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La noche de la autocrítica

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EL DÍA QUE MARTÍN BALZA PIDIÓ PERDÓN
EL DÍA QUE MARTÍN BALZA PIDIÓ PERDÓN

Hasta ese momento, ningún militar en actividad se había plantado de cara a la sociedad para decirle a esta algo semejante. Balza tuvo el coraje para realizarlo, no importándole como se lo tomarían los dinosaurios que aún se creían los centuriones de Occidente en lucha permanente contra la oleada roja.

 

El veterano artillero de la guerra de Malvinas dijo esa noche de martes: “Nuestro país vivió una década, la del 70, signada por la violencia, por el mesianismo y la ideología. Una violencia que se inició con el terrorismo y que desató una represión que hoy estremece. El Ejército creyó erróneamente que el cuerpo social no tenía los anticuerpos necesarios para entregar el flagelo y con la anuencia de muchos, tomó el poder. El Ejército no supo cómo enfrentar desde la ley plena al terrorismo demencial. Este error llevó a privilegiar la individualización del adversario, su ubicación por encima de la dignidad, mediante la obtención en algunos casos, de esa información por métodos ilegítimos, llegando incluso a la supresión de la vida. El fin nunca justifica los medios.

Es hora de asumir las responsabilidades que correspondan. Siendo justos veremos que del enfrentamiento entre argentinos somos casi todos culpables, por acción u omisión, por ausencia o por exceso, por anuencia o por consejo.

Cuando un cuerpo social se compromete seriamente, llegando a sembrar la muerte entre compatriotas, es ingenuo intentar encontrar un solo culpable, de uno u otro signo, ya que la culpa en el fondo está en el inconsciente colectivo de la Nación.

A pesar de los esfuerzos realizados por la dirigencia política argentina, creemos que aún no ha llegado el ansiado momento de la reconciliación. Lavar la sangre del hijo, del padre, del esposo, de la madre, del amigo, es un duro ejercicio de lágrimas, de desconsuelo, de vivir con la mirada vacía, de preguntarse por qué...por qué a mí.

Quienes en este trance doloroso perdieron a los suyos, necesitarán generaciones para aliviar la pérdida.

Las listas de desaparecidos no existen en la fuerza que comando, si es verdad que existieron en el pasado, no han llegado a nuestros días. Ninguna lista traerá a la mesa vacía de cada familia el rostro querido, ninguna lista permitirá enterrar a los muertos que no están. Sin embargo, sin poder ordenar su reconstrucción, por estar ante un hecho de conciencia individual, si existiera en el Ejército alguien que dispusiera de listados o, a través de su memoria, la capacidad de reconstruir el pasado, le aseguro, públicamente, la reserva correspondiente y la difusión de las mismas, bajo mi exclusiva responsabilidad.

Asumo este costo, convencido que la obligación de la hora y el cargo que tengo el honor de ostentar me lo imponen.

De poco serviría un mínimo sinceramiento si al empeñarnos a revisar el pasado no aprendiéramos de él para no repetirlo en el futuro.

Ordeno, una vez más, al Ejército Argentino, en presencia de toda la sociedad, que: Nadie está obligado a cumplir una orden inmoral o que se aparte de las leyes y reglamentos militares. Quien lo hiciera, incurre en una inconducta viciosa, digna de la sanción que su gravedad requiera. Sin eufemismos, digo claramente: delinque quien vulnera la Constitución Nacional; delinque quien imparte órdenes inmorales; delinque quien, para cumplir un fin que cree justo, emplea métodos injustos, inmorales.

No es el Ejército la única reserva de la patria, palabras dichas a los oídos militares, por muchos, muchas veces, las reservas que tiene una nación nacen de los núcleos dirigenciales de todas sus instituciones.

Si no logramos elaborar el duelo y cerrar las heridas, no tendremos futuro, no debemos negar más el horror vivido, y así poder pensar en nuestra vida como sociedad hacia adelante, superando la pena y el sufrimiento.

Quiero decirles, como jefe del Ejército, que, asegurando su continuidad histórica como institución de la Nación, asumo nuestra parte de la responsabilidad de los errores de esta lucha entre argentinos, que hoy nos vuelve a conmover.

Pido la ayuda de Dios, como yo lo entiendo o como lo entienda cada uno, y pido la ayuda de todos los hombres y mujeres de nuestro amado país, para iniciar el tránsito del diálogo que restaure la concordia en la herida familia argentina”.

 

Los motivos de un sinceramiento

 

Obviamente, las razones de este gesto de Balza no son fruto de la espontaneidad ni solo del peso de la conciencia. En febrero de 1995, Horacio Verbitsky sacude a la opinión pública con su libro El vuelo (Planeta), donde el capitán de corbeta retirado Adolfo Scilingo admite haber integrado los “vuelos de la muerte”, el destino final de casi 2000 detenidos-desaparecidos de la Escuela Mecánica de la Armada.

El jueves 9 de marzo, Adolfo Scilingo es el invitado estrella del programa Hora Clave conducido por Mariano Grondona. “Vine al programa porque quiero dar la cara y aclararle a todos los que tal vez n entiendan, por qué hablé ahora. Ante todo quiero aclarar que yo no soy facineroso. Los facinerosos duermen perfectamente todas las noches y yo, desde que hice el  primer vuelo, si no uso Lexotanil o alcohol no duermo. Nosotros ganamos una guerra, de eso no tengo dudas. Lo que hice, lo hice total y absolutamente convencido. Pero la guerra terminó y quedaron los hombres. Quedaron desaparecidos, y quedaron muchas heridas. Yo en este momento quiero decirles a todos los que me están escuchando que yo me siento un asesino”, le contestó al circunspecto conductor el atribulado el ex marino.

Un mes después, el lunes 24 de abril, el mencionado matutino La Prensa publica el citado reportaje exclusivo realizado por Fernando Almirón al ex sargento primero Víctor Ibáñez.

“Todos tenían el mismo final, todos volaban. Calculo que entre 1976 y 1978 fueron alojados en El Campito entre 2000 y 2300 prisioneros. Era un infierno”. El Campito era el equivalente del Ejército a la ESMA naval, donde también la mayoría de los detenidos-desaparecidos fueron arrojados al mar desde aviones en vuelo.

Aunque recordar esto sigue siendo doloroso, no existe otra terapia que la memoria para que estos hechos jamás puedan volver a repetirse.

 

Fernando Paolella

 

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