Tomando como referencia las noticias que llegan de manera continua, provenientes de distintas partes del mundo, todo parecería indicar que las cosas van de mal en peor.
La crisis no solo sería económica, sino que también social, ambiental, de los sistemas productivos, energética, de valores, intelectual, cultural, alimentaria, política, militar, institucional y moral, sostenida además por la permanente manipulación de la mayor parte de los sistemas masivos de información.
Estos últimos entonces, devenidos en poderosísimos aparatos de desinformación al servicio de quienes están en posición de controlarlo todo, solo tienen por finalidad, desviar la atención del ciudadano común, totalmente inmerso en su particular mundo de problemas y necesidades insatisfechas.
Lo propio hace la promoción de la drogadependencia, la estupidización programática con específicos espectáculos televisivos o eventos masivos, que estimulan el aspecto más elemental del homo sapiens. Y en lugar de elevarlo, lo degradan cada día más hasta hacerlo lo más dócil posible frente a intereses espurios.
En realidad, la aparente convergencia de muchas crisis, no es sino una única y enorme crisis global que se manifiesta con distintas caras, según el lugar y el momento, pero cuyo origen, indudablemente se remonta en el tiempo.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos desplazó a Gran Bretaña como eje de la economía mundial, y el capitalismo se consolidó en torno al primero.
A partir de los años ´70, comenzó un proceso de crisis crónica que hoy parecería consistir en la desintegración de la unipolaridad y rotar hacia la multipolaridad, pero que no sería otra cosa más que una nueva aspiración de unipolaridad de los países tantas décadas rezagados, los que a su vez, pelean entre sí por alcanzar la hegemonía.
Los líderes de gobiernos latinoamericanos autodenominados progresistas, cuyo discurso versa sobre la libertad y la equidad, quienes dicen pretender pasar a la historia como héroes y heroínas salvadores de pueblos enteros de las garras del imperialismo, son, en esencia, iguales a lo que dicen combatir. La diferencia solo está en el modo en que tratan de concretar su objetivo.
En los tiempos que corren, todo apuntaría a indicar que el capitalismo está siendo desplazado por el anticapitalismo, aquel viejo fantasma que, pese a haber sido exorcizado tantas veces, no deja de acechar.
Sin embargo, su reaparición probablemente no tenga nada que ver con su identidad, sino con otro de los tantos disfraces que suele usar el capitalismo para volver a resurgir de entre sus propias cenizas, toda vez que el fracaso del primero quede una vez más en evidencia.
La crisis por la que atraviesa el mundo, se manifiesta como un proceso tan desordenado que luce como la interacción de varias crisis. Y de eso también se trata, de desviar la atención y de confundir.
La aparente despolarización, avanza de manera heterogénea e irregular, arrastrando las características de cada región en la que se manifiesta, estrenando sus autonomías, y es en ese escenario en el que sus líderes se victimizan apelando al discurso patriótico persuasivo convincente, cada uno dirigido puntualmente a su sufrido pueblo, acerca de la necesidad de apoyo contra las maldades del imperio.
Así las políticas populistas se consolidan y la gente les cree porque es manipulada con algo, en contraposición al “nada” que supo “tener” durante los años previos.
Pero la crisis va mucho más allá, tanto que quienes son finalmente persuadidos pierden de vista el todo, y solo son capaces de ver una ínfima parte decorada convenientemente por el déspota de turno camuflado de redentor.
Al tiempo que la crisis se va prolongando, los países emergentes conducidos por estos líderes, llevan adelante políticas aparentemente tendientes a independizarse del colonialismo, organizan cumbres, firman acuerdos de cooperación, de integración, proclaman todos los días una batería de medidas populistas por cadena nacional, asisten a actos inaugurales de todo tipo.
El sur entonces, hoy podría ser la salida a la crisis global, aunque nada indica por ahora que esté exento de resultar otro fracaso como lo fueron aquellos nacionalismos desarrollistas de hace 40 ó 50 años atrás. Y la razón es sencilla.
Las decisiones tomadas por los gobiernos de los países que dicen luchar contra el depredador sistema financiero del primer mundo, sustituyen el capitalismo tradicional por el capitalismo de amigos. No se trata de otra cosa más que de cambiar algo para que nada cambie.
Así, la autonomía capitalista del sur, no deja de ser una nueva trampa conservadora que vuelve a recrear el mismo sistema que dice combatir, aunque sus mentores insistan en ser reconocidos como genuinos referentes de históricos movimientos socialistas.
Nidia Osimani
Twitter: @nidiaosimani