“Cielos opacos, humo denso, olor fétido,
calles rotas por camiones inmensos. Cuando cae la noche, los vecinos cierran
puertas y ventanas, atrincherados en sus casas. Duelen las gargantas resecas, y
en la piel aparecen extrañas ronchas. Son muchos los asmáticos, y los chicos se
fatigan después de correr un poco. Ya no quedan pájaros y los árboles
languidecen. A cuatro kilómetros de la Casa Rosada, rodeado por empresas
petroleras y químicas, Dock Sud es un infierno. Un habitante del barrio, Jorge
Ernesto Hiquis, lo describe en un poema:
'Montañas de azufre, que nos tapan el barrio de amarillo/ Cilindros de gas, que
custodian nuestra muerte/ Silos de la Union Carbide, que nos traen recuerdos de
Bhopal/ Y cruzando toda esta maravilla, los cables de alta tensión/ Como para
que cuando alguno se corte, desaparezca hasta la misma Rosada'”.
De esta forma comienza
la reveladora nota Dock Sud: viaje al polvorín de
Buenos Aires, escrita por
Alberto González Toro y publicada en la revista Viva
un domingo de mediados de
1994.
Más de
diez años
después, el panorama en el denominado barrio es doblemente desolador, a tal
punto que “el presidente
de la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento Europeo,
el alemán Karl-Heinz Florenz, visitó el Polo
Petroquímico de Dock Sud, tras lo cual dijo que elevará un informe
para
denunciar el alto nivel de
contaminación que notó en esa área industrial de Avellaneda, en la que funcionan
varias firmas europeas. 'I’m shocked' (estoy impresionado), esa fue la expresión
que utilizó Florenz luego de su paso por el Polo. El funcionario alemán vino al
país a participar de la Cumbre de Cambio Climático que se realizó en Buenos
Aires. Fuera de programa, el lunes pasado recorrió el Polo Petroquímico junto
con el intendente de Avellaneda, Baldomero Álvarez de Olivera, y otros
funcionarios municipales y provinciales. También visitó el asentamiento de Villa
Tranquila”, según constata
Pablo Novillo en la edición de Clarín
del lunes 27 de diciembre
del 2004.
Cuando se redactó la nota mencionada arriba, gobernaba la provincia un sujeto
de gran cabeza, de nombre Eduardo Duhalde, quien tenía la manía compulsiva de
cortar cintitas inaugurando cualquier cosa. Así
“puso la piedra fundamental de la planta de coque el primero
de agosto de 1993. Un mes después, la Shell ofreció pagar a la Municipalidad de
Avellaneda dos millones y medio de dólares en concepto de
'tasas atrasadas'.
Oficialmente la planta debía inaugurarse en enero de ese año. Pero el
'alerta'
que dieron los vecinos (hubo varias movilizaciones) obligó a la Shell a
postergar la inauguración oficial. De todas maneras –según cuentan varios
testigos- la planta comenzó a funcionar clandestinamente a medidos de febrero.
La diputada radical Silvia Vázquez –que presentó un proyecto de resolución para
que el Poder Ejecutivo informe si la planta está inscripta en el Registro
Nacional de Generadores de Residuos Peligrosos- dijo a Viva que en febrero
pasado, mientras hacía una inspección oculta junto al juez Yérmanos, un alto
ejecutivo de la Shell le confirmó que la planta estaba totalmente terminada.
'Me
dijo que era la misma que habían tenido que desmontar en Holanda', recuerda
Vázquez.
'Este tipo de planta es altamente contaminante, por eso la Shell
tuvo
que sacarla de Holanda, obligada por las autoridades. Según estudios realizados
por organismos internacionales, estas plantas incrementan en un 60% la
posibilidad de contraer cáncer', dice la legisladora. La
Shell, en cambio,
asegura que desmanteló la planta porque ya no era rentable”.
De más está inferir que el
Ejecutivo, a cargo de Carlos Menem, mandó al cajón del olvido el mentado
proyecto de resolución en medio de estentóreas carcajadas. Una década luego de
lo redactado, la planta de
coque
con su torre de 120 metros, sigue funcionando
clandestinamente a veces de noche, y otras durante la mañana. Por supuesto, que
ni el mencionado intendente, ni el gobernador
Felipe
Solá, ni el presidente pingüino le
importan un bledo que los chicos del Doque
respiren 15 gases de diferentes
hidrocarburos sueltos en la atmósfera.
Monumento al curro y la cometa
“El Polo Petroquímico Dock Sud es un aglomerado de 42 empresas en 380
hectáreas. Por allí ingresa el 80% de los productos químicos que llegan al
país”, puntualiza el citado Novillo en una
nota anterior. A mediados de este año que concluye, 140 familias de la
denominada Villa Inflamable
ocuparon un predio lindante al Shopping Alto
Avellaneda huyendo de la contaminación que mata lentamente. Fiel a
sus principios de otario, el intendente Álvarez de Olivera mostró su indignación
y señaló que “hicimos una denuncia ante la
Fiscalía N° 15 de Lomas de Zamora para pedir el desalojo del predio porque es
claramente una usurpación. Ese lugar estaba destinado para la creación de una
plaza y no puede ser que vengan a ocuparlo. Tampoco nos consta que la gente sea
de Villa Inflamable. Sospechamos que hay una maniobra política para generar una
situación de caos”, manifestó al periodista Novillo..
El funcionario de marras omite que
“varias asociaciones de vecinos y ambientalistas denuncian desde hace años que
la contaminación generada por las empresas del Polo está enfermando a los
vecinos. Una de ellas, la Agencia de Cooperación Japonesa, presentó en marzo de
2003 los resultados de un estudio: sobre 144 chicos de Villa Inflamable
sometidos a análisis, 57 presentaron un alto nivel de plomo en sangre. La
sustancia también apareció en el suelo de las viviendas. Y el aire tampoco
estaba limpio: encontraron más de 15 gases hidrocarburos”,
sigue
puntualizando Novillo.
Frente a tanta desidia, que ya lleve diez largos años, los gobiernos nacional
y provincial se comprometieron a ir erradicando
a la brevedad a esta elaboradora de
cáncer en serie.
En estos años transcurridos, no existió ni la más mínima voluntad política
para acabar con este flagelo de raíz, pues como dice el dicho
“poderoso caballero es Don Dinero”,
y entonces la solución a tan grave cuestión ni siquiera figuraba en las
cacareadas promesas de campañas electorales.
Mientras no se ponga fin a esto, la gente proseguirá muriendo lentamente bajo
un cielo cargado de veneno, situado a tan sólo diez minutos de la Casa Rosada.
Fernando Paolella