindicatos en las negociaciones paritarias, una instancia que a la vez recupera el salario real y realimenta el ciclo inflacionario que lo deteriora.
Ahora, como el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no tiene personal técnico calificado y sólo atina, dogmáticamente, a aumentar el gasto público, estimular el consumo y disparar la emisión monetaria, es claro que no será un gobierno de este signo el que busque los necesarios remedios al problema, a esta gran recidiva histórica de los males económicos argentinos. Es cierto que Juan Perón lanzó un plan de ajuste en 1952, que por un tiempo mejoró las variables económicas, y que incluso pasó de exprimir al sector agroexportador a favorecerlo. Pero nadie le ve a Cristina Fernández de Kirchner talante de estadista ni humildad para terminar con su retórica agresiva hacia ese sector que provee divisas decisivas para lo que llama su “proyecto”.
De continuar el sistema económico internacional siendo favorable a la Argentina, la situación no será tan grave y apremiante como en los años 80, pero se puede apostar a que el cuadro general tendrá un enorme parecido.
Pablo Díaz de Brito
CADAL