En principio, es muy probable que el fenómeno vida, y sobre todo la vida inteligente haya aparecido en la Tierra en determinado momento propicio de la existencia del universo en constante transformación. Es decir, cuando se dieron las condiciones propicias para ello. Antes y ahora, fue y es un imposible, porque según mi hipótesis, se trata de un suceso singular, poco menos que irrepetible.
Primero fue la corteza terrestre con su atmósfera e hidrosfera asentadas sobre un manto rodeando el núcleo, del cual la parte externa se halla en estado líquido y la interna es sólida.
Luego, los elementos químicos de la corteza exterior, junto con la hidrosfera y la atmósfera, todo en perpetuo movimiento de átomos (protones, neutrones y electrones), entraron en un proceso de combinaciones y recombinaciones que a lo largo de los evos cósmicos produjeron la chispa de la vida (esto entre miríadas de cuerpos espaciales de miles de millones de galaxias formadas probablemente a partir de la explosión denominada big-bang de uno de los por mí denominados microuniversos, hace unos 15000 millones de años según últimos cálculos).
Ese torrente de materia-energía, que yo denomino esencia (véase mi libro: La esencia del universo), entró en un proceso de animación, una especie de virus con información genética por medio del ADN o del ARN (ácidos desoxirribonucleico y ribonucleico respectivamente). Luego, pasado mucho tiempo, se formó el unicelular con el ADN adentro y apareció la escisión, es decir la partición celular en dos en progresión geométrica. Pronto, trillones, cuatrillones…, miríadas de unicelulares poblaron las aguas del planeta sin que nadie pudiera pensar (en un ejemplo ficticio) en aquel entonces, que esa forma de vida iba a evolucionar hasta desembocar en un cerebro que produce poesía, arte, filosofía, ciencia, tecnología y todo el asombroso y colosal modernismo de la civilización actual.
Este moderno Génesis, es el que acepta la ciencia de hoy día, en base a largas, complicadas, perseverantes, y a veces tediosas investigaciones, no como lo inventan los nescientes religiosos y pseudocientíficos “de raza”, apelando a un “cierto” dios creador de galaxias, estrellas, planetas… ángeles con alas volando por “todo el universo”.
Reiterando, y tratando de clarificar aún más el proceso, podemos decir que las moléculas de hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno y un largo etcétera de combinaciones y recombinaciones químicas de la esencia del universo increada y transformada a partir del big bang (uno de tantos que sin duda habrán ocurrido, y ocurren fuera del alcance de nuestros telescopios, según mi hipótesis), lograron formar la célula. Una entidad tan harto compleja, que asombra y complica su desciframiento a los biólogos.
A propósito, como una acotación al margen del tema biológico puedo explicar mi siguiente teoría: no tiene por qué ser cierto que existan eternamente las mismas exactas partículas elementales: átomos (electrones, protones y neutrones, quarks, etc.) y las formas de energía conocidas, porque este “universo” que hoy detectamos, puede transformarse de tal manera, que desaparezcan todas las partículas que lo componen, junto con las leyes físicas, químicas, biológicas, para nunca más retornar.
El error de observación actual, parte de la creencia de que el universo ha sido creado y que siempre será así en su dualidad: materia-energía hasta el final; cuando por el contrario, todo indica que existió y existirá siempre, pero ya incapaz de reciclaje alguno. Es decir, que todo lo que actualmente vemos: planetas, estrellas galaxias, se diluirá quizás en una esencia informe, lo cual hoy por hoy se denomina (mal según mi óptica) como “materia oscura”. De modo que, el fenómeno vida puede ser un episodio único, singular. Y sobre el tema de su origen podemos colegir que comenzó en lo que denomino como “chispa”. Pero esta chispa a su vez surgió de una masa coloidal. ¿Qué pudo haber sido esta masa coloidal? Según la teoría, por mí aceptada, miríadas de toneladas de elementos químicos disueltos en las aguas de los mares y océanos (también compuestos de elementos químicos: hidrógeno y oxígeno) entraron en una acción de composición y descomposición hasta que, en un momento preciso: ¡eureka! ¡Se formó el ADN! Consistente en una estructura helicoidal compuesta de adenina, tiamina, citosina y guanina (según la ciencia química), y ¡de ahí comenzó todo! Desde los genes libres, luego el unicelular, hasta el pluricelular, quizás como un caso único en el universo de galaxias. (Es de aclarar que ese “momento dado” fue en realidad una larga serie de una acumulación de moléculas que se agruparon a lo largo de un tiempo enorme).
Según la ciencia biológica actual, primero fueron las protocélulas, luego los unicelulares: hongos, bacterias, protozoarios…, mas a mi entender, haciendo una figura más acorde con la realidad, fueron miríadas de toneladas de elementos químicos biógenos que convergieron hacia la formación de miríadas de ADN, cuando este comenzó a reproducirse. Y algo muy importante, básico, fundamental: la acción solar.
De ahora en más, conviene tener siempre presente que el proceso viviente “desde la ameba hasta el hombre”, depende del sistema Tierra-Sol.
