El negocio de los derechos humanos no se puede entender sólo desde el punto de vista material. Menos aún se comprende limitándolo al plano simbólico. La alianza estratégica entre los principales organismos de derechos humanos y el gobierno nacional que asumió el poder el 25 de mayo de 2003 sintetiza la convicción y la conveniencia. Dinero y gestos, subsidios y leyes, auge económico y presencia mediática, planes conjuntos y abrazos públicos. En un gobierno en el que parecer es hacer y el relato va más allá de la historia, el símbolo puede prevalecer sobre el dinero, como en el caso de Estela de Carlotto, o el flujo de fondos públicos puede convencer a Hebe de Bonafini de que Néstor Kirchner era “un hombre de buena madera”.
Todo se mezcla y nunca queda del todo claro quién cooptó a quién ni cómo fue que los Kirchner terminaron aliados a los símbolos de la resistencia contra la dictadura militar. El santacruceño utilizó su fortuna para ingresar a la función pública pues, como solía decir su mujer: “Sin plata no se puede hacer política”. Ni en la intendencia de Río Gallegos ni más tarde en la gobernación de su provincia, Kirchner no recibió a ningún referente de los organismos, ni tampoco se preocupó por crear una Secretaría de Derechos Humanos. Es más, respaldó a las autoritarias fuerzas represivas locales, denunciadas por utilizar la tortura entre los aspirantes a ingresar a sus filas.
Pero luego de la debacle nacional en 2001, Kirchner se reinventó. Sepultó su pasado y, una vez instalado en el gobierno nacional, decidió apropiarse de la bandera de los derechos humanos para convertirla en fundamento de su hegemonía política.
Las reformas económicas, sociales y políticas de 2003 en adelante se realizaron apelando a los setenta. Los críticos y los opositores, pero especialmente quienes denunciaron los negociados realizados en nombre de las Abuelas o las Madres, fueron marginados o tildados de cómplices de la dictadura. La simplificación dividió las aguas entre buenos y malos, entre intachables y empleados de las grandes corporaciones socias de los genocidas.
El consenso sobre la importancia de la política de derechos humanos del gobierno nacional —apoyada en un supuesto pasado revolucionario del matrimonio gobernante y en la reconversión de funcionarios al progresismo— fue de la mano con la pretensión de sacralidad que implicaba que los gobernantes se rodeasen en los actos públicos de las Madres y de las Abuelas.
Las Madres, a su vez, aceptaron recibir del gobierno dinero que bien podría haberse destinado a los más humildes.
Con las Madres no fue el mensaje del poder político y mediático, contra cualquiera que investigara y denunciara los desaguisados ejecutados en nombre de los derechos humanos.
Sergio Schoklender, uno de los protagonistas de este libro, no hubiese podido transformarse en lo que llegó a ser sin la complicidad de un sistema conformado por los poderes ejecutivo, judicial y legislativo que decidieron mirar para otro lado. Se archivaron denuncias, se silenciaron protestas y se continuaron subsidiando obras sin importar cómo se usaba el dinero.
En la Argentina contemporánea, la política se transformó en una cuestión de fe y de obediencia. Los que se animaron a cuestionar el llamado “relato” se quedaron fuera de un supuesto y único proyecto nacional, popular y democrático. No hay lugar para los débiles ni para los tibios. La política de derechos humanos se transformó en un clisé utilizado tanto por gobernadores autoritarios que violan los derechos básicos de los ciudadanos del presente como por colaboracionistas de la última dictadura militar. El gobierno nacional se ocupó de mantener viva la memoria colectiva y se olvidó de la historia. Destinó millones de pesos a museos, charlas e inauguraciones sin preocuparse demasiado por las injusticias del presente. Por detrás, se sumaron oportunistas y arribistas para hacer grandes y pequeños negocios hasta convertir a los derechos humanos en una industria.
Bajo las banderas y los discursos se escondió un escandaloso negocio para lucrar con los momentos más siniestros de nuestro pasado, utilizando a las luchadoras de antaño. Sólo en la Fundación Madres de Plaza de Mayo llegaron a trabajar más de 6.000 empleados y la expansión de la Fundación sólo tuvo un límite cuando, en mayo de 2011, Schoklender abandonó la institución y se hizo pública su pelea con Bonafini, que acabó en el escándalo político más resonante de la era kirchnerista. Desde la salida de Schoklender, el desfile de despidos no ha cesado. Según describe una de las trabajadoras que acompaña a Hebe de Bonafini hace diez años: “La Presi no quiere más empleados acá adentro”. Hoy, la planta no supera los 400 empleados.
Este libro no es sólo la historia de una madre que adoptó. Intenta ser una radiografía del país del vale todo, donde los destinos de los fondos públicos dependen del llamado de un alto funcionario y de que los organismos de control hagan la vista gorda, un país donde la división de poderes se ha vuelto una utopía. Ésta es una historia de falsas licitaciones para construir viviendas sociales, de tasas de retorno, de lavado de dinero, de vínculos con la mafia de los medicamentos, el narcotráfico y el financiamiento espurio de la política.
