No soy filósofo; no soy periodista y mucho menos, político. Soy un simple ciudadano con la capacidad de expresar en palabras, la “sensación de realidad” que lo rodea. Una realidad que golpea a mansalva y sin escrúpulos; que comenzó atacando al desprotegido, que todavía no se dio cuenta que lo están atacando porque aún está celebrando el gran caballo de Troya que le ofrece quien antes fuera su principal adversario: la clase política. Una realidad que continuó después golpeando duramente a la clase media agraria y que terminó por moler a golpes a la clase trabajadora, que hoy no sabe para qué lado salir disparando, porque los golpes la han dejado atontada seriamente. Más tarde arremetió contra la clase media en general y, sigilosamente, machacó algunas libertades y pisoteó algún que otro derecho.
La clase alta también ha recibido algunos cachetazos, pero ciertamente está estructural e históricamente más preparada para poner la otra mejilla y arremangarse, o hacer las valijas en 10 minutos.
La clase baja como decía, todavía está de fiesta, celebrando el Caballo de Troya lleno de anuncios, netbooks, planes, casuchas, asignaciones, televisión satelital, fútbol gratis y demás que le dejó el gobierno en el patio, sin darse cuenta que tarde o temprano (quizá más temprano que tarde) desembarcará del gigante monstruo de madera, el fantasma menos deseado: aquel que anuncie que los fondos no alcanzan y que se terminó lo que se daba.
Con un enorme porcentaje de la población en condiciones de pobreza, recibiendo dádivas del estado y autodefiniéndose como fieles seguidores de “el modelo nacional y popular”, el gobierno busca permanentemente la renovación de las fuentes de ingreso que permitan solventar esta bolsa de arpillera desfondada que representa la ayuda social.
Así las cosas, el gobierno aparece como un pulpo desquiciado en esta psicosis de intentar apoderarse de todo lo que está a su alcance y lo que está un poco más allá, también. Gráficamente, Cristina Fernández de Kirchner vendría a ser la cabeza del frenético animal, rodeada de un sinnúmero de tentáculos articulados obsecuentemente por personajes que, al igual que los miembros no pensantes del molusco, sólo atinan a moverse en la dirección que le indican los caprichos de la enceguecida cabeza. No parece haber orden o voluntad propia en las acciones de los tentáculos que involucran tanto a funcionarios como a los extrañamente célebres integrantes de “La Cámpora”, agrupación política que ha tomado relevancia a nivel nacional (y cada vez más) en estos últimos años.
A propósito de ello caben varias preguntas para aquellos que desconocemos ciertos mecanismos militantes: ¿Qué es realmente “La Cámpora”? Según datos nace como agrupación política claramente kirchnerista, en el año 2006, aunque otras informaciones dan cuenta de sus inicios de actividades en el 2003. ¿Por qué lograron tanto poder en torno al gobierno nacional? Y en todo caso, ¿Por qué el gobierno nacional necesita de una agrupación que lo sustente o lo acompañe? Más bien “La Cámpora” aparece como un nido con huevos, donde han ido haciendo eclosión diferentes personajes que lograron más tarde ocupar espacios estratégicos, dentro del esquema enfermizo de acaparamiento gestado por el octópodo infernal. Lo que nos lleva a otra incógnita: ¿Estuvo todo planeado desde un principio, tomando como real principio no al 2011 sino al 2003? ¿Son estos “huevos eclosionados” instrumentos útiles creados con el propósito que se evidencia, o fueron fruto de una transformación no calculada?
A los ojos del pueblo, son las crías dependientes; son pepitas del semillero de corrupción gestado desde el gobierno nacional. Son el brazo ejecutor de la temible máquina de guerra. Son la sorpresa dentro del Caballo de Troya. Y, entre otras cosas, son cobradores. Recaudadores del cuasi eterno plan de financiación socio-político, cultural y moral administrado a las clases bajas. Vienen a cobrar, solapadamente, todo lo que el pobre le debe al gobierno por asistirlo.
Y de paso, adueñarse de lo que se pueda y de lo que no se pueda, también.
