Entre las pruebas astronómicas de la no existencia de un dios creador, tenemos el ejemplo de los átomos de hidrógeno.
¿Qué sucede con el elemento químico número uno en el universo de galaxias?
Simplemente llama poderosamente la atención su fabulosa sobreabundancia.
Hacia cualquier región del espacio donde se enfoque el instrumental astronómico, se detecta el elemento hidrógeno.
Después del hidrógeno, el elemento más abundante del universo es el helio, al punto de que podemos calcular que un 99% del universo de galaxias está compuesto por hidrógeno y helio. (Carl Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, página 224, y otros cosmólogos “de última generación”).
¿Qué nos sugiere esto? Que todo encaja perfectamente dentro de una explicación evolutiva azarosa de nuestro microniverso sin la necesidad de la intervención de ente creador alguno. Todo en franca oposición, por supuesto, a una serie de actos subitáneos de creación de la nada de todas las cosas complejas hoy existentes. ¡Jamás de los jamases existió creación alguna de la nada, porque el universo bien puede ser eterno, aunque esto no encaje en nuestra razón!
Si el casi todo universal, lo constituyen el hidrógeno y el helio –los elementos más simples- y la casi nada son los elementos pesados como los que se encuentran en la Tierra, esto significa que lo improbable, como nuestro planeta y la vida, se formó a expensas de la tremenda cantidad de elementos simples.
También ocurre que, cuanto más complejo es un proceso, menos común es. Así es como la vida y sobretodo el psiquismo, que es tan harto complejo, deben ser tan improbables que sin duda se hallan esparcidos en forma muy dispersa en nuestro universo de galaxias.
Otra cosa muy distinta, resultaría ser si por el contrario, lo más abundante fuesen los elementos químicos más pesados que el hidrógeno, junto con los procesos más complejos.
Si esto fuese común en el universo, entonces sí habría que sospechar acerca de alguna existencia de cierto ente creador que se vale de dichos elementos, pero desde el momento en que existe un 99% de elementos simples como el hidrógeno y el helio, esto nos habla a las claras de una posibilidad de evolución natural sin intervención divina alguna o mejor de una complejización según un mecanismo que va de lo simple sobreabundante, hacia lo complejo que en proporción con lo primero constituye una casi nada.
Existe también otra señal que nos indica la ausencia de una creación súbita del mundo desde la nada; y este signo es la existencia del plasma o cuarto estado de la materia. Este caótico bailoteo de electrones y iones, podríamos decir que es el estado “normal” de la casi totalidad de la materia del universo en las estrellas, mientras que los estados sólido, líquido y gaseoso para nosotros “normales”, son una excepción de la naturaleza.
Quizás alguien podría inclinarse a pensar que es precisamente este hecho lo que nos indica alguna intervención “misteriosa” o divina en la materia en estado caótico para ordenarla, formar el mundo y gobernarlo; todo preparado para la aparición de la vida en un “puntito” denominado por sus habitantes Planeta Tierra, con el hombre como figura y actor central.
Sin embargo, lo que invalida este argumento, es el colosal derroche de elementos simples como el hidrógeno y el helio, y el tremendo despilfarro del plasma estelar, todo lo cual resulta excesivo para justificarlo como necesario para la existencia de un puntito tan insignificante como lo es nuestra Tierra en la contextura universal.
Tengamos en cuenta el astronómico y asombroso número de estrellas que pueblan el universo.
Hay entonces dos hechos similares que no requieren de ningún creador que súbitamente haga surgir el mundo de la nada como de una galera mágica.
Estos hechos son la larga, muy larga evolución del universo de galaxias y la no menos larga evolución de la vida. Ambos procesos han partido de lo simple para complejizarse después.
La diferencia se halla en que el resultado de la evolución del microuniverso, como los planetas, aun es harto simple, comparado con los resultados de la evolución biológica, como el cerebro humano a lo largo de los eones.
Ahora bien, ¿cabe aquí entonces la existencia de un cierto creador que, de un solo “plumazo” haya creado todo lo existente? Esto, con toda evidencia, requiere una exageración de tiempo y este detalle, tan sólo este detalle, esfuma la idea de todo creador y gobernador del universo como lo sostiene la pseudociencia teológica.
Ladislao Vadas