La derrota del menemista devenido pinguinero José Figueroa, a manos del radical Gerardo Zamora, en Santiago del Estero, constituye el primer batacazo electoral desde su asunción el 25 de mayo de 2003. Ante semejante traspié, el gobierno nacional acusó recibo y se encerró en un silencio revelador. Porque la derrota, además de pegarle duro, desnudó la inutilidad de continuar empleando manejos turbios para captar voluntades: “(Kirchner) Designó jefe de la campaña santiagueña a Juan Carlos Mazzón, considerado el justicialista con mejor conocimiento actual de la estructura nacional. Y Mazzón decidió lanzar una campaña justicialista convencional, con el dinero de todos los contribuyentes. Con él colaboró el ex publicista de José Alperovich, el gobernador de Tucumán, Enrique Albistur, hoy secretario de Medios de la Nación.
Entre ambos lograron partidas presupuestarias extraordinarias para Santiago del Estero, que incluyen 180.000 bolsones de alimentos, 240.000 chapas para techos de viviendas precarias y 120.000 colchones de una plaza.
En los 71 municipios de Santiago del Estero habitan 725.993 habitantes, dato que permite comprender la magnitud de la prebenda distribuida por el Ejecutivo Nacional en la carenciada provincia de los Juárez”. (Urgente 24).
¿Estos eran los que dejarían atrás las aberrantes prácticas clientelistas de la vieja política?. Evidentemente que no, pues no escatimaron emplear a esta para evitar una debacle que efectivamente ocurrió. Se pensaron que con dádivas, prebendas y la sonrisa idiota de Alicia Kirchner tenían comprado al caballo del comisario. Pero ignoraron que la mayoría de los santiagueños, hartos del autoritarismo de los Juárez, les iban a tirar en la cara lo enviado desde Capital Federal. Que efectivamente, pagaron todos los contribuyentes.
El kirchnerismo cometió un error garrafal al subestimar al electorado de esa castigada provincia, aún sacudida por el crimen de La Dársena, que pretendió comprar de la peor manera. La gente, al emitir su voto por la oposición, le demostró a las claras que en la Argentina se premia a la coherencia y se castiga con creces a la imbecilidad del poder.
Más de lo mismo
Néstor Kirchner basa gran parte de su poder en la capacidad de denuncia del presente y el pasado cercano. En cuanto acto arreglado posa su humanidad, se sube a la palestra y entra a desparramar hiel por los cuatro costados. Su blanco, como se señaló en análisis anteriores, son siempre los mismos: empresarios de la década del 90, militares, menemistas, zurdos, y alguno que otro que en ese momento anda caminando por ahí. El nunca parece equivocarse, como tampoco parece sentir la necesidad de pedir alguna disculpa. Siempre parece que la culpa la tuvieran los otros, nunca él o alguien de su entorno.
Pero lo más grave de esto, es la hipocresía de los dichos que no coinciden con los hechos. Siendo el caso mencionado de Santiago del Estero, una muestra más de la desidia política, de más está decir que es horrendo constatar que nada cambió desde aquel 25 de mayo de 2003. Pues es una patraña vociferar desde cualquier púlpito sobre las bondades de la cultura del trabajo, mientras que por otro lado se compran voluntades mediante limosna oficial.
Santiago del Estero es una de las provincias más atrasadas del país, sometida por décadas al yugo atroz del autoritarismo y el clientelismo más aberrante. Por eso, suena a broma de mal gusto que, luego de una intervención federal, el Estado apele nuevamente a lo más abyecto de la política para lograr algunos votos.
Los santiagueños se merecen algo mejor que algunas migajas provenientes de Balcarce 50, necesitan trabajo, que les haga recuperar su dignidad y la confianza en sí mismos.
Es de esperar que, luego de este indudable gong de alerta, el oficialismo recapacite que así no se va por el camino correcto, puesto que nunca convence a nadie la duplicidad entre el dicho y el hecho.
Fernando Paolella