No se si he logrado convencer a los lectores de que hemos llegado a la conclusión de la ausencia de todo dios, pero supongamos que para algunos efectivamente hemos arribado a ese resultado. Estamos, pues entonces, huérfanos de dios, ¿y ahora qué?
El lector se preguntará sin duda, con qué finalidad me he propuesto destruir lo que para muchos puede ser lo más sagrado, una cara ilusión, el motivo existencial por excelencia consistente en tender hacia un dios y hacia una bienaventuranza eterna.
El lector quizás se volcará hacia el pensamiento de que, al dejar sin un dios castigador de la Humanidad, ésta se podría lanzar hacia el libertinaje más grosero, y que por lo tanto, resulta peligroso tratar de persuadir al creyente de que ningún dios existe. Pero no es así.
La especie humana tiene necesidad de la ética venga ésta de donde venga, por razones de supervivencia, aun liberada del temor a un ser supremo y a un castigo eterno.
El motivo de este razonamiento a lo largo de los artículos publicados en el presente periódico, no es otro que el de presentar a la Humanidad una fórmula de convivencia pacífica en plena solidaridad en todo el planeta, aunque tenga yo conciencia de que es dificilísimo que esta “motita de polvo” que son mis artículos y libros, lleguen al orbe entero y que… se me haga caso (¡Jum! ¡Pobre iluso!). Pero no importa, creo que mi expresión de deseo debe ser publicada contra viento y marea a pesar de todo, para no caer en un cargo de conciencia.
Partiendo de la idea de que estamos huérfanos de un dios absoluto, perfecto, ideal, y otros atributos nobles, y ante la nueva idea de que los humanos estamos totalmente desprotegidos en el universo de galaxias y, hasta el presente solos en esta región de la Vía Láctea, sin contacto con supuesta civilización extraterrestre alguna (como tampoco a merced de “espíritu” maligno alguno –cuento para chicos-, es necesario entonces concienciarnos de que lo único que poseemos es la riqueza de nuestra buena voluntad y esa otra riqueza que se llama Ciencia Experimental sana.
Si aunamos ambos tesoros, obtendremos a la Humanidad que todos los hombres y mujeres de bien deseamos.
La Humanidad actual, como producto bruto de las circunstancias anticósmicas y cósmicas que se dieron cita en un puntito del espacio ¿sin fin?: nuestro proceloso planetita cual motita de polvo en la inmensidad, debe ser declarado como un proceso fallido de dicho Anticosmos-cosmos, si es que no llega a enmendarse a si misma.
Para que no termine –como lo sospechan muchos- en una hecatombe total y en la nada, es necesario que eche mano con todas sus fuerzas y buena voluntad de la única herramienta de salvación que puede hacer de esta (¿bendita? más bien maldita) Tierra si no el mejor de los mundos posibles, al menos un mundo mejor; esto es con el empleo de la Ciencia Experimental para cambiar todo el orbe y al hombre mismo.
Esta herramienta, como ya lo he expresado en varios de mis libros, es exclusivamente la Ciencia Empírica manejada con cordura.
Imbuidos de la idea de un supuesto mundo espiritual pleno de altos valores morales, es posible transcurrir una existencia virtuosa y a veces apacible, pero no obstante ello, los males pueden estar socavando los cimientos de la misma sociedad dormida plácidamente en la ilusión de un mundo ya hecho, acabado, bueno y amparado.
El desastre puede precipitarse desde las sombras en el momento menos esperado y de mayor placidez, por falta de una visión práctica de la existencia y por la consecuente ausencia de previsión.
Echarse a soñar mientras que los males continúan corroyendo a la Humanidad, es grave; máxime cuando sólo se persigue una egoísta y utópica salvación personal. ¡O se salva la Humanidad entera, de polo a polo, o no merece ser salvo nadie! Este debiera ser el verdadero axioma de solidaridad universal.
¿Cómo la Ciencia puede salvar a la Humanidad de su extinción si precisamente “gracias” a ella, ésta puede hallarse al borde del holocausto final? (Suelen interrogarse algunos).
No es la ciencia la culpable, me apresuro a aclarar.
La Ciencia es conocimiento develado; el culpable es el hombre, algunos hombres que malemplean ese conocimiento.
Por eso sostengo que es necesario sumar buena voluntad y Ciencia.
¿Cómo podría entonces la Ciencia Experimental rescatar a toda la Humanidad y crear un Paraíso en la Tierra (tan soñado por muchos)?