Lejos muy lejos de la creencia ignara de cierta creación por parte de un demiurgo denominado dios, la acción energética solar captada por los vegetales, es la base de la vida animal. ¿Con qué podríamos comparar este proceso? Tal vez con lo que ha ocurrido en el universo cuando miríadas de formas energéticas confluyeron catastróficamente hacia la formación de las galaxias a partir de la materia oscura.
¡Vaya comparación romántica! (como una exaltación del individuo y la naturaleza) pensarán algunos lectores. Mas, debo aclarar que no soy un vate sentimental, además la lírica nunca fue mi fuerte. Sólo pretendo parangonar.
Otra representación en forma acelerada del fenómeno vida, se me ocurre que podría consistir en algo así como un tornado. ¿Qué y cómo es un tornado? Imaginémonos un cúmulo nimbo (un tipo de nube gruesa, con la parte superior bien definida en forma de cúpula con protuberancias, base plana y evolución rápida). De pronto la parte inferior de esta formación entra en un torbellino en forma de embudo, cuyo cono apunta hacia abajo. Continuando con el paradigma, la punta del cono invertido en rotación apunta hacia la superficie terrestre provocando un vendaval huracanado, esa punta es la “chispa” de la vida.
¡Nadie! Ningún hipotético observador racional del espacio proveniente de otro mundo con una capacidad equivalente al cerebro humano, jamás podría imaginar que de ese fenómeno puntual, podría surgir y multiplicarse la vida hasta formar un mundo vital extendido por todas las latitudes del globo terráqueo, desde los hielos polares, hasta el tórrido ecuador.
Hoy, las incalculables formas de vida, desde los virus hasta la ballena; desde el ADN nadando en las aguas oceánicas hasta el autoclasificado como género Homo, especie sapiens, subespecie sapiens, constituyen dos puntas astronómicamente distanciadas, aunque unidas por una cadena evolutiva.
Este evento se calcula hoy por hoy, que ha abarcado la friolera de 4.000 millones de años (según Zoología, de Cleveland P. Hickman, Jr.; Larry S. Roberts y Frances M. Hickman. Editorial Interamericana-Mc Graw-Hill).
Hoy abundan seres vivientes por doquier: en los océanos, mares, lagos, lagunas, ríos y arroyos; en la superficie de la tierra, bajo tierra, en las cimas montañosas, en las cavernas, aguas subterráneas y termales, charcos y depósitos de agua en los huecos de los troncos arbóreos, etc. etc. Asimismo en el aire vuelan tanto las aves, mamíferos voladores, insectos y toda clase de microorganismos. Y esto no es todo, nosotros los humanos, todos los animales y vegetales somos reservorios de diversas formas de vida, a saber: animales parásitos (amebas, tenias gusanos, que ocupan una extensa lista de especimenes); también hay parásitos de otros parásitos, amen de pulgas, piojos, ácaros y un sinfín de especies (¡criaturas de un dios!, según los creyentes) que pululan sobre diversos animales.
Y como si esto fuera poco, nuestro propio organismo en su interior, se halla colmado de formas vivientes, desde nuestra flora microbiana intestinal, hasta nuestra boca, fosas nasales, cuero cabelludo, piel, uñas, dedos de los pies, oídos, órganos genitales, pulmones… y nuestro torrente sanguíneo. Convivimos con millones de seres microscópicos incluso patógenos que son mantenidos a raya (a veces a duras penas) por nuestros anticuerpos y que, cuando nuestro sistema inmunológico falla, nos enferman sin compasión.
¿Qué otra figura podemos adoptar para ejemplificar el proceso viviente, sin dios creador alguno que jamás hizo falta? Como amante de la naturaleza en parte (a pesar de todo), sugiero la siguiente: Imaginemos una tromba, una columna de agua que se levanta del mar como un torbellino. Son los elementos químicos del suelo, disueltos y las aguas que fluyen, y se transforman con otros elementos, en seres vivos vegetales y animales, desde la ameba hasta el elefante y desde la bacteria hasta los árboles gigantescos. Estamos en presencia de un proceso de ascensión de elementos químicos hacia las formas vivientes. Luego de un periodo (vida), esos elementos retornan al sustrato, y lo que pisamos desaprensivamente en los cementerios pueden ser átomos que han formado, en su tiempo, cuerpos humanos. Efectivamente, los insectos necrófagos (que comen cadáveres), más las plantas que succionan desde la profundidad de los suelos, material orgánico descompuesto por la acción bacteriana y las lombrices y diversos insectos, se encargan de reflotar” las moléculas de los cuerpos descompuestos en las tumbas. De modo que, otros seres vivos pueden contener átomos de los seres muertos ¡incluso de nuestros seres queridos! ¡El horror se transforma en algo natural! ¡El ciclo continúa! Y así ha sido desde hace miles de millones de años, hasta el presente.
