Una parte
del cuerpo y de la especie humana, pareciera no poder vivir sin algo de poesía
en sus carnes y espíritu, en la corporalidad esencial de su humanidad. O legítimamente,
en el cuerpo cotidiano de las cosas. Es el recurso del gesto, guiño, la otra
voz que aún es alquimia y lenguaje, ilusión, otra mirada de la vida.
La poesía tiene tantas definiciones como indefiniciones, es la
palabra más contaminada de lo nuevo, sorprendentemente innovadora, comunicación
y lenguaje, cuando es verdaderamente poesía.
Palabra universal e intraducible, el poema. Sin
embargo, responde a los mismos resortes universales en cada época, al
sentimiento mayor, único de la humanidad: el amor.
Se escribe por amor y amor a la palabra, al otro, a la vida.
La poesía tiene un listado innumerable de temas desde la
palabra fundacional, avisada en la remota memoria de los tiempos, en la pausa de
algún mar, detrás de la noche de un Imperio en expansión, en la casa habitada
por la poesía. Amor, muerte, política, temas sin época, ni tiempo, y ahora la
poesía nada ante consagración de la banalidad.
La frase más desgarradora, patéticamente poética,
sublimemente erótica, sensual, prisionera en la audacia de sí misma, me la
dijo una Mujer-Poema: “Qué quieres, estaba hambrienta de poesía”. Pensé,
lo dijo todo, y más allá de esa afirmación, sólo el lenguaje, lo que anilla
en la convicción del verbo. Definió el paisaje íntimo, visceral, la razón de
ser de la poesía, un viejo apetito ancestral incubado en la caverna, matriz de
un espíritu vivo que ama lo bello y se deja seducir.
La poesía es seducción de los sentidos y en este caso, la
mujer es un animal de múltiples recepciones y posesiones, y en ellas cabalga
(mos).Lucidez y privilegio de quien escucha y es caracol en el oído de la poesía.
¿La poesía es hembra o no tiene sexo?
Lo que sí marca esta nueva era, la centuria 21 que nos ha
tocado, es que nos toca seguir viviendo dentro de la nuez
global que se deshace en las manos de una ardilla, y
en pasarela, el show continúa
en un escenario circular, de goma
de mascar, elástico, pegajoso, estólido.
Hoy muy pocos avivan el seso y despiertan en medio del
cloroformo del mundo virtual, el inmenso mar de la estupidez. Es un magnífico
altar creado a la diosa banalidad.
La poesía es un raro lenguaje, un objeto aparentemente inútil,
mercancía en desuso, y su palabra es contrabando, un producto innecesariamente
valioso. Los estantes de las librerías reciben el producto libro poesía con
cierta vergüenza, algo de dignidad mancillada y un vender
se cuida mucho de ofrecer a alguien poesía, no lo vaya a ofender en al
ridiculez de los tiempos.
Los poetas actuales parecieran condenados a globalizarle
después de la muerte. El mundo virtual los borra. Es casi ridículo leer:
Diario de un Poeta. Crecen las listas y redes de una poesía espontánea, íntima,
personal, en el mal sentido de la palabra, porque no recoge la voz del otro, y
se hace ripio, una extraña gelatina sin forma ni luz. El auge de lo visceral,
espontáneo, el aire enrarecido que nos hace respirar la globalización
desarticulada, en la voz de los muñecos doloridos de la poesía. Son fragmentos
de heridas, traumas cotidianos, riñas de parejas, dolores intrascendentes,
chismografía personal, biografías sin historias, observaciones periféricos
entorno al propio ombligo. Ya lo dijo, Ezra Pound: la poesía es el lenguaje
cargado de sentido. Es más que una frase bien lograda y yo diría que define
esencialmente lo que debiera ser la poesía en todo lugar y tiempo.
Trabajan la respiración falsa del maniquí, el gesto desarticulado de su
árbol genealógico, un cuerpo inanimado, y aún ahí la poesía tiene espacio
para reavivar un corazón muerto. La poesía no es vitrina de su propio espanto,
ni falso o cómodo espejo, de lo que no se tiene, ni puede reflejar en palabras.