Es que ya lo está tratando de hacer en parte, aunque este mundo aún dista mucho de ser un lar paradisíaco. En efecto, jamás el hombre ha disfrutado antes con las comodidades y seguridades actuales.
Muchas enfermedades, verdaderos flagelos del pasado como la viruela negra, la tuberculosis, la poliomielitis y otras… han sido si no erradicadas totalmente, por lo menos prevenidas, asegurándose así, junto con la técnica quirúrgica, más larga vida.
Los modernos medios de comunicación permiten un mejor acceso a la cultura y las posibilidades artísticas se han multiplicado, lo mismo que las satisfacciones que brinda la tecnología en general.
¿Pero qué es lo que falla entonces? ¿Qué es lo que hace exclamar muchas veces, que vivimos aún en la “civilización de la barbarie”?
No. No es la Ciencia la causa, sino la naturaleza humana, en una de sus facetas, la que lo echa todo a perder.
Muchas cosas son bien pensadas, con toda buena voluntad por unos, pero luego vienen otros que todo lo echan a perder con su propensión hacia el delito, hacia el interés creado, hacia la envidia, hacia la agresividad y hacia las mil y una lacras que padece la Humanidad enferma de iniquidad; una humanidad aparecida al azar en el concierto universal, sin intervención de creador suma bondad alguno que no existe en galaxia alguna.
Como hechura que es de un entorno brutal, que ha estampado desde los albores de la cruel evolución todo lo positivo para el animal salvaje, que es hoy todo lo negativo en la naturaleza humana, el hombre se traiciona a sí mismo. Aquello que en los tiempos primitivos de brutal competición, allá en los tiempos del neandertal y del primitivo hombre de Cromañón, era imprescindible para sobrevivir tanto para el hombre como para los animales inferiores, la agresividad, el egoísmo, el engaño, el territorialismo, etc., hoy es molestia para el hombre, quien aun detrás de la máscara de la civilización, no puede sustraerse a esas tendencias que le empujan a actuar con exceso inconscientemente. Su neocerebro censor resulta ser insuficiente muchas veces cuando afloran los bajos instintos y las pasiones, para frenarlos.
¡Nuestro mundo! ¿Un paraíso entonces con semejante naturaleza humana siempre proclive a arruinar todo lo hecho con las mejores intenciones? Por supuesto que esta se constituya en una verdadera utopía. Ningún sistema socio-político-económico lo logrará jamás.
¿Qué hacer entonces sin ninguna clase de dios y con una Humanidad defectuosa, arma de doble filo para sí misma, cuyos síntomas mórbidos apuntan hacia un suicidio en masa?
La fórmula es clara: consiste en cambiar la mismísima naturaleza humana desde su propia base genética.
Esto significa que dicho cambio no se logrará en la Humanidad, tal como es en la actualidad, sólo con bienestar pleno para la sociedad global, ni con buenos consejos y concienciación. Esto es imposible porque siempre, en todo tiempo y lugar aflorará la índole negativa del hombre con su carga de malsanas tendencias hacia el vicio o la ruptura de un estado de cosas bien establecido, aunque más no sea por placer morboso de romper “la monotonía” o por afán de cambios impulsado por la ambición, aunque estos cambios signifiquen el derrumbe de la vida plácida.
La historia de la Humanidad es un documento demasiado elocuente para no dejar de buscar aun algún tipo de esperanza de una sociedad ideal.
Es necesario reemplazarla por otra entonces.
¿Quién podrá lograrlo si no existe poder divino alguno?
La respuesta rápida es: la Ciencia Empírica que cultiva el hombre.
Podemos afirmar, basados en las Ciencias Naturales, que el hombre sería capaz de crear un planeta mejor que el globo terráqueo; ahora y aquí digo que también posee capacidad para crear una Humanidad mejor desde su misma raíz genética, modificando el plan genético.
La mayor gloria de este ser, aún en estado larvario (el hombre actual), que sin embargo ha producido el prodigio de la ciencia, será metamorfosearse artificialmente en el ser adulto liberado de toda malsana tendencia larval.
Este tendrá que ser el superhombre auténtico. No aquel entrevisto borrosamente por el pensador Nietzsche, sino el superhombre genéticamente programado por el hombre. Un superhombre manso, suprainteligente, de moral intachable. Esta es mi utopía, esto es una sociedad perfecta en todo sentido.
Ladislao Vadas