Existen diferentes modos de apreciar la realidad. No es lo mismo la visión del planeta Tierra que poseen el astrónomo y el geólogo, que el concepto que tiene la persona lega en esas materias.
Para el común de las gentes, nuestro planeta que nos da el ser, es un dechado de maravillas y de orden, sólo atribuible a un Ser Supremo perfecto que, sin duda alguna, “lo tuvo que haber creado”.
Todo, por ejemplo el ciclo de las aguas, a saber: evaporación, formaciones nubosas y precitación pluvial, parece haber sido planificado por un “Sapiente Hacedor”. También los mares y océanos que cubren un 71 por ciento de la superficie terrestre, se constituyen en un factor geológico esencial, pues condicionan el clima y la vegetación. Su atmósfera que contiene el vital oxígeno respirable, imprescindible para la vida de las plantas, los animales y el hombre, y el dióxido de carbono que captan los vegetales para elaborar hidrato de carbono, igualmente indispensables para la vida, sus temperaturas no extremas existentes entre los casquetes polares y otros factores como las benéficas lluvias, lo hacen apto para la vida.
Han sido llenados gruesos volúmenes describiendo las maravilla terrestres, gracias a las cuales estamos aquí, pensando, trabajando, divirtiendo.., en una palabra ¡viviendo!
Sin embargo… ¡no todo son flores! Pues, el reverso de la medalla puede ser tenebroso.
Veamos: desde una vasta visión ecológica, nuestro planeta se comporta, a lo largo de los evos cósmicos, como un verdadero cataclismo (según mi óptica: anticósmicos).
En realidad, nuestra Tierra es un cuerpo inquieto, inestable, pero su comportamiento catastrófico no es apreciado en su magnitud por el hombre común. Esto es debido a la efímera duración de la vida humana comparada con la edad de nuestro Globo Terráqueo. Sólo a veces le toca al hombre, durante su existencia, ser sacudido o víctima fatal de la brutalidad geológica. Me refiero a los terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, tornados, huracanes, caídas de rayos, sequías, inundaciones, olas de frío y de calor, aludes y otros eventos desastrosos.
En un ejemplo fantástico, si algunos hipotéticos seres extraterrestres hubiesen fotografiado nuestro planeta desde el espacio hace millones de años y regresaran hoy día para visitarlo, no lo reconocerían en absoluto como era en aquel entonces. Quizás pensarían que la órbita de aquel, en el tiempo, lejano planeta, ha sido ocupada por otro cuerpo espacial.
Lo mismo ocurriría si dentro de millones de años, resucitáramos los actuales pobladores de la Tierra, tal vez nos sorprenderíamos al observar tan sólo fragmentos de nuestro Globo Terráqueo, por haber sido embestido, arrasado por algún otro cuerpo espacial.
Estos eventos catastróficos previstos para un futuro lejano, los ofrezco al lector para que se percate de la inseguridad y transitoriedad de los cuerpos espaciales. Pero no se asusten las futuras generaciones, pues, ¡todavía hay para rato!
De esta manera, pretendo ahuyentar toda idea de una creación definitiva para nuestra Tierra Madre, como algo hecho, acabado y acondicionado para ser habitado. Por el contrario, se trata de un proceso de cambio en marcha.
Recordemos también las glaciaciones de tiempos pretéritos en el hemisferio norte. Ese avance de los hielos septentrionales que empujó a las poblaciones humanas y animales hacia la zona meridional. También podemos mencionar a los grandes saurios del pasado (dinosaurios) que dominaron la Tierra durante l40 millones de años, para desaparecer repentina y misteriosamente hace 65 millones de años. Algunos científicos sostienen que la destrucción de estos gigantescos animales, fue provocada por el choque contra nuestro planeta de un inmenso meteorito, aunque existen otras teorías.
A propósito de catástrofes telúricas, cabe recordar también el desastre del río Tunguska, región de Krasnoiarsk, de la Siberia Central. Fue en el año 1908, cuando una bola de fuego (aerolito o un trozo de cometa) resuelta en una gran explosión, arrasó 2000 kilómetros cuadrados de bosque siberiano. Gigantescas olas recorrieron los ríos, se sintieron sacudidas sísmicas y la onda de choque dio dos veces la vuelta a la Tierra.
Esta inusitada anticósmica, antiteológica violencia, la podemos confirmar en otro evento catastrófico acaecido esta vez en el gigante planeta Júpiter. En el mes de Julio de 1994, el cometa Shoemaker-Levy, impactó en ese gigantesco cuerpo que orbita el Sol. La energía generada por el choque, ha sido calculada en millones de megatones (un megatón es la unidad de energía equivalente a la liberada por la explosión de un millón de toneladas de trinitrotolueno). (Recuérdese que la bomba de hidrógeno detonada en 1961 por los soviéticos no alcanzó a los 60 megatones).
Júpiter, el gigante del sistema solar con una masa 318 veces superior a la terrestre, a apenas se estremeció en su ámbito.
Ahora preguntamos: ¿qué hubiese ocurrido si este cometa hubiera colisionado con nuestra “querida” (para muchos malquerida) Tierra?
De este ejemplo y muchos más que podríamos extraer del conocimiento astronómico actual (choques de galaxias, canibalismo galáctico (cuando una galaxia mayor engulle a otra menor), explosiones de estrellas denominadas supernovas, agujeros negros succionadores de materia circundante, cuásares (radiofuentes de gran potencia), etc., etc. se desprende que estamos ilesos con nuestro planeta y el sistema solar entero, ¡sólo por mera casualidad!
Hoy, lamentablemente, deberíamos añadir a las catástrofes naturales, el lamentable deterioro planetario obrado por el hombre, y otras contrariedades.
Por de pronto nos hallamos describiendo el panorama universal en su verdadero accionar catastrófico que el común de las gentes no aprecia, porque la mayoría vive enajenada en “su mundo”; encapsulada en un pequeñito ámbito, y dada la efímera existencia de la humanidad comparada con el Todo universal.
Así podemos imaginar qué distinto era para el hombre, el mundo antiguo del actual. Este puntito insignificante que es nuestro sistema solar, se halla contenido en una galaxia que denominamos Vía Láctea (nombre dado por los astrónomos de antaño que compararon el conglomerado estelar que lo compone, con la leche, porque lo observaban con aspecto lechoso dada la ausencia de artefactos de mayor resolución). La misma denominación se hizo extensiva hacia los demás conglomerados estelares y viene del latín galaxias y ésta del griego (lácteo).
Este puntito no es nada y es mucho (paradojas de la realidad). No es nada en el contexto universal, mas es mucho lo concerniente al sistema Tierra-Sol, entre el cual se ha instalado la vida vegetal, animal y virósica (de virus que no es vegetal ni animal).
Nuestro sistema solar, un puntito en un punto: la Vía Láctea; se mantiene transitoriamente en un delicado equilibrio. Aquí, desde el punto de vista cosmológico: “estado de relativo equilibrio”, significa desde el punto de vista astronómico real, miles de millones de años. Más que equilibrio, se trata en realidad de un proceso fluctuante, donde nada es estático, ni perenne.
Advierto que, este tétrico panorama ofrecido al lector por el “catastrofista” Ladislao Vadas, no es con fines de asustarlo y menos de martirizarlo con funestos presagios, sino con la finalidad de que tome plena conciencia de la necesidad de valorar el avance científico y tecnológico correctamente aplicado para salvar el planeta de la colisión con posibles cuerpos espaciales que nos amenazan, como proteger el sistema ecológico del que dependemos, cada vez más deteriorado por los hombres inescrupulosos e ignorantes.
Ladislao Vadas