“'Esto ya no da para más', se escuchó decir a Marcelo Longobardi frente a uno de sus colaboradores el jueves 24 (de agosto de 1995) por la noche. Se refería a la relación profesional que desde hace dos años lo une a Daniel Hadad, cuando dieron nacimiento a una nueva marca registrada de la TV argentina: Hadad & Longobardi.”
Así da comienzo una crónica de revista Noticias del año 95. ¿Qué había pasado? El entonces ministro de Economía Domingo Cavallo denunció que Hadad recibía dinero por parte del narcoempresario Alfredo Yabrán “bajo mesa”, obligando a Longobardi a abandonar la sociedad que ambos comandaban hasta entonces.
No obstante ello, en su Los dueños de la Argentina II, el periodista Luis Majul denunció que había un acuerdo extrapublicitario entre ambos periodistas y la empresa Benito Roggio. Según el libro, Hadad y Longobardi recibían 3.000 dólares mensuales de parte del empresario sin la contrapartida de publicidad.
Consultado por revista Noticias ese mismo año, este último admitió: “Si quieren poner que estoy arrepentido, pónganlo. Yo me equivoqué y punto. Lo que publicó Majul es técnicamente cierto.”
La anécdota viene a cuento de la polémica salida de Longobardi de Radio 10, presuntamente a pedido del Gobierno. Allí, el periodista supo comandar el ciclo Cada Mañana durante 14 años seguidos, liderando todas las preferencias.
De pronto, el colega aparece como una suerte de prócer impoluto e independiente, pero la realidad indica todo lo contrario. La prueba más firme es la cantidad de años que supo estar al lado de Hadad, uno de los empresarios de medios más corruptos de la Argentina.
Estuvo muy bien Longobardi en irse de su lado en 1995, pero ¿qué hizo que volviera a elegirlo como empleador años más tarde? La imperdible respuesta la aportan Javier Romero y Romina Manguel en la página 119 de su libro Vale Todo (2004), la biografía no autorizada de Hadad:
La calurosa tarde del 18 de febrero de 1998, minutos después de las siete de la tarde, una camioneta de correo privado llegaba a las puertas del Country Village en Pilar, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, a quinientos metros de la Autopista Panamericana. Un empleado de uniforme bajó de la camioneta y entregó en la caseta de guardia setenta y seis sobres blancos tamaño carta con etiquetas a nombre todas las mujeres que vivían en el country.
Esa misma noche M., propietaria de uno de los terrenos recibió el que estaba a su nombre. Tenía gente invitada a cenar y recibió apurada al encargado de seguridad que le trajo la correspondencia. Decidió echarle una ojeada rápida, pero no pudo. Cuando vio en su interior la fotografía de una pareja, su corazón se detuvo por un instante. Hacía varios meses que sospechaba que su marido la engañaba. "Éstas son las pruebas", pensó y escondio rápidamente el sobre en un estante de la biblioteca. Esa noche no pudo concentrarse en ningún momento en la charla de sus amigos. No veía la hora de que se fueran y poder discutir con su marido. "De esta no se salva", pensó.
Pasadas las dos de la mañana, cuando el último invitado se retiro, corrió nerviosa a revisar las fotografías y se percato, con alivio, de que no se trataba de su marido. Miró la hora y se fue hasta la recepción del country.
-¿Dolores?
-Sí.
-Necesito verte urgente.
Dolores Llorens era la mujer de Marcelo Longobardi.
-Disculpame, pero esto me llegó a mi casa anoche. Por suerte pude retirar el resto de los sobres de portería. No sé cuantos se habrán repartido.
Cada sobre contenía tres fotografías de 20 centímetros por 28 sacadas con un teleobjetivo en el Paseo de la Infanta, en Palermo. Allí se veía, a través de distintas tomas, a Marcelo Longobardi y una joven muy mona subiendo al auto del periodista. También contenía un casete de 60 minutos, marca TDK, con fragmentos de charlas privadas entre Longobardi y la señorita, que según se desprendía de las grabaciones trabajaba en un lujoso hotel de la Ciudad de Buenos Aires.
Desde hacía algunos meses, Longobardi le venía comentando a su mujer que sentía que lo seguían. Dolores le decía que no se preocupara, que seguramente eran ideas suyas. Longobardi había revelado por entonces a algunos periodistas colegas suyos las relaciones de Daniel Hadad y el Grupo Yabrán. El monto económico de la ayuda y la conjunción con ex represores de la ESMA, como Adolfo "Donda" Tigel, y agentes de la SIDE local. Longobardi les confío a sus íntimos que quería disolver la sociedad con Hadad, que no eran lo mismo y que estaba pensando seriamente en separarse.
La campaña de hostigamiento comenzó con un afiche aparecido en los carteles de la Ciudad de Buenos Aires con un listado de nombres de periodistas a sueldo del gobierno de Carlos Menem, pagados con fondos de la SIDE. Allí aparecían varios periodistas de Página/12 y Marcelo Longobardi.
Marcelo, que conoce como pocos a Daniel Hadad, sospechó de él. Era una de las pocas personas capaces de perseguirlo, interceptar y grabar sus conversaciones telefónicas, y que su trabajo de inteligencia incluyera conseguir los nombres de todas las mujeres del Country Village. Y así lo comentó espantado, a un grupo de periodistas conocidos.
M., la vecina y amiga de Dolores Llorens, terminó condenada por violación de correspondencia —en su intento de interceptar los sobres— y Marcelo Longobardi se divorció de la madre de sus hijos. Al poco tiempo volvería a trabajar a las órdenes de Daniel Hadad por partida doble: en Radio 10 y con un programa propio en Canal 9, Fuego Cruzado.
El resto de la historia es más que conocida. En las últimas horas, acaba de dar un nuevo e inesperado giro.