La causa de los derechos humanos no debería mancillarse con dinero. El Estado no debería renunciar jamás a su obligación de controlar los fondos que son de todos. Los derechos de los pobres, los olvidados y los excluidos no deberían subordinarse a la presunta pureza de ningún símbolo. La batalla contra las injusticias, la búsqueda de la verdad y el juicio y castigo a los asesinos del pasado no deberían ir a contramano de la justicia y la equidad del presente. Cuestionar e investigar los delitos cometidos en nombre de las luchas de antaño y la memoria de “nuestros hijos” no significa impugnarlas sino defender a los miles de olvidados que no tienen voz.
En enero de 2011, el testimonio de una mujer que fue despedida de la Fundación Madres de Plaza de Mayo al quedar embarazada marcó la génesis de esta investigación que, al comienzo, fue tildada de “ridícula e inverosímil” por funcionarios, entrevistados y hasta por amigos que escucharon el relato. Pero la investigación no se detuvo. Y así se fueron encadenando testimonios hasta reunir más de 300 entrevistas realizadas en todo el país durante casi dos años.
El estallido del escándalo mediático en 2011 puso sobre el tapete cuestiones que se mantenían escondidas. Este libro cuenta esa historia y otras más, intentando comprender un juego perverso en el que el poder y el dinero están sobre cualquier otra cosa.
En las páginas siguientes se verá que Madres de Plaza de Mayo recibió más 1.265 millones de pesos en fondos públicos —una cifra sólo superada por la Fundación Eva Perón— pero no era legalmente una fundación. Saldrán a la luz gravísimas irregularidades merced a la confesión de un alto funcionario del gobierno del Chaco, la provincia en que el plan de viviendas Sueños Compartidos desembarcó con más fuerza.
Según la Inspección General de Justicia, una fundación es una institución creada para el bien común y sin fines de lucro. Además, debe poseer patrimonio propio, más allá de cualquier ayuda que pudiera recibir del Estado. En esta historia, los protagonistas confundieron los fondos públicos con los privados y olvidaron que el control es un valor moral. Con un presupuesto que aumentó cuarenta y cinco veces en siete años, la Fundación Madres de Plaza de Mayo llegó a ser la segunda constructora del país mientras violaba sistemáticamente la Ley 13.064 de obras públicas, que establece que los trabajos financiados por el Estado deben contratarse mediante licitaciones. Otro funcionario, en este caso del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, admitió que las obras de Sueños Compartidos se contrataban directamente, sin ningún tipo de licitación.
La relación de Hebe de Bonafini con Sergio Schoklender recorrió múltiples etapas. Es por ello que en la primera parte de la obra se indaga acerca de las conductas, hechos, discursos y pensamientos de ambos, basados en cientos de testimonios, entre ellos de los protagonistas, funcionarios, gobernadores, intendentes, diputados nacionales y provinciales, empleados de la Fundación, enemigos del pasado y del presente, como amigos de toda la vida y familiares.
Ésta es una historia en la que nadie es inocente, cada fuente guarda su propia versión de los hechos y defiende su propio interés, pero todos coinciden en lo obvio: una relación simbiótica de dos personas explosivas podía terminar de cualquier forma. La ruptura y el furioso desenlace, aún abierto, están relacionados con un contexto político surgido tras la muerte de Néstor Kirchner, con los tristes hechos ocurridos en la toma del Parque Indoamericano en diciembre de 2010, con las feroces peleas con funcionarios del Gobierno y las advertencias nacionales e internacionales acerca de movimientos financieros y de los vuelos a países limítrofes de Schoklender.
Al quedar enfrentado con el poder, Schoklender reveló ante la ciudadanía detalles íntimos y engranajes ocultos cuando el oficialismo ostentaba un nivel de popularidad sin parangón en la historia argentina reciente. Schoklender es un personaje fundamental de la trama pero no es el único que hizo negocios privados utilizando la bandera de los derechos humanos. Hay muchos más. Algunos sin prensa, escondidos en secretarías o ministerios. Esta historia recorrió el país y fue en el norte argentino donde los negocios, los vínculos con el narcotráfico, los aprietes y las amenazas alcanzaron su máxima expresión. Algunos involucrados inventaron su propio pasado revolucionario mientras dedicaban su tiempo a hacer caja. Otros, desde punteros a asesores de diputados, utilizaron la lucha por los derechos humanos para ascender políticamente negociando las necesidades de los más humildes. El atractivo discurso del juicio y castigo a los genocidas del pasado y la alegada recuperación de los derechos humanos del presente se convirtieron en el vestido de moda, aquel que todos querían lucir. Ésta es la historia de un negocio millonario basado en la cultura de la culpa, la reescritura del pasado y el engaño de los humildes.
Luis Gasulla
Prólogo “El negocio de los derechos humanos”
Exclusivo TDP