Algunos, optimistas, se apoyan en la miseria, en las desgracias, infortunios,
desajustes, perturbaciones, alucinaciones, en la tragedia personal o bien
apuestan a lo insólito, y la propia poesía carga con todos sus escombros,
hasta con el mismísimo plagio, el peor de los disfraces de la palabra.
Dije en el pasado que la poesía estaba en bancarrota, que se
soñaba así misma tal vez como una loca en el ombligo de su propia soledad,
sobre la azotea de un edificio de cristales que miran el mar con sus cabezas de
cisnes dormidos en el aire. ¿Se agacha el verso en el aire o crece? Pueden caer
las cabezas de las mismas golondrinas en
pleno vuelo, y el verano continuará invicto. Es lo que debe hacer la poesía en
todo tiempo. La palabra verdadera no tiene estaciones y la tribu sabe
descifrarla, aún en tiempos verbalmente desmantelados.
La voz oficial siempre tendrá sus poetas oficiales, la vocería
huérfana, la orfandad del vacío. El discurso del verbo mediático,
desamparado. En eso, la historia se repite con algunos matices que siempre van a
dar a la mar, que es el morir de alguna manera. Urracas con sus
desalentadores ruidos, seleccionan sus porquerías en el basurero global, y las
confunden con perlas. La poesía seguirá siendo un taller en la alcoba
personal.
Los poetas nunca han vivido en un Paraíso, ni siquiera en
una república. En mi caso, en una Aldea sostenida por palabras.
Rolando Gabrielli
Ciudad Baldada
Sin piernas la calle quién la camina
o cojea, un cambio de pasos
y al reves de los sueños, la luz,
mi ocio dorado y tu amor,
el aliento se queda en estas paredes.
No vayas a olvidar el número trece,
dos veces nada, la puerta,
ciudad me arrastras,
sudorosa cancioncilla
somos tu primitiva aurora,
el sol nos aplasta en un cristal,
y un lagarto frío nos habla de su adolescencia.
No tengo tu espíritu, barro bajo tus pies de lodo,
no veo el rostro que esconde tu velo,
esa sombra Fenicia
Sólo juego al casino mi verbo,
bazar de mis palabras,
respiro la vida en un viejo domicilio
y si escribo es por azar,
lo que me dicta un ventrílocuo
con su serpiente de goma
y desafía conmigo el pecado original
detrás de un manzano en flor.
Esta plaza no es un destino,
abandono mi propio cortejo aburrido,
sombreros blancos con cabezas vacías,
alas detenidas, ruido de pájaros,
ni idea lo que sucederá.
El tiempo no cuenta.
Mátame
en el poema
Mátame, mátame,
me pide la paloma.
Degollándose ella.
Detrás de las voces
Seguiré escuchando las voces
aún detrás de la canción olvidada
y bajo la piedra inmóvil,
el abecedario de mi infancia.
Una imagen perfecta es la voz del muerto
la que me lee una señal en el
camino.
No haré alto más lejos que la sombra,
ni fijaré mi domicilio al otro lado del río.
Seguiré escuchando las voces,
El jardín lleva mis pasos,
en nombre de quienes han desparecido
y que yo aún recuerdo
La Belleza
¿Ver para creer?
¿O tocar para sentir?
Dejas que el piano se lleve la nota
y la mano en la curva de la cadera.
Así te siento,
sobre mis piernas.
¿Por
qué me amas?
Muerte, qué asco,
un expediente intachable,
toda la eternidad en un montón de polvo,
no es mío el aplauso de un ciego
y tu no eres estrella, diosa
de grandes alas grandes.
Esta canción que escribes,
no es mi letra,
un hacha derriba sus vocales.
Muñeca insensible,
no finjas, me amas.
Baila con otro,
Saca tus cuentas lejos de mí.
Esos números redondos, sólo a ti te cuadran.
dejemos en principio, el fin
Para otro momento.