Con frecuencia, cuando se refiere a la fauna planetaria, se suele hablar de “las criaturas de Dios”; y en algunas ilustraciones de revistas y periódicos es común alabar el “perfecto” equilibrio biológico del planeta entero, como una maravilla que sólo un eximio hacedor pudo haber creado.
Incluso grandes científicos de todos los tiempos que cultivan el terreno biológico, llegan a la conclusión de que semejante equilibrio biológico como el que contiene nuestra amada Tierra (para muchos inocentes, odiada con justa razón), sólo es explicable mediante la aceptación de un eximio todopoderoso creador del universo entero, la Tierra y la vida.
Tan solo haré un breve repaso de las “maravillas” que mencionan ciertos “biólogos” impregnados de misticismo que creen cultivar una disciplina “santa” de corte creacionista; la ciencia de un dios creador de todos los seres vivientes que pululan en nuestro “bendito” planeta madre, desde una pulga hasta un elefante y desde un gigantesco baobab hasta un trébol o una planta de perejil.
Veamos, para atar cabos, algunas de esas “maravillas de la creída creación”.
Cual aparición desde una galera mágica, según ciertos “científicos” empapados de un dogma equivalente a una “verdad revelada por un Dios, surgen como por encanto las criaturas gracias a dicho eximio creador, tales como: bacterias, virus, piojos, pulgas, chinches, garrapatas, tenias (gusano platelminto cestodo con forma de cinta, que alcanza varios metros de longitud y vive como parásito en el intestino del hombre y otros mamíferos); el arador de la sarna que ocasiona grandes molestias con su prurito; vinchucas que transmiten el mal de Chagas, los molestos mosquitos de miríadas de especies que no nos dejan en paz en el verano y países tórridos que nos transmiten “delicias” tales como el paludismo, la fiebre amarilla, la filariosis y el dengue; virus y microbios y protozoarios patógenos, y… en otras criaturas de la creación, tenemos a los felinos carniceros (algunos de gran belleza como el tigre, aunque con la “cualidad” de ser carniceros y asesinos), como leones, yaguaretés, pumas… criaturas no muy estéticas por cierto como los hambrientos cocodrilos, yacarés, caimanes, etc., boas constrictor y … ¡bueno! todo el resto de “bichitos” nada simpáticos como la víbora de cascabel y las varias especies de yararaes que inoculan su ponzoña tanto a un bebé recién nacido entre nativos de una jungla, como a cualquier otro mamífero sin defensa.
Pasando ahora de la fauna, a nuestra “amada” (muchas veces despreciada) Tierra, ¿qué hallamos en esta creación divina por parte de un hacedor “puro amor por sus criaturas”? Veamos:
En el campo geológico: terremotos, maremotos (tsunamis), locos tornados, poderosos huracanes, inundaciones, sequías, miríadas de víctimas por la caída de rayos durante las tormentas eléctricas antes del invento del pararrayos y otros desastres sin respetar a los buenos.
En el campo de las patologías en bandadas: pestes, epidemias, pandemias, neoplasias… y mil cosas más que los médicos bien conocen… que no respetan siquiera a los bebés… creo que esto basta como una muestra de este prematuro “Apocalipsis”.
Vivir cómodamente en las grandes urbes, puede ser placentero, sí señores, (siempre y cuando no seamos víctimas del alocado tránsito que nos puede arrollar en cualquier descuido), pero a lo largo de la historia ¿cuántos millones de seres humanos sufrieron injustamente accidentes de variadas clases, desde bebés, niños de corta edad, jóvenes, maduros y ancianos plenos de virtudes?
¿Recompensa en los santos cielos? ¿Quién puede creer a ciencia cierta en semejante utopía, cual cuento de hadas? ¿Un bebé muerto tomando de una mamadera celestial para hacerse adulto siendo sólo un espíritu separado de su natal planeta Tierra? ¡Bah! ¡Pamplinas!
Pasando ahora a otro terreno: niños malformados, oligofrénicos, enanos condrodistróficos, verdaderos monstruos “mal nacidos”, que nacen ante los azorados ojos de inocentes madres parturientas… drama atribuido a un tonto demonio que, según el dogma judeocristiano se entretiene en su sadismo y sus “travesuras” con inocentes víctimas: padres y madres y bebés, todo desprendido de un dogma que infructuosamente pretende ser universal con su apodo de católico, aunque tampoco se salvan los otros cultos también pseudocritianos que, como he dicho, constituyen un tercio de los pobladores del orbe.
Señores: si lo dicho no constituye ya el espantoso “Apocalipsis” de la ficción bíblica, ¡poco le falta! (una ironía sobre la marcha de este asunto no viene mal para resaltar la sinrazón).
¿Consejo? Breguemos por vivir lo mejor que podamos (si es que llegamos a adultos) en magna solidaridad, en un cosmopolitismo total alejados de todo mito.
Lo que no hizo ningún dios, ya que los dioses ¡terminantemente no existen!, (lo dice la lógica, lo dice la Ciencia), debe hacerlo el hombre en un mundo en paz, con un solo idioma, una sola meta: lograr la felicidad de todos, absolutamente todos, los seres humanos habitantes del Globo Terráqueo nacidos y por nacer sin distinción de países, tradiciones, bloques de países ni otras pamplinas; sin dioses, con un solo idioma y una sola meta: ¡la felicidad de todos!
Ladislao Vadas