La cabeza octópoda dio la orden una sola vez: “Vamos por todo; por todo.” Y los tentáculos ávidos e inquietos empezaron a arrasar con todo a su alrededor y se estiraron para alcanzar lo que aparecía fuera de su alcance.
La “sensación de realidad” que padecemos los argentinos, nos hace sentir que estamos a bordo de un avión sin rumbo, en caída libre y a punto de estrellarse, sin un piloto avezado a la vista. Así, aparece como principal actor de la economía del país (aún por sobre quien realmente ocupa el cargo de Ministro), un púber carilindo que debió vender un bar antes de presentar quiebra, por no saber administrarlo; un director de Aerolíneas que sólo avanza en los cargos por ser “amigo de” o “compañero de colegio de” y que tuvo que aprender lo que era un avión; un responsable técnico de la flota de aviones (alquilados) cuyo título es Ingeniero Agrónomo; un vicepresidente que parece más afecto a la guitarra y quizá a ciertas sustancias nocivas para la salud (y ciertamente a los grandes y millonarios negocios), antes que a las políticas de estado que aporten soluciones al país; un senador oficialista al extremo, que además es escudo, vocero y funciona también como “táser” contra todo aquél que ose enfrentar aunque menos sea con la mirada, al esperpento que es hoy el aparato de gobierno; un impresentable energúmeno que administra los ingresos y egresos en materia de importaciones, a fin de favorecer únicamente a las compañías claramente alineadas con el oficialismo y que ha llegado a poner en riesgo el funcionamiento de empresas históricas del país y hasta hospitales y centros de salud; una ministro de seguridad que supo cargar armas pero ahora no logra coordinar una acción conjunta para contrarrestar el delito y, en lugar de ello, se escuda en las infantiles estadísticas del INDEC (cuyas siglas deberían significar: Instituto Nacional De Estadísticas Corregidas); como cabeza del engendro, tenemos a una “exitosa abogada” que en toda su carrera no presentó un solo caso en defensa de los derechos humanos pero bien supo valerse de viejos artilugios para negociar con la esperanza y el esfuerzo de personas humildes y trabajadoras; y entre medio, una aparentemente inagotable lista de obsecuentes ineptos, obsecuentes adeptos y obsecuentes pesificados por conveniencia.
Ya no hay límites visibles para el desquicio del pulpo psicótico que ha llegado a poner en riesgo libertades individuales básicas y comunes a todos los ciudadanos.
En el país en que vivimos, hoy hay gente con miedo; antes era el miedo de salir a la calle por temor a ser víctima de un robo o peor aún, un asesinato a sangre fría. Hoy además, hay gente con miedo de trabajar, de invertir, de ayudar, de planificar, de soñar, de hablar y hasta de pensar libremente. Se instaló el miedo en una buena parte de la sociedad. Un miedo que también valdría preguntarse si surge naturalmente a consecuencia de la “sensación de realidad” que nos toca, o si fue planificado como recurso mediante aquellas acciones que apelaban a la memoria de hechos oscuros que muchos ya no querían recordar y que una gran mayoría, desconocía en detalle por pertenecer a generaciones que no fueron testigos de la historia.
El futuro se avizora inexacto; tambaleante. El pueblo intentará hacerse oír en su defensa pero nada garantiza que las voces lleguen a oídos del molusco diabólico, o que causen efecto alguno que pueda frenar el ataque desmedido, el avasallamiento institucional, la penetración ideológica, la persecución artera y la confabulación hegemónica casi monárquica del pulpo psicótico, que además amenaza con mutar a una suerte de gorgona diabólica como Medusa, convirtiendo en piedra a todo aquel que le haga frente, paralizándolo no con la mirada, sino a través del miedo.
El pueblo intentará defenderse; defender su raíz, sus ideales, su historia, su independencia, su libertad, su dignidad y rescatar el patrimonio embargado junto con la fragata, la patagonia, el Cerro de los 7 Colores y el futuro de los más de 40 millones de argentinos.
Ojalá no sea tarde.
Walder Martínez
estudiolagalera@gmail.com