“Que diría el General”, entonaban miles de voces en algún estadio, cuando los partidarios del extinto Juan Domingo Perón no entendían la desviación ideológica dentro del seno del movimiento. Sobre todo, si desde algún abismo estelar el conductor del justicialismo pueda vislumbrar en qué se transformó su creación desde 1989 hasta hoy. Más concretamente, el modo en que sus principales popes lo vaciaron de contenido hasta dejar un cascarón vacío de ideas, llenándolo de negociados, peculado, corrupción solapada y narcotráfico.
Particularmente este último, que en los días que corren ha saltado a las primeras planas produciendo una tsunami de nerviosismo histérico al elenco gobernante. Pero como se recordará, este fenómeno del narcotráfico ligado a la actividad política en la Argentina no constituye ninguna novedad. No obstante, dada su trascendencia y magnitud, conviene efectuar un repaso esclarecedor:
“Daniel Sánchez, un delincuente común que purgaba su condena en la cárcel, desaparece del mapa en uno de sus permisos de salida de fin de semana. Había atestiguado acerca del modo en que un misterioso cubano-norteamericano obtuvo en el Chaco la identidad de Mario Anello, un hachero fallecido años atrás, gracias a los buenos oficios de amigos y parientes de Juan Carlos Rousselot.
Anello saltó a la notoriedad al estallar el Narcogate, y poco después hasta el menos avispado de los observadores pudo concluir que se encontraba ostensiblemente protegido por los EEUU. Todos los medios, aun con reservas, dieron por buena la hipótesis de que se fugó. Apenas le quedaban sesenta días para terminar su condena.
Un coronel del ejército sirio que apenas chapurrea castellano y que se convirtió por obra y gracia de un decreto, tan irregular como gracioso (firmado por el entonces vicepresidente de la Nación el día del cumpleaños de la esposa del coronel y secretaria del Presidente), en amo y señor del aeropuerto internacional de Ezeiza, se va del país en taxi en compañía de la mujer de su mejor amigo. El taciturno coronel estaba en libertad provisional, acusado de ser el factótum de una extensa red de narcolavadores. Una joven cubano-norteamericana, esposa del misterioso Anello, reingresa al país a sabiendas de que puede ser detenida. Viene a reclamarle airadamente a un miembro de infiel de la red que devuelva a sus jefes 8 millones de dólares. El miembro infiel de la red fue el tesorero de la exitosa campaña electoral del Presidente, estuvo vinculado al almirante Massera, a los servicios de inteligencia del Ejército y, obviamente, tanto al entonces vicepresidente como al Presidente. Se encontraba y se encuentra en libertad provisional, y recibió a la joven en su mansión, flanqueado por dos panteras de cerámica tamaño natural. Sus amigos de los servicios extorsionan empresarios en la City, planifican secuestros, prostituyen periodistas y querellan a los que no pueden comprar. (…..)
Caserta vs. los Yoma. Duhalde vs. los Yoma. Jorge Antonio vs. las Yoma. Los Menem vs. las Yoma. ¿Alguien puede creer realmente que las/los Yoma son los culpables de todo?
Hay medios y periodistas que insisten en su estratagema de noche y niebla: todos los caminos, dicen, conducen a cualquier parte menos al Presidente. Viajan a Madrid o a Miami y desde allí le quitan importancia a Alejandro Guido Canda, el hombre de Turdera que hacía de intermediario del Cartel de Cali para los envíos de cocaína a España. El Narcogate había salido a la palestra antes de que los Yoma se hicieran célebres a causa del escamoteo de unas valijas repletas de dólares, e n febrero de 1991, con el 'Operativo Canario'. Quizá si se los convocase a declarar, pajaritos como Oscar Tomé no sabrían guardar silencio: los canarios no conocen la ley de la omertá. Pero el juez Weschler permanece en silencio y ningún diario, sorprendentemente, ha hecho lo obvio: vincular a los canarios con el Yomagate.
Aun así, ya no se puede confiar en el silencio de los inocentes. Un “asunto menor” como la nacionalización de Al Kassar y su trouppe ha alborotado el avispero. Por eso ha empezado a correr sangre, por eso el Presidente busca afanosamente la manera de acallar al periodismo independiente. Nos encontramos en medio de una guerra intermafiosa, que se desarrolla en momentos en que los maestros argentinos ganan aún menos que los de Bangla Desh. Ambas cosas tienen una ligazón, aunque no sea fácil explicar cuál. Pero si eso es una casualidad, es una casualidad permanente” (Simplemente sangre, por Juan José Salinas, El Porteño, julio de 1992).
La misma línea blanca
Teniendo como base el excelente relato anterior, sólo se requiere cambiar algunos nombres propios y el entramado que surge eventualmente es casi similar al de las famosas valijas voladoras enviadas por Southern Winds. El Presidente en este caso sería el ex mandatario Néstor Kirchner —y su esposa—, el cajero Caserta bien podría trocarse por el de Julio De Vido, mientras que Jorge Antonio y su Estrella de Mar podría metamorfosearse como Conarpesa y su sonado escándalo, con crimen de Espinosa incluido. A este elenco se puede agregar al oscuro secretario de Transporte, Ricardo Jaime, hombre de absoluta confianza del citado De Vido.
Además, da mucho que pensar que en ambas operaciones blancas el escenario sea el mismo —Ezeiza—, como también el punto elegido como destino de la cuestión, o sea España.
Contra las cuerdas por las derivaciones del ahora denominado Narkogate, esto es el escándalo de narcotráfico en los tiempos del Pingüino, el oficialismo ha reaccionado abroquelándose en torno al sospechado Jaime, mientras que un ofuscado Kirchner le endilgó toda la responsabilidad del escándalo a la renunciada cúpula de la Fuerza Aérea, en estricta connivencia con los directivos de la defenestrada SW.
Semejante muestra de simplismo presidencial no fue advertida debidamente por la totalidad de la corporación mediática nacional, demasiado ocupada en la cotidiana tarea de salvar las papas calientes de una administración esquizofrénica. Pero al periodismo independiente, semejante sapo le sigue resultando sumamente intragable, como en su momento lo fue el citado Yomagate.
Fernando Paolella