Mauricio Macri no da pie con bola. Mientras la Ciudad de Buenos Aires colapsaba por la falta de energía y agua, él se dejó ver junto al rabino Sergio Bergman en el recital del grupo Kiss.
No es el único desacierto del jefe de Gobierno porteño: en los últimos días se metió de lleno en la convocatoria del 8N, introduciendo la "cuchara" política en una movida que debería carecer de condimentos patidarios.
Diversos referentes de la oposición, como Elisa Carrió o Victoria Donda, explicaron hasta el cansancio que los políticos deberían alejarse de la manifestación ciudadana, para no contaminarla. Incluso José Manuel de la Sota, gobernador de Córdoba advirtió: "Ningún partido, ningún político debe pretender usufructuar el 8-N. Será un reclamo popular por el mal trato de un gobierno que no escucha".
A pesar de ello, Macri viene alentando la convocatoria al 8N a través de diversas apariciones suyas y de sus funcionarios en los medios de comunicación y hasta llegó a armar panfletos que fueron repartidos en las distintas mesas del PRO apostadas en la ciudad de Buenos Aires. Ello, como era de esperarse, fue utilizado por el kirchnerismo para desacreditar la marcha.
Si bien nadie puede creer que esto sea cierto, sobre todo por la enorme adhesión que tendrá la movida, el jefe de Gobierno le regaló al oficialismo un argumento espectacular para manchar el 8N.
Fue una jugada innecesaria y torpe, típica del macrismo.
Diego Golberg
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