Para recalcar aún más nítidamente el proceso y finalizar con los paradigmas, como biólogo, puedo ofrecer al lector el siguiente panorama biológico: Representémonos al Globo Terráqueo como si fuéramos astronautas provistos de potentes telescopios orbitándolo, como una esfera con su cubierta de aguas y tierra donde pululan billones de billones… de seres vivientes vegetales y animales, constituyendo un mando biológico que prácticamente cubre el planeta. Billones, cuatrillones, quintillones… de elementos químicos se van transformando en procesos vivientes en un constante bullir, desde los virus hasta el hombre (y otros bichos), para luego retornar al sustrato y volver a emerger de él en otras diversas formas vivientes. Esta es la vida planetaria formada de los elementos químicos biógenos que entran en acción para formar los tejidos orgánicos: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno calcio, fósforo, potasio azufre, yodo, hierro, sodio, cloro, magnesio, cobre, manganeso, cobalto, cinc y otros en menor cuantía. Todos estos elementos, se encuentran e la atmósfera, la corteza terrestre y en el mar.
A su vez los seres vivientes, hoy especialmente el hombre, alteran constantemente el ambiente telúrico, tanto su atmósfera como los mares, océanos y continentes, cambiando el panorama ecológico ya sobremanera castigado por el hombre. Y por desgracia, hoy, el “bicho” bípedo superinteligente (comparado con los demás bichos) autoclasificado como Homo sapiens (que yo reclasificaría en dos “especies” a saber: Homo inconsciente (por un lado) en abrumadora mayoría que está dejando el tendal de destrucción del sistema ecológico a nivel planetario, y en “Homo sapiens consciente” por otro, que constituye lastimosamente apenas un “puñado” en el Globo entero.
Conviene aclarar sobre la marcha que, una sustancia química importante para la vida, es el agua. Nosotros los humanos y otros seres vivientes, estamos compuestos por un alto porcentaje de agua. La proporción de agua en los tejidos orgánicos del hombre, varía entre el 20 % en el hueso y el 85% en las células cerebrales. Surge la pregunta: ¿es acaso el agua la que piensa? No es tan así, respondo, son los protones, neutrones, electrones… quarks, los que producen poesía, arte ciencia, filosofía y todas las manifestaciones humanas. Volviendo al líquido elemento, los dos tercios, aproximadamente, de nuestro peso corporal total es de agua. El agua, pues, desempeña una serie de funciones en los seres vivos. La mayor parte de los demás elementos químicos existentes se hallan disueltos en ella.
Finalizando con la génesis de la vida, vemos que el tercer planeta del sistema solar (entre Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón) el cual, me jugaría la cabeza que es el único que contiene un manto viviente, constituye una casualidad única, particular, una singularidad, no solo en nuestra galaxia Vía Láctea, sino en todo el conjunto de galaxias que componen nuestro universo observable. Me río entonces de aquellos pseudocientíficos creyentes en “platos voladores” que han pululado (sólo en la imaginación) en tiempos pasados y de los actuales que aún creen que hay vida por doquier en el espacio exterior.
Finalmente, podemos aceptar sin rodeos lo siguiente:
1) No existe tendencia alguna por parte de los protones, neutrones, electrones, quarks y otros elementos subnucleares, ni en las moléculas, para encender “la chispa de la vida”.
2) El fenómeno del origen de la vida ha sido una singularidad, se dio una sola vez, allá en el pasado remoto y no se volvió a dar nunca más hasta el presente La generación espontánea de vida por doquier, en la que creía Aristóteles, no ha sido hallada jamás por ningún investigador científico luego de infinitas experiencias.
3) No hay señales de vida en la Luna, ni en Mercurio, Venus, ni puede haberla en los planetas exteriores a saber: Marte, Júpiter, Saturno, Neptuno y Plutón, ni en sus satélites (lunas). No sólo por las condiciones inhóspitas reinantes en esos cuerpos, sino también por lo antedicho.
Y si por casualidad en la galaxia Andrómeda, nuestra más próxima “ciudad estelar”, o en cualquier otro lejano conglomerado de estrellas extragaláctico las condiciones permitieran la instalación de cierta forma de vida”, esta sin duda sería algo muy parecido a los vegetales y otras formas, como rocas en crecimiento, seres globulares autorreproducibles flotando en las atmósferas planetarias, etc., formas totalmente distanciadas de los animales terráqueos, desprovistas del complejísimo ADN.
Es decir que, las leyes biológicas que produjeron a nuestros animales y a nosotros los humanos, tan animales como ellos en su aspecto anatómico y fisiológico (y casi psicológico en algunos casos), son transitorios tanto en nuestro sistema Tierra-Sol, como en otros supuestos sistemas solares.
Esta óptica sobre el proceso viviente es la real, lo otro, las formas las conductas, el afán de sobrevivir, los instintos de conservación y de reproducción, y pasando al ser humano: los sueños, aspiraciones, afanes, luchas y un larguísimo etcétera, son sólo cosas pasajeras, motivos existenciales que desaparecerán de nuestra denominada Vía Láctea para dar lugar a ¡vaya a saber que otras formas de proceder de los protones, neutrones, electrones, quarks…! ¡Mientras existan!
Ladislao